Este sábado último tenía yo un compromiso importantísimo en Saltillo. Por eso no pude atender la invitación que me hizo Josefina Vázquez Mota para estar en su fiesta de cumpleaños. Aquí le envío a la querida amiga mi afectuoso abrazo. ¿Cuál era ese importante compromiso? ¡Una comida con mis nietos! Si el Papa de Roma me hubiera invitado a celebrar su onomástico ese día, también habría estado yo ausente del festejo, e igualmente le habría enviado al Santo Padre un afectuoso abrazo desde aquí. Fuimos a un restorán. Cuando salíamos, acabada la comida, se me acercó un muchacho y me pidió que le escribiera una frase para ponerla en la tarjeta del regalo que le haría a su novia este 14 de febrero. Tomé el papel que me extendió, y escribí unas palabras que no pongo aquí porque ya no son mías: son de ellos. El muchacho leyó el mensaje y exclamó con una gran sonrisa alzando al aire el puño: "Yea!". Entiendo que eso equivale a una excelente crítica. Yo no sé si sé algo acerca del amor (y me pregunto si alguien sabe). Lo que puedo decir es que he vivido perpetuamente enamorado. Enamorado del amor, de la vida, de Dios -¿no son esas tres cosas una misma?-; enamorado de la mujer; del cielo y de la tierra; del mar con todos sus pescaditos (y de mi mar con todos sus pecaditos); de la humanidad y sus anexos, similares y conexos. Llevo todos esos amores bajo el brazo, como una sandía, y la amorosa carga hace leve mi paso por la vida. Me propongo seguir amando, pues mientras siga amando seguiré viviendo. Muerto está quien no ama ya. Y yo sé que después de la muerte volveré a vivir, por el amor y en el amor. De ese catálogo de amores formas parte tú, que cada día me lees y que disculpas, generoso, mis picardías y disparates. Son para ti estos cuentos en que se cuentan algunas de las incontables cuentas del amor. Un señor recordaba el lema de los hippies en los años sesentas: "Haz el amor, no la guerra". Y comentaba: "Yo hago ambas cosas. Soy casado". Aquel sabio filósofo decía: "El amor es como un reloj de arena: el corazón se llena al tiempo que la cabeza se vacía". La esposa de Capronio le pregunta: "¿Me amarás cuando sea vieja y fea?". Responde el ruin sujeto: "Ya tengo años amándote así ¿no?". El señor sale de la ducha in puris naturalis (o sea en cueros) y, travieso, le dice a su esposa: "¿Qué pensarían los vecinos si saliera así a cortar el pasto?". Sin vacilar contesta la señora: "Pensarían que me casé contigo por tu dinero". Don Cornulio, emocionado, le contó a un amigo: "No tenía yo idea de lo mucho que me ama mi mujer. El otro día regresé de un viaje, y cuando llegaron el lechero y el cartero mi señora salió corriendo y les dijo: '¡Mi marido está en casa! ¡Mi marido está en casa!'". Viene ahora un cuentecillo picaresco. Las personas que no gusten de leer cuentecillos picarescos, y menos en esta fecha dedicada al sublime sentimiento del amor, suspendan en este punto la lectura y sáltense hasta donde dice: "FIN". Era el Día del Amor y la Amistad. Por la ventana la señora vio cómo su vecina despedía en la puerta a su marido cuando salía de la casa para ir a trabajar. No lo despidió como todos los días, dándole un tierno beso en los labios. Esta vez se puso de rodillas, le bajó el zipper y lo besó digamos ahí. La vecina quedó turulata al ver aquello. Apenas el hombre se alejó la señora no pudo contenerse más, y a toda prisa fue a la casa de su amiga. Le dijo ansiosamente: "¡Acabo de ver cómo te despediste de tu esposo! ¡No le diste el beso en la boca, como todos los días, sino ahí! ¿Hiciste eso como un regalo especialísimo porque hoy es el Día del Amor y la Amistad?". "No -responde la vecina-. Es que almorzó huevos con cebolla, y no quería yo sentir su mal aliento". (Mensaje para el esposo de esa señora: "¡No seas indejo! ¡Todas las noches cena huevos con cebolla!". Si me responde: "Acepto su sugerencia", mi desinteresado consejo habrá cumplido su propósito). FIN