Hay quienes creen que con la edad empieza uno a olvidar las cosas. Se equivocan. Con la edad empieza uno a recordarlas. Cuando menos las esperas llegan a visitarte las memorias, esas antiguas damas a las que el tiempo aureola de prestigio, y cuya conversación es deleitosa. Ayer, por ejemplo, evoqué a mi tía Hortensia: doña Hortensia Dávila de Plata. De oro era esa bonísima señora, prima de mi madre. Vivía en Patos, la antigua Villa de General Cepeda, solar primero del marquesado de San Miguel de Aguayo. Ahí vivió también Francisco de Urdiñola, el Joven, un personaje de leyenda. Estando en Patos supo que su mujer gozaba en Mazapil, de Zacatecas, la compañía de un amante. Esa noche invitó a los vecinos principales a una fiesta. En lo más animado del convivio pidió disculpas a la concurrencia, pues -dijo- sentía un leve malestar. "Cenad vosotros -les pidió-. Vuelvo en seguida". Así diciendo salió a ocultas de la casa, y al galope de su caballo -previamente había dispuesto postas de trecho en trecho para ir cambiando de cabalgadura-, llegó al lejano Mazapil; sorprendió a los amantes en el lecho, y les dio muerte. Al galope otra vez regresó a Patos, y se presentó ante sus invitados, que estaban aún en la casa disfrutando los últimos minutos de la fiesta. Ellos le sirvieron luego de testigos para apartar de él cualquier sospecha que lo relacionara con el crimen. Tiempo después llegó a la villa un oidor encargado de investigar las muertes. So pretexto de agasajarlo hizo que Urdiñola bebiera copa tras copa vino. Bajo la mesa, oculto por el mantel, estaba un escribano que recogería las palabras del hidalgo y daría testimonio irrecusable de su culpa. Urdiñola, jactancioso, narró el artificio que había usado para matar a su esposa y al amante de ésta. El oidor pensó que tenía ya el testimonio para incoar proceso al asesino. Cuál no sería su sorpresa -la frase es obligada- cuando al levantar el mantel que ocultaba al escribano vio- ¡horror!- que estaba muerto. Mientras Urdiñola, aparentemente ebrio, narraba su crimen, había ahorcado con sus rodillas al infeliz testigo. Hay quienes dicen que todo esto es fantasía. Historiadores muy sesudos han demostrado con un mar amarillo de papeles que Urdiñola el Joven ni siquiera existió. Yo les pregunto: si no existió ¿entonces quién galopó de noche a Mazapil, y quién mató a los amantes, y quién con las rodillas ahorcó a aquel escribano? La Historia, aunque diga la verdad, miente. La leyenda, aunque mienta, dice la verdad. Existió ese Urdiñola, claro, como existe el Quijote, como existen Pedro Páramo o José Arcadio Buendía, que son más reales que sus inventores. Pero estaba yo hablando de mi tía Hortensia. Era enfermera, encargada de los servicios de salud del Municipio. Le pidieron que hiciera un censo de las enfermedades más comunes en General Cepeda. Llamó a una casa, y abrió la puerta un individuo cuyo rostro estaba marcado por profundas cicatrices dejadas por la viruela que sufrió de niño. Le preguntó mi tía su nombre. "Fulano de tal" contestó el nombre. "Enfermedades que ha padecido". Respondió el sujeto: "Ninguna". "¿Ninguna?" -repitió ella la pregunta fijando en el hombre una murada inquisitiva. "Ninguna" -repitió el hombre con voz firme y retadora actitud. Mi tía Hortensia entonces, sin inmutarse, escribió en el renglón correspondiente: "Cacarizo de nacimiento"... Yo he llegado a pensar que los mexicanos somos malinchistas de nacimiento. Tendemos por naturaleza a denostar a nuestro país, y aunque no soportamos que ningún extranjero hable mal de él, decimos de México las peores cosas. No pensamos en lo mucho bueno que tenemos. Es cierto: afrontamos ahora oscuros tiempos. Pero saldremos de esa oscuridad. Seguimos viviendo. Sigamos, entonces, viviendo. Hagamos que nuestras vidas sean contraste de la muerte. Que nadie nos arrebate la esperanza, ni nos quite la fe en nosotros mismos. Con nuestra labor de cada día y nuestra confianza en el futuro; con nuestra participación de ciudadanos y nuestro amor a México, ayudemos a que lleguen días mejores... FIN.