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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

¿Cuál es, en promedio, la duración del acto sexual en la pareja humana? Siete minutos, al decir de Irving Wallace, escritor estadounidense. ¿Cuál es, en promedio, la duración del acto sexual en la pareja humana de Saltillo? ¡¡¡Una hora 29 minutos!!! El dato deriva de una interesante -y valerosa- encuesta sobre sexualidad hecha por Vanguardia, periódico en el que escribo en mi ciudad. ¿A qué se debe tan extraordinaria duración desplegada por los saltillenses? La respuesta es obvia: ¡a las miríficas aguas de Saltillo! En efecto, el varón que bebe aunque sea un centilitro de esa taumatúrgica linfa cobra vigor inusitado, ilimitada fuerza, colosales bríos, titánica potencia; en fin, pujanza, aliento, enjundia y reciedumbre tales que le permiten combatir bizarramente en ese campo de batalla hecho de plumas que dijera Góngora: el colchón. Desde luego con las encuestas hay que tener cuidado. En "Las Impaciencias de Job", famoso restaurante de comida lenta en la Zona Rosa de la Ciudad de México, dos lindas chicas hacían una encuesta sobre ese mismo tema, el de la sexualidad. Una de ellas le preguntó a un caballero: "¿Qué es más importante en el varón: el tamaño o la técnica?". "Desde luego importa más la técnica, señorita -respondió sin dudar el encuestado-. En esto del sexo el tamaño de la parte pudenda varonil es lo de menos. Lo que cuenta es el estilo ¿sabe usted?; la forma de hacer el amor; el arte con que se lleva a cabo la coición. Así lo dicen los más eminentes sexólogos que se han ocupado del asunto, e igual postula el Instituto de Ciencias Peniles de la República Mexicana, organismo sin fines de lucro cuya competencia e imparcialidad están fuera de duda. Lo dicho, señorita: importa más la técnica que el tamaño". Al oír aquello la encuestadora se vuelve hacia su compañera, que estaba en el rincón opuesto del restorán, y le grita a voz en cuello: "¡Kinseya! ¡Anota a otro de pija corta!". Me gustó la valiosa encuesta de Vanguardia porque saca a la luz un tema, el de la sexualidad, que ha estado cubierto por telarañas de morbo y moralina que oscurecen ese precioso don puesto en nosotros para perpetuar la vida, y también para obtener de él los inefables gozos y deleites que ofrece la plenitud de la relación humana cumplida en el amor. Tal es también uno de los fines que a través del humor, vehículo desmitificador por excelencia, se ha propuesto el autor de estas modestas líneas. El señor salió al jardín y se puso a brincar para hacer ejercicio. "Mira, mami -comenta divertida su hija-. Mi papi anda saltando como cabrito". Replica la señora: "No le quites los años". El organillero le daba vueltas al manubrio de su instrumento al tiempo que una muchacha curvilínea, vestida sólo con brevísimo y sensual atuendo y atada por el cuello con una cadenita que el individuo sostenía, hacía voluptuosas evoluciones en el tubo que el propio organillero había puesto en la acera de la calle. El sombrero que el hombre tendía a los transeúntes estaba lleno de billetes. Le dice el tipo a uno que se detuvo a ver aquel inusitado show: "Antes usaba un chango, mico o mono, pero luego se me ocurrió esta idea". Nalgarina Grandchichier, vedette de moda, le contó a su amiga Pomponona, también danzarina y cantatriz: "Mi novio es como el café: fuerte, y me mantiene despierta toda la noche". "Pues el mío -declara Pomponona-, es como el chocolate: caliente, y se me va directo a las caderas". Viene ahora un cuento de color subido. Lo leyó doña Tebaida Tridua, presidenta ad vitam interina de la Pía Sociedad de Sociedades Pías, y sufrió un ataque de fricasmo, estremecimiento de la piel también llamado cutis ansarino o, comúnmente, "carne de gallina": erección de las papilas de la piel por acción del frío o de alguna emoción. Las personas que no quieran sufrir un ataque de fricasmo, estremecimiento de la piel también llamado. etcétera, deben saltarse hasta donde dice FIN. Una mujer de vida alegre fue atropellada levemente por un automóvil. En el hospital le dijo al médico, angustiada: "¡Doctor, creo que he perdido la vista!". Le pregunta el facultativo poniéndole frente a los ojos la mano con tres dedos alzados: "A ver: ¿cuántos dedos tengo ahí?". "¡Dios mío! -exclama la mujer con aflicción-. ¡También he perdido la sensibilidad!". (No le entendí). FIN.

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