Libidiano llevó a Susiflor a un apartado paraje en su automóvil. Estacionó el vehículo y le dio a la chica un prolongado beso. Ella correspondió en tal forma que el salaz sujeto se sintió autorizado a tomar la mano de la muchacha, que puso en cierta parte suya. Ella, enojada, le dijo: "¡Sólo tengo tres palabras para ti! ¡Eres un grosero!". Responde Libidiano: Y para ti yo tengo otras tres palabras. ¡Suéltame de ahí!". Cornuliano le dice a un amigo: "Ese banco es muy bueno: si haces un depósito de 50 pesos el gerente te invita a cenar, y luego te lleva a pasar un fin de semana en Cancún". "No puede ser -opone el otro-. ¿Tú recibiste ya esa invitación?". "Yo no, -responde orgullosamente Cornuliano-. Pero mi esposa sí. Tres veces"... El empresario del teatro de revista le dice a su coreógrafo: "Algunas de las muchachas se quejan. Dicen que a las chicas más redonditas y chapeadas las pones en primera fila, y a ellas las colocas siempre atrás. ¿Por qué haces eso?". Responde el tipo: "Es que antes de ser coreógrafo vendía jitomates en el mercado"... Aquel señor fue a una tlapalería. "Hay un ratón en mi casa" -le dice al encargado. "Esto es lo que usted necesita -le ofrece el dueño mostrándole una lata de aerosol-. Simplemente rocíele este líquido alrededor del agujero". Replica el señor: "Si me pudiera acercar tanto, ya mejor agarraría al ratón"... Comentaba en el bar un individuo: "Tengo una esposa que cocina estupendamente; una esposa que hace el amor como una cortesana; una esposa que gana buen dinero trabajando... Ojalá nunca se conozcan las tres"... Llegó la señora a su casa y sorprendió a su marido en brazos de la criadita. "¡Te me largas!" -profirió la mujer hecha una furia. "Sí, señora" -dijo con mansedumbre la muchacha. "¡A ti no te estoy hablando! -precisa la señora-. ¡Tú te quedas!"... El médico dejó su coche en el estacionamiento, y caminando se dirigió al hospital. Todas las mujeres con las que se topaba iban llorando, y todas decían con lamentoso acento: "¡Murió Pilongano! ¡Murió Pilongano!". Al llegar al hospital vio que las enfermeras lloraban también. "¡Murió Pilongano! -gemían todas-. ¡Murió Pilongano!". El cortejo de plañideras parecía venir de la morgue. Hacia allá fue el médico. En torno de una de las mesas del anfiteatro estaba otro coro de mujeres que lloraban. "¿Por qué te fuiste, Pilongano? -clamaban gemebundas-. ¿Qué vamos a hacer sin ti?". Se abrió paso el doctor, y vio tendido sobre la plancha el cuerpo de un individuo excepcionalmente bien dotado. Era por él por quien lloraban todas las mujeres. Cuando volvió a su casa le dijo el galeno a su esposa: "Ahora que fui al hospital todas las mujeres estaban llorando por un individuo que murió. Lo vi en la morgue: jamás había observado a un hombre tan muníficamente dotado por la naturaleza". "¡Ay de mí! -rompió la señora a llorar estrepitosamente-. ¡No me digas que murió Pilongano!". Le pregunta una vedette a otra: "La primera vez que hiciste el sexo ¿fue por amor o fue por dinero?". Se queda pensando la otra, y luego responde: "Cinco pesos no era mucho dinero. Supongo entonces que más bien fue por amor"... Wilderio, joven de modales finos, pasó junto a un apuesto general. "¡Adiós, mi rey!" -le dijo. El mílite se vuelve con enojo y le mostró las insignias de su generalato. "¿Cómo mi rey, imbécil! -le reclamó, iracundo-. ¿No ves acaso estas estrellas?". "¡Ay, sí, perdón! -se cubre Wilderio la boca con las manos-. ¡Adiós, mi cielo!"... Don Algón le pregunta a la curvilínea chica que aspiraba al puesto de su secretaria: "¿Qué sabe usted hacer?". Responde ella con una sonrisa sugestiva: "¿En la oficina o fuera de ella?"... Fue Babalucas a una casa de mala nota. Le pregunta a la madama: "¿Cuánto cuesta una mujer?". Responde ella: "Depende del tiempo". Arriesga el badulaque: "Digamos, lloviendo y con mucho aire"... Llegó un sujeto de aire rústico al consultorio de un médico de la ciudad, y sin más ni más le pide a la recepcionista: "Dígale al médico que necesito verlo. Tengo un problema en el pizarrín". "¡Shhh! -le impone silencio la muchacha-. ¿No ve que hay gente aquí, damas y niños? Use otra palabra, y no ésa que empleó con tanta plebeyez y grosería. Diga por ejemplo: 'Tengo un problema en la oreja'". "Está bien -cede el paleto-. Dígale al médico que necesito verlo. Tengo un problema en la oreja". "Muy bien, señor -dice, ya más tranquila la recepcionista-. Dígame: ¿qué problema tiene usted en la oreja?". Contesta el barbaján: "No se me levanta". FIN.