El señor cura era algo sordo. Le dice el penitente: "Me acuso, padre, de que tengo relación carnal con una mujer casada". "No te oigo" -responde el sacerdote poniéndose una mano en la oreja. Repite el penitente en voz más alta: "¡Me acuso, padre, de que tengo relación carnal con una mujer casada!". "Habla más fuerte, hijo -vuelve a decir el sacerdote-. Soy un poco duro de oído". A voz en cuello grita el individuo: "¡¡¡Le digo, padre, que tengo relación carnal con una mujer casada!!!". Para entonces ya todas las feligresas que estaban en el templo habían oído las voces, y alargaban el cuello con curiosidad para ver y oír más. El tipo, que advirtió eso, sale del confesionario y y dice a la concurrencia femenina: "En vista de lo sucedido, señoras, no me queda más que ponerme a sus muy apreciables órdenes"... Don Languidio llegó a su casa después de la consulta con el médico. Le contó a su mujer, doña Avidia: "Dice el doctor que tengo alta presión". "Posiblemente -replica ella con sequedad-. Pero la presión no la tienes donde deberías tenerla"... Un cubano residente en Miami compraba todos los días el periódico, echaba una ojeada a la primera plana y luego lo arrojaba sin más al bote de la basura. El encargado del puesto le preguntó: "Perdone usted, señor: ¿qué es lo que busca en el periódico?". "El obituario" -responde el individuo. Le dice el puestero: "El obituario viene en la página 5". "Ya lo sé -contesta el cubano-. Pero cuando muera el caborón cuya muerte estoy esperando, el obituario vendrá en primera plana"... Le pregunta alguien a don Chinguetas: "¿Dónde pasaste las vacaciones de Semana Santa?". "En el Pacífico" -responde él. "¿En el Océano Pacífico?" -se admiró el otro. "No -replica don Chinguetas-. En el pacífico refugio de mi hogar"... El consejero matrimonial hablaba con Fecundino Pitorreal. "Su esposa está agotada -lo amonesta-. Dice que le hace usted el amor hasta 9 ó 10 veces cada noche". "Es cierto -confiesa apenado Pitorreal-. Ésa es mi debilidad"... Hay más católicos ahora que hace 10 años. Hay menos católicos ahora que hace 10 años. Las dos afirmaciones son valederas. Por causa del aumento de población el número de católicos ha crecido en la última década. Pero en relación con la población total, el porcentaje de católicos es menor al que se registraba en el año 2000. No citaré cifras, pues las cifras no son mi fuerte. Soy hombre más de cuentos que de cuentas. Me limito a señalar la evidencia que muestra que el catolicismo, si bien sigue siendo -y por mucho- la religión mayoritaria en México, no goza ya de la unanimidad que prácticamente tuvo alguna vez. Yo soy del tiempo en que los protestantes eran mal mirados. Casi todas las casas mostraban en la ventana el letrero admonitorio: "Este hogar es católico. No admitimos propaganda protestante". En el cine aplaudíamos no sólo cuando aparecían en la pantalla las imágenes de Jesús o de la Virgen, sino también cuando salía un sacerdote. ¡Cuántos aplausos recibieron don Carlos Martínez Baena o don Domingo Soler, actores especializados en representar personajes de sotana! Si el Miércoles de Ceniza alguien no llevaba en la frente el "jesusito" -así se llamaba la señal de ceniza impuesta por el sacerdote-, era considerado hereje, y se le miraba con hostilidad. Yo pienso que demasiada religión hace más daño que poca religión. He observado que los países donde la religión -cualquiera que ésta sea- es practicada con fanatismo, son los más atrasados. En algunos de ellos religión e ignorancia son términos sinónimos. Una de las mejores cosas que en el mundo existen es esa santa y sabia virtud llamada tolerancia. Afortunadamente esa virtud llega con los años, no sólo a los hombres, sino también a las sociedades. A la nuestra parece haber llegado ya. Lo dice el censo. Astatrasio Garrajarra, ebrio con su itinerario, fue a una fiesta e invitó a bailar a una señora. "Se ve usted bien borracho" -le dice ella. "Es usted muy amable, hermosa dama -contesta Garrajarra-. Y sobrio me veo mejor"... Don Astasio llegó a su casa cuando no se le esperaba. Entró en la recámara y vio un cuadro que lo dejó patidifuso: su joven esposa se hallaba en el lecho, y en el centro de la habitación estaba un tipo sin nada de ropa encima. Antes de que el estupefacto don Astasio pudiera articular palabra le dice el individuo: "Qué bueno que llegó usted, señor mío. Soy el abogado del banco, y le estaba diciendo a su esposa que así como estoy yo lo vamos a dejar a usted si no nos paga el saldo de su tarjeta de crédito"... Llegaron los recién casados a la suite nupcial donde pasarían la noche de bodas. El novio, muy nervioso, no acertaba a meter la llave en la cerradura de la habitación. Le dice con inquietud su flamante mujercita: "Quizá mejor dejamos para mañana lo de la noche de bodas, Leovigildo. Con esa puntería...". FIN.