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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

El padre Arsilio estaba confesando a Colchona, mujer de vida no difícil. "Hija mía -la amonestó-, ¿qué ganas con esa vida que llevas?". "Oiga, padre -se enoja Colchona-. ¿Esto es confesión o auditoría?"... Preguntó la maestra a las niñas: "¿Saben ustedes qué es un smoking?". "Sí -contesta Rosilita-. Es un traje que se ponen los señores y al día siguiente andan de mal humor porque les duele la cabeza"... La muchacha le dice a su novio" ¿Verdad, Fecundino, que dicen que al hombre se le conquista por el estómago?". "Eso afirma un viejo dicho" -responde él. "Bien -le informa la muchacha-. Date por conquistado, porque el mío me está creciendo"... La linda chica ponía fundadas objeciones a las lúbricas demandas del obstinado galán concupiscente. "Hagamos una cosa, Susiflor -sugiere entonces el voluptuoso tipo-. Echemos un volado. Si cae águila, haremos lo que yo quiero. Si cae sello, haremos lo que tú no quieres"... El inspector escolar le pregunta a Pepito: "Dime, buen niño: si 2 y 2 son 4; 4 y 4 son 8, y 8 y 8 son 16, ¿cuántas son 16 y 16?''. "No joda -le dice Pepito con voz llena de rencor-. A mí me está dejando la más difícil''... Se casó Meñico Maldotado. Al empezar la noche de bodas salió del baño envuelto en elegante bata. Con gentil movimiento desató el cinto de la prenda y la dejó caer a sus pies con gesto de conquistador. Al hacer eso quedó frente a su mujercita in puris naturalis, o sea en peletier. Lo ve ella de arriba abajo y luego dice: "¡Gracias, Meñico! ¡Ahora ya no me va a dar pena tener el busto tan pequeño!''... Picio era más feo que un coche por abajo. Así, se sorprendió bastante cuando una joven señora de estimables prendas físicas lo llamó desde su automóvil, lo invitó a subir en el vehículo, y luego le pidió que la acompañara a su casa. Al llegar al domicilio de la dama le dice ella a Picio bajando la voz: "Vayamos a la recámara''. Subieron a la alcoba. Ahí se hallaba un niño. Con grave acento se dirige a él la joven madre, al tiempo que le señalaba a Picio: "Ya ves que no eran mentiras, Ladillito. Te dije que si seguías portándote mal iba a venir el coco''... Llegó un correcto señor al hotel, y pidió que le asignaran una habitación. Cuando se vio a solas en ella tomó inmediatamente el teléfono y marcó un número que cierto amigo suyo le había dado. Una voz de mujer le contestó. Sin más trámites dijo el señor: "He sabido que son ustedes especialistas en experiencias eróticas inusitadas. Quiero que me manden al cuarto 110 del Hotel Etipo una mujer que pese 200 kilos, un hombre de color, un muchacho vestido de oficial nazi, una chica disfrazada de mucama y un perro gran danés. Pagaré lo que sea con tal de cumplir mis fantasías eróticas". Le dice la voz femenina: "Está bien, señor. Pero para llamadas fuera del hotel debe usted marcar primero el cero". Empédocles Etílez y Astatracio Garrajarra, sujetos dados a empinar el codo, se citaron en la cantina. Alguien les había dicho que el licor era su peor enemigo, y se formaron el propósito de acabar con él. En silencio se sentaron y alzaron, mudos, los sendos vasos de chínguere o soyate que el tabernero había puesto frente a ellos. Dice Astatracio: "¡Salud!''. Y lo amonesta Empédocles con hosco acento de reproche: "¿Venimos a beber o a platicar?''... "Dime, Poseidón -le pregunta la señora a su marido-. Si me diera yo un balazo ¿lo sentirías?''. "¡Naturalmente que sí! -responde el tipo-. ¿Acaso crees que estoy sordo?''... Había caído ya la noche cuando un elegante caballero llegó al convento de la Reverberación. Con una capa española se protegía del viento nocturnal, y un amplio chambergo de negro color cubríale la cabeza. El visitante hizo sonar la campanilla que servía para anunciar que en la puerta había alguien. Abrió un visillo la madre portera, y preguntó: "¿Quién a deshoras turba la paz de esta casa de oración?". Con otra pregunta respondió el recién llegado: "¿Puedo hablar con la abadesa del convento?". Replica la portera: "La madre abadesa se ha retirado a su celda. Está leyendo ahora el Libro de Horas, o alguna piadosa página del Flos Sanctorum. Por ningún motivo, así sea muy grave, puedo interrumpir sus piadosas lecturas". "En ese caso -replica el caballero- ¿podría yo hablar con alguna de las reverendas madres?". Contesta la portera: "Todas están ya recogidas". "¡Señora mía! -prorrumpe, impaciente, el caballero-. ¡No me interesa la vida privada de las hermanas! ¡Yo lo único que quiero es comprar una botella de rompope!". FIN.

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