Asistí cierto día al funeral de un señor que falleció. (De ahí lo del funeral). En el sepelio un amigo del desaparecido encomió las virtudes del finado, y lamentó la suerte de la esposa. “¡Aquí está mi pobre comadre -peroró con acento dolorido-, viuda a los 40 años de edad!”. “39” -lo corrigió ella con humilde tono. Hay más viudas que viudos, ya se sabe. En ambos casos, sin embargo, la vida debe continuar. Y una de las demandas de la vida es el amor, y la necesidad de compañía. Voy a contar la historia de una señora que enviudó. Después de un tiempo razonable -digamos 15 días- sus amigas empezaron a buscarle un buen partido que llenara el hueco (dicho sea sin intención segunda) que el finadito había dejado. Bien pronto le anunciaron que habían encontrado ya un buen candidato. “¿Quién es?” -preguntó ella. “Es don Fulano” -le dijeron. “No lo conozco”. “Es viudo como tú -le informaron las amigas-. Está libre de compromisos de familia; no tiene ningún vicio y, sobre todo, a más del don cuenta con el din, porque es de posición acomodada”. Eso del din interesó a la viuda. Preguntó: “¿Qué edad tiene?”. Le respondieron: “70 años”. “¡Ah no! -exclamó de inmediato la señora-. ¡No voy a batallar con próstatas que ni disfruté!”. A pesar de ese primer fracaso las amigas porfiaron en su intento. Si no era ése le buscarían otro. Así lo hicieron, y al cabo de unos días le comunicaron que tenían ya a la vista otro posible sustituto de su difunto esposo, y que debía aceptarlo. Reflexionó una de ellas: “La vida es un camino fatigoso que se hace menos arduo si de la mano lo recorren dos”. Y aterrizó en seguida ese elevado pensamiento diciendo estas palabras de realismo: “La soledad es canija”. Inquirió la reciente viuda quién era el nuevo candidato. “No lo conoces -le dijeron-. Es un hombre sencillo, sin cultura; pero tiene buenas costumbres, no cuenta mucha edad; es sano y bien constituido, y si bien no está nadando en dinero posee lo suficiente para darse un chapuzoncito y salpicarte a ti”. Otra vez lo del chapuzoncito interesó a la viuda, y las amigas procedieron a presentarle al candidato. La señora lo encontró bastante potable. Para acortar el cuento, que ya se va alargando, al cumplir el inolvidable esposo un año de haber pasado a mejor vida la señora hizo lo propio, y pasó también ella a una vida mejor, la de casada en segundas nupcias. El primer día del matrimonio su nuevo esposo le comentó: “Mi papá dice que es bueno hacer el amor antes de desayunar”. Y procedió a seguir aquel sabio consejo paternal. Desayunó la pareja, y dijo él: “Mi mamá dice que es bueno hacer el amor después de desayunar”. Y asegundó el consejo. A eso de las 11 de la mañana la requirió y le dijo: “Mi hermano mayor dice que es bueno hacer el amor a esta hora”. Y cumplió la recomendación. Llegada la hora de la comida el flamante marido le informó a su desposada: “Mi hermana mayor dice que es bueno hacer el amor antes de comer”. Y otra vez acató la sugerencia. Acabado el condumio le dijo a la señora: “Mi abuelo dice que es bueno hacer el amor después de la comida”. Y otra vez a lo mismo. A media tarde le comunicó: “Mi abuelita dice que no hay que dejar pasar la tarde sin hacer el amor”. Y ñácatelas, si me es permitido enturbiar un poco este relato con esa expresión plebeya. Poco antes de la cena el galán le dijo a su esposa que un tío suyo consideraba que era bueno hacer el amor antes de cenar, lo cual se hizo cumplidamente. Después de la cena le declaró asimismo que una tía suya juzgaba que hacer el amor después de cenar era muy conveniente para la salud del cuerpo, y para armonizarlo con los dictados del espíritu. En el curso de la noche se impusieron las opiniones en el mismo sentido de un primo, una prima y un cuñado. Al día siguiente las amigas de la ex viuda le preguntaron cómo le iba con su nuevo esposo. “¡Muy bien! -respondió ella con una gran sonrisa que le iluminaba el rostro-. Ciertamente no es culto ni educado, como mi anterior marido, ¡pero tiene una familia maravillosa!”... FIN.