Rosibel le contó a Susiflor: "Mi novio Libidiano me dijo anoche que si no le entregaba el tesoro de mi virginidad se quitaría la vida". "¡Dulces Nombres! -exclamó Susiflor, cuyo repertorio de interjecciones provenía de sus años de estudio en el colegio de las Madres de la Reverberación-. Y tú ¿qué hiciste?". Responde con laconismo Rosibel: "¿Acaso viste hoy su esquela en el periódico?"... Un jovenzuelo le dijo en el parque al señor de imponente presencia: "Mire usted aquellas dos mujeres, qué feas. Yo no me las tiraría ni aunque me pagaran". "¡Sofrene su lengua, majadero joven! -gruñó furioso el vejancón-. ¡Esas mujeres son mis hermanas!". "Entonces sí me las tiro, señor -corrige con premura el galancete-. Y gratis"... Babalucas le contó a un amigo lo que le había sucedido la noche anterior. "Pirulina me invitó a su departamento -le dijo-, quién sabe para qué. Cuando llegamos fue a su recámara, y regresó cubierta sólo con un ligero negligé, quién sabe para qué. Después me hizo bailar con ella, y se pegaba a mí, quién sabe para qué. Luego me llevó a la cama, quién sabe para qué. Yo no tenía sueño, y pensé que ella ya se quería dormir, así que me despedí de ella y me fui a mi casa". "Ahora me doy cuenta -le dice a Babalucas el amigo- de que eres miope". "¿Miope?" -se desconcierta el badulaque. "-Sí -confirma el otro-. Miope-ndejo"... Simpliciano le pedía a Dulcilí que se casara con él, pero la muchacha lo rechazaba una y otra vez. "Tú lo que necesitas -le decía-, es una muchacha bonita, inteligente, virtuosa''. "¡Yo no quiero una muchacha bonita, inteligente y virtuosa! -gemía Simpliciano-. ¡Yo te quiero a ti!''... Estamos en la Roma antigua. Dos romanos conversaban en una esquina de la gran urbe, cuando pasó una estupenda fémina. "¡Qué mujer! -exclama uno de los romanos con admiración-. ¡Debe medir XC-LX-XC!''... En tiempos del PRI vivíamos en una "democracia sui géneris" -así se decía entonces-, o sea en una democracia propia nuestra, diferente a todas las democracias que en el mundo han sido, desde la griega de los tiempos de Pericles hasta la americana que estudió De Tocqueville. Eso de "democracia sui géneris" quería decir que en verdad no había democracia. Ahora vivimos en otra democracia sui géneris, que no acaba de ser por completo democracia. En efecto, de la dominación de un solo partido pasamos a la dominación de varios partidos y partidejos que se han apoderado de la vida política de la nación y la manejan a su conveniencia, sin dar espacio a la acción de los ciudadanos, antes bien reclamando de ellos, por vía de sus impuestos, las cuantiosas sumas que se necesitan para el sostenimiento de una burocracia política y electoral más numerosa que las estrellas del cielo o las arenas del mar. Déjenme contar un cuento. En cierto pueblo se veneraba a San Amós. Una madura soltera, mujer de muy buen ver y de mejor tocar, le pedía al santo en voz alta que le mandara un hombre. Oyó eso un viajero apellidado Broz, que por entonces había llegado al pueblo. Para gozar los encantos de la atractiva dama ideó una estratagema. Se puso tras la imagen del profeta, y cuando ella llegó a hacer su cotidiana prez le dijo con voz grave: "Soy San Amós. Te ordeno que le des las éstas a mi amigo el señor Broz". Esa misma noche la devota mujer cumplió la orden del santo. Pero tanto le gustó ese cumplimiento que a mañana, tarde y noche asediaba al viajero con sus urentes ansias de mujer que al fin ha conocido obra de varón. Al término de una semana lo tenía ya en estado de total agotamiento, exangüe y escuchimizado. Se miró el viajero en riesgo de morir de extenuación, de modo que volvió a esconderse tras la imagen, y le dijo a la mujer: "Te ordeno que ya dejes en paz a ese hombre". "Pero, San Amós -opuso ella-. Tú me ordenaste que le diera las éstas al señor Broz". "Sí -replica el viajero con voz feble-. ¡Pero nomás una vez o dos!". No queremos volver al tiempo de un solo partido, ni serían suficientes dos; pero con tantos partidos como hay ahora los mexicanos estamos partidos. En la puerta de una casa un hombre y una mujer se besaban apasionadamente. Le dice una señora a otra: "¡Mira no más qué amor!''. "Sí, -responde la otra-. Pero no durará mucho. Mañana llega el marido''... Una guapa mujer acudió con el psiquiatra. "Doctor -le dijo-. Sufro un extraño desorden mental. Creo que soy paraguas''. "A ver -le pide el analista-. Acuéstese en el diván y ábrase''... FIN.