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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

El marido de lady Guinivére se fue a combatir en la Cruzada. Antes de emprender la marcha, sin embargo, hizo poner a su esposa el consabido cinturón de castidad. Dos días después de que el guerrero dejó su casa se presentó en ella un rendido trovador. Poniéndose de rodillas ante Guinivére le dijo: "Señora mía: tienen vuestros ojos el azul del cielo, y son vuestras mejillas como encendidas rosas que...". Ella interrumpió al encendido vate. Le dijo: "El abrelatas está en el cajón de la alacena"... Cargó Babalucas su camión con melones que compró a 3 pesos cada uno. Fue al mercado y los vendió a 3 pesos cada uno. Cuando hizo las cuentas se encontró con que no se había ganado ni un centavo. Dice: "Ya sabía yo que necesitaba un camión más grande"... Un señor de ya avanzada edad llegó a una farmacia. Le preguntó al farmacéutico: "¿Tiene Viagra?". "Sí hay" -responde el hombre. "Deme un frasco". Inquiere el de la farmacia: "¿Trae usted receta?". "No -contesta el señor-, pero puedo mostrarle el retrato de la chica a la que convencí por fin, y usted no tendrá corazón para negarme el producto"... Ha empezado la temporada de los incendios forestales. Yo tiemblo por los bosques de la hermosísima Sierra de Arteaga, cerca de Saltillo, en mi natal Coahuila. Casi no pasa año sin que se incendien ahí cientos -a veces miles- de hectáreas de terreno boscoso en el que crecen altos pinos, encinos y otras especies de árboles cuya existencia es indispensable para la fauna que tiene el bosque como hábitat, y para el equilibrio ecológico. Con frecuencia esos incendios son resultado del descuido de algún torpe excursionista o cazador, de algún paseante que en día de campo con su familia no apagó bien la lumbre que encendió para asar carne o calentar el lonche. Pero en ocasiones esos incendios son culposos: los inicia alguien que quiere luego aprovechar los árboles quemados para vender su madera. Ese abuso se debe reprimir con energía. Han de tomarse todas las providencias de modo que tal recurso no sea ilícitamente aprovechado a fin de obtener lucro a cambio de un bien tan importante, que tardará en renovarse muchos años. Yo siento pena cuando veo bajar por los caminos de la montaña grandes camiones cargados con troncos de árboles quemados. Sé que el bosque es un recurso que debe ser aprovechado, pero sé también que ese aprovechamiento debe hacerse en forma racional, sin dañar irremisiblemente, por ignorancia, negligencia o ambición, lo que pertenece a las generaciones venideras. Temo que los nietos de nuestros nietos lleguen a conocer los árboles del bosque sólo en antiguas fotografías. Espero entonces que se evite esa forma de depredación, y todas las que amenazan a esa hermosa e indispensable criatura de la naturaleza: el árbol... Amadino Nervio, romántico bardo, aceptó la compañía de una pobre mujer que necesitaba algo de dinero para llevar a su casa. Terminado el trance la acompañó a la puerta de su buhardilla. Le preguntó ella con timidez: "¿No me vas a dar nada?". "Ah, sí; perdona" -se disculpa Amadino. Va a su mesa de escribir y toma la pluma, una atómica que tenía, de tinta verde. La pobre joven pensó que le iba a escribir un cheque. Se engañaba la infeliz. ¿Acaso escriben cheques los poetas? No. Le entregó un papelito que decía: "Te llevo en mi corazón, / amante, constante y fiel. / Sacaranme el corazón / mas no sacarante de él. Con los saludos afectuosos de A.N.". Ella leyó el papelito y dije luego, desolada: "Pero con esto no podré llevarles un pan a mis hijos". Replicó Amadino con mucha dignidad: "Soy poeta, señorita, no panadero"... Una elefanta pasa junto a dos elefantes. "¡Qué elefantona! -exclama uno de ellos con admiración-. ¡Ha de medir 550-890-550!... Pepito había visto siempre con atención profunda lo que hacen los perritos en la calle. Aquella tarde sus papás estaban en la recámara cerrada. Se había acabado el agua, de modo que la sirvienta calentó una tina para bañarse. Iba con la tina rumbo al baño cuando la ve Pepito. Se atraviesa el niño con los brazos abiertos en la puerta de la recámara de sus papás y le dice muy alarmado a la muchacha: "¡A ellos no. Famulina! ¡Ellos se despegan solos!"... La señora le dice a su hijito estrechándolo entre sus brazos: "¡Te quiero porque eres un sinvergüenza, como tu papá!". "Oye -protesta el marido-. Yo nunca he sido un sinvergüenza". Replica la señora: "Dije que como su papá"... FIN.

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