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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Facilda Lasestas, muchacha que trabajaba en una fábrica, dio a luz un bebé, y le dijo a su novio de turno que él era el papá. "Un momento -se puso el galán a la defensiva-. Has andado con Pedro, Juan y varios. En la fábrica te dicen 'La pies planos', porque pisas con toda la planta. ¿Cómo sabes que el niño es mío?". Responde Facilda sin dudar: "Porque se parece a ti". "¿En qué?" -pregunta el novio, suspicaz. Contesta ella: "También él es prematuro"... Doña Jodoncia aprendió a tejer. Le hizo un suéter de estambre a su esposo, don Martiriano, y le ordenó: "Te lo vas a poner hoy en la noche para la cena con nuestros amigos". Obedeció el sufrido señor. En el camino le preguntó doña Jodoncia: "¿Te quedó bien el suéter?". "Sí, mi amor" -replicó don Martiriano con mansedumbre. Y en seguida añadió tímidamente: "Aunque, la verdad, una de las mangas está más grande que las otras dos"... Decía Dulcilí, muchacha ingenua: "El hombre con el que yo me case debe poner luz y color en mi vida, divertirme, entretenerme, y nunca salir por las noches". "Hija mía -le dice con un suspiro su mamá-. Tú no quieres un hombre. Quieres un televisor"... "¡Aplaudid, manos ociosas!". Así gritaba Mario, con sonorosa voz y poniéndose en pie, cuando el público se mostraba renuente a premiar el talento, o al menos el esfuerzo, de un artista en el teatro. Mario, cuyo apellido nunca supe, vivía en Monterrey. Era un hombre pobre -no un pobre hombre-, pero tenía una inmensa riqueza: sus amigos. Anciano, enfermo, se sostenía gracias a la generosidad de quienes lo querían bien, entre ellos -el más generoso- el licenciado Leopoldo González Sáenz, que fue excelente alcalde de esa noble ciudad, ahora tan agobiada. Recuerdo los recuerdos que Mario compartía con nosotros en charlas sabrosas de café, como aquel de su malogrado amor por una cantatriz o danzarina que actuaba con el esotérico nombre de la Fata Morgana. Así, fata morgana -o fatamorgana-, se llama el espejismo que ven algunas veces los marinos en la inquietante vastedad del piélago. (Permítanme un momentito, por favor. Voy a apuntar eso de "la inquietante vastedad del piélago" para usarlo en un concurso de oratoria). Pues bien, hoy digo yo al igual que Mario: "¡Aplaudid, manos ociosas!". ¿Para quién pido esa unánime ovación? ¡Para Alejandro González Iñárritu! El gran cineasta mexicano ha puesto una vez más el nombre de México en la cartelera de esa mítica fábrica de sueños, Hollywood. El solo hecho de que su película "Biutiful" haya obtenido una nominación al Oscar es ya un premio. Al cine se le ha llamado "el séptimo arte". En nuestro país llegó a ser el número 384,505, cuando el Estado se hizo cargo de la producción cinematográfica y de las salas de exhibición. Ni las palomitas de maíz estaban buenas. Ahora nuestro cine vuelve a tener la calidad que tuvo otrora -también voy a anotar esta palabra-, gracias a espléndidos cineastas como González Iñárritu. Por este medio le hago llegar un fuerte aplauso, y tributado con las dos manos, para mayor efecto. Nos da a los mexicanos un motivo de orgullo en estos tiempos de dificultad. Va la ovación: ¡Clap clap clap clap clap clap clap clap clap!... Viene ahora un cuento rojo. Las personas que no gusten de ese color, y prefieran algún otro -gualda, magenta, solferino, glauco, jacintino, cande, corinto, sinople, endrino, gules o turquí (¡caón, ni uno solo de esos colores sé cuál es!)-, sáltense hasta donde dice FIN. Dos añitos de edad tenía Pepito. Al caminar por la sala de su casa se dio un golpe en la cabeza. Soltó el llanto, y su mamá fue a consolarlo. Le dio un beso en la cabecita y le dijo: "Con esto se te quitará el dolor". No habían pasado 10 minutos cuando Pepito se volvió a pegar, ahora en un brazo. Acudió nuevamente su mamá, y le dio otro beso en el lugar del golpe. "Con esto ya no te dolerá" le dijo. Poco después Pepito se golpeó otra vez, ahora en su partecita. Fue con su mamá, y señalándose aquel sitio le pidió: "Besito, besito". "¡Caramba! -exclamó con asombro la señora-. ¡Cada día te pareces más a tu papá!". (No le entendí). FIN.

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