"Entonces mi novio me llevó al asiento de atrás de su vochito, y me pidió que pusiera un pie en cada una de las correas que están junto a las puertas". Así dijo Pirulina al confesarse con el padre Arsilio. "¡Carajo! -exclamó estupefacto el buen sacerdote-. ¡Veinte años tengo de manejar un vocho, y hasta ahora sé para qué sirven las correítas ésas!"... Hube de hacer un trámite fiscal en la administración local del SAT -Servicio de Administración Tributaria-, de la Secretaría de Hacienda, en mi ciudad, Saltillo. Para hacerlo separé el día de ayer, completo, y separé también el resto de la actual semana, del corriente mes y del presente año, pues pensé que iba a toparme con el vía crucis de ventanillas e irritante tramitología que enfrenta el señor pérez en su trágica lucha contra La Burocracia, según relata en su columna "Mirador" mi querido compañero de página y amigo de toda la vida, el señor Fuentes Aguirre, con quien llevo tan buena relación. Cuál no sería mi sorpresa -hermosa frase- cuando en vez de eso encontré un personal amable y eficiente que me brindó su orientación y ayuda, y que en menos de media hora resolvió el asunto que me había llevado ahí. Hasta un cafecito me tomé en la breve espera que hice antes de que me llegara el turno. Alguien dirá que eso se debió a que conozco al señor Fuentes Aguirre, y fui atendido entonces en forma especial. Quien eso diga se equivocará, pues todos los contribuyentes que estaban antes y después de mí recibieron la misma atención. (Ante la muerte y ante Hacienda todos somos iguales). Agradezco esa eficiencia y esa amabilidad, que hablan de una buena organización y un excelente desempeño en bien de los ciudadanos, y correspondo a ellas con un aplauso de reconocimiento, dado además con ambas manos, para mayor efecto: ¡Clap clap clap clap clap clap clap!... Doña Macalota y su esposo, don Chinguetas, fueron a pasar vacaciones veraniegas en su finca del campo. A la señora no le gustaba mucho ir ahí -"soy flor de asfalto", decía con orgullo-, pero su marido encontraba en el campo motivos de exaltación espiritual, y ella lo acompañaba siempre, pues luego él accedía a que su esposa fuera a San Antonio a renovar su guardarropa. Aquella vez doña Macalota se encontró con la novedad de que en lugar de la añosa y robusta campesina que estaba a cargo de la casa, ahora ese puesto lo ocupaba una garrida moza de 23 abriles, opulenta de busto y de ancas rica. Cuando Dios da, da a manos llenas, y con lo que dio a esa muchacha se habrían podido llenar las manos de toda la población viril de la comarca. Praise the Lord! Entró en sospechas doña Macalota cuando su cónyuge, que usualmente dormía hasta la hora en que había ya caldo en las fondas, le dijo que a partir del día siguiente se levantaría a las 5 de la mañana a caminar, pues a esa hora los pajarillos del campo rompían a cantar, y sus canoros trinos le llenaban el alma de armonía y paz. Supuso que más bien lo que iba a hacer don Chinguetas era ir al cuarto donde dormía la muchacha a refocilarse con ella en el deliquio de la pasión carnal. Así, esa noche le dijo a la bien guarnida joven que podía irse a dormir a su casa. Doña Macalota, por su parte, se mantuvo despierta, y poco antes de las 5 de la mañana fue a acostarse en la cama de la lozana fámula. Ahí esperó, en la penumbra de la madrugada. Sus sospechas se vieron confirmadas: a las 5 en punto se abrió la ventana de la habitación, y a poco doña Macalota gozó de un apasionado trance erótico totalmente inédito, pues en el lecho don Chinguetas se mostraba con ella siempre parco, circunspecto, parsimonioso, mesurado y decoroso, y en cambio ahora era un volcán de ardiente lava; un fumífero Etna; un ignívomo Vesubio; un Stromboli de repetidas erupciones. "¡Papacito! -profirió doña Macalota en lúbrico arrebato de pasión-. ¡Hazme otra vez el amor! ¡Transpórtame de nuevo al clímax de la plenitud sensual!". Le respondió una voz de hombre que ella no conocía: "Ahora no puedo transportarte a eso que dices, linda. Debo ir a ordeñar las vacas". ¡Qué barbaridad! El hombre no era su legítimo esposo, don Chinguetas! ¡Era el rudo gañán encargado del establo! Debería doña Macalota tomar algunas clases de educación sexual, para preguntar por lo menos: "Perdone: ¿con quién tengo el gusto?"... FIN.