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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

El trasero de la mujer siempre ha fascinado al hombre. Dígalo si no el abundante nalgatorio de la arqueológica Venus de Willendorf; díganlo también los muy profusos glúteos de la Afrodita Morpho, que inspiraban pensamientos de molicie incluso a los espartanos. Uno de los adjetivos que a Venus aplicaban los antiguos griegos era el de "Calipígica", que significa "la de hermosas nalgas". Aun los bardos, gente de refinada sensibilidad, han sucumbido a ese encanto. Ramón López Velarde, católico poeta, confesaba su devoción por la grupa bisiesta de Zoraida. Hasta los más circunspectos caballeros se rinden al mórbido atractivo. Sir Neville Chamberlain, primer ministro que fue de la Inglaterra, solemne señor, y mesurado, caminaba cierto día en un parque londinense atrás de una bella muchacha conocida por su ingenio y su cultura, pero dueña también de redondeadas formas. Oyó la joven los pasos tras de sí, y volvió la cabeza para mirar quién la seguía. Se sorprendió mucho al ver a Chamberlain. "¡Sir Neville! -le reclamó asombrada-. ¿Usted?". "Perdona, linda -respondió él-. Es que no sabía si gozar de la conversación o de la vista". ¡Y eso que era inglés! Muchos hombres se han enamorado de una mujer a primera vista cuando ni siquiera le han visto la cara. Mi abuela Liberata amonestaba a sus hijos varones en edad de buscar novia. Les decía: "La mujer por lo que valga, no por la nalga". Con eso les quería enseñar que debían escoger esposa mirando a los valores que tuviera la doncella, no a su belleza física. Los exhortaba: "Búsquense una muchacha de buen fondo". "Pero, mamá -oponía mi tío Rubén-. ¿El fondo quién se los ve?". (Este tío Rubén, inolvidable, fue padre de mi querido primo, el popularísimo Profesor Jirafales). Desde luego, aparte de las prendas posteriores hay otras dotaciones femeninas que también seducen. Escribió Anatole France: "Una mujer sin busto es como una cama sin almohadas". Las piernas de la mujer encantan igualmente. Se extrañaba Mae West: "No sé por qué los hombres nos ven tanto las piernas, y luego es lo primero que hacen a un lado". Pero, según demostró Kinsey, a los ojos del varón el atractivo mayor de la mujer es el de la parte sur. ¿Por qué? Siempre he pensado que todo tiene explicación a la luz de la naturaleza. Lo que se aparta de ella no sólo es inexplicable: también es culpa contra la vida. Una competente dotación trasera en la mujer es buen indicio de maternidad. Sin darse cuenta de ello el varón es convocado por esa promesa vital. La naturaleza -que para los creyentes es una forma de nombrar a Dios- puso en la mujer esas fascinadoras carnaduras, primero, para atraer al hombre a la unión con la mujer -"The tender trap" que cantaba Frank Sinatra- y perpetuar así la especie, y luego como sabio contrapeso que sirva de equilibrio a la madre cuando lleva en su vientre a la criatura. Cosa de biología e ingeniería, pues, y no de estética. Pero ¿a qué viene esta lucubración sobre las pompas -ricas pompas- femeninas? Sirve de exordio al picante chascarrillo que narraré en seguida... Un individuo fue al lobby bar del hotel en que se hallaba. Su propósito era tomarse un buen tequila doble. En el extremo de la barra, de pie, estaba una mujer de prominentes atributos posteriores. Quién sabe por qué estaría de pie, si tanto tenía con qué sentarse. El hombre clavó una golosa mirada en el munificente atractivo de la dama. Advirtió eso el cantinero, y con voz hosca le reclamó al sujeto: "Oiga, amigo, no esté mirando así a esa señora. Es mi esposa". "Yo no la estoy mirando" -contestó el otro. "¡Y encima lo niega! -bufó el tabernero-. ¡Pero si desde que llegó no le ha quitado la vista de ahí atrás!". "Se equivoca, señor mío -replicó el individuo-. Ha de saber usted que pertenezco a la Legión Condal, y quienes a ella pertenecemos no acostumbramos incurrir en semejantes ligerezas". "Podrá usted pertenecer a la Legión Extranjera -retobó el de la cantina-, pero no ha dejado de ver el trasero de mi esposa. Ya no la esté mirando, o vamos a tener problemas". Respondió el tipo con actitud de ofendida dignidad: "Vuelvo a decirle que yo no me rebajo a esas vulgaridades. Mi pensamiento está muy por encima de tales devaneos. Y ya no me esté molestando. Sírvame un teculo doble"... FIN.

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