Doña Uglilia era más fea que rascarse el trasero cuando están tocando el Himno Nacional. Si la veías de lejos parecía un rinoceronte; si la veías de cerca querías que mejor fuera un rinoceronte. En cierta ocasión ella y su marido fueron de vacaciones a Acapulco. La primera noche de su estancia abrió doña Uglilia la ventana del balcón y suspiró: "¡Qué noche tan romántica!". "¡Ah, no! -protesta con vehemencia desde la cama su marido-. ¡Estoy de vacaciones!"... Un maduro caballero con aspecto de abuelito fue a una tienda de departamentos y se compró el mejor trenecito eléctrico que había en existencia. Era una maravilla: la pequeña locomotora arrojaba humo por la chimenea; sonaban su silbato y su campana; se oía la voz del conductor diciendo: "¡Váaamonos!". El empleado de la tienda, tras envolverle el precioso regalo al caballero, le comenta: "A sus nietos les va a encantar el trenecito". "Tiene usted razón -dice el señor tras pensar un poco-. Deme otro"... La señora llegó con un vestido nuevo a su casa. "Costaba 2 mil pesos -le informa a su marido-, pero estaba rebajado a mil. Lo compré con los otros mil pesos, los que le rebajaron, de modo que no me costó nada".... El tendero, hombre fosco y mal encarado, le preguntó a la muchacha que llegó: "¿Qué quiere?". Responde ella: "Una barra de pan. Y, si tiene huevos, una docena". El hombre se vuelve a su ayudante y le ordena con tono violento: "¡Trece barras de pan!". (No le entendí)... Supongo que en algunos lugares de México se conserva aún la antigua tradición de la quema de judas (con minúscula). Los tales judas eran monigotes que se colgaban de una cuerda tendida de uno a otro lado de la calle, y a los que se prendía fuego -a veces con estrépito de cohetería- ante el contento y regocijo del pueblo. A veces los judas tenían figura de personajes conocidos, o encarnaban los vicios que la gente detestaba. En tiempos de la rebelión cristera, cuando la Iglesia Católica y el Estado Mexicano se enfrentaron en una cruenta lucha -los poderosos de uno y otro bando miraban los acontecimientos desde arriba, mientras abajo el pueblo de ambos bandos se mataba-, en esos tiempos digo, los gobiernistas quemaban judas en la forma de curas con sotana, y los creyentes ponían fuego a monigotes con la traza de Calles u Obregón. No quiero ni pensar a cuántos judas quemaría el pueblo hoy, si pudiera. Cada quema sería una pequeña revolución en contra de todos los males de injusticia que los pobres de México padecen: el hambre, la ignorancia, la insalubridad, la falta de trabajo. Quizás los que vivimos vida regalada, los que todo lo tenemos de sobra y no nos falta nada, y somos indiferentes al sufrimiento ajeno, y nada hacemos en bien de nuestro prójimo, seríamos objeto de esa quema. No quiero ni pensarlo, motivo por el cual doy paso a otras naderías inanes. Entró Astatrasio Garrajarra, ebrio consuetudinario, en una chocolatería. Le pregunta a la encargada: "¿Tienen chocolates de esos que llevan coñac adentro?". Responde la muchacha: "Sí hay". Le pide el temulento: "Me da 5 kilos de adentros". Llegaron dos marcianos a la Tierra, y aterrizaron con su platillo volador en una gasolinería que a esa hora estaba cerrada, pues pasaba ya la media noche. Los marcianos descienden de su nave y el primero va hacia una de las bombas de gasolina. "Llévame ante tu líder" -le ordena. Como es natural, no obtuvo ninguna respuesta. "¡Llévame ante tu líder!" -repitió con acento perentorio el visitante espacial. El otro marciano le sugiere en voz baja: "No le hables así. Creo que ese terrícola es muy peligroso". "Tú no te metas" -lo rechaza el marciano. Y dirigiéndose otra vez a la bomba de gasolina la amenaza: "Si no me llevas de inmediato ante tu líder te destruiré". De nuevo, cosa muy explicable, se quedó sin respuesta. El marciano, entonces, tomó su arma y lanzó contra la bomba un rayo destructor. Se produjo un tremendo estallido, por la explosión de la gasolina, y los dos marcianos fueron a caer a 30 metros de distancia, heridos y quebrantados. "Tenías razón -le dice con doliente voz a su compañero el que había disparado-. ¿Cómo supiste que aquel terrícola era peligroso?". "Se veía a las claras -responde el otro-. Tiene que ser peligroso un tipo cuya cosa le da dos veces la vuelta alrededor del cuerpo, y todavía alcanza a colgársela en la oreja"... FIN.