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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

El padre Arsilio estaba oyendo la confesión de Himenia Camafría, madura señorita soltera que confesaba siempre el mismo pecado, y con iguales palabras: "Me acuso, padre, de que me gustan los hombres". Sabiendo ya lo que iba a oír, el buen sacerdote se adormeció, y finalmente se quedó dormido. La señorita Himenia terminó de confesarse, y se marchó. En su lugar entró en el confesonario un feligrés. Sin saber que el penitente ya era otro, el padre Arislio despertó sobresaltado y dijo: "Sí, sí, ya sé que te gustan los hombres". Lleno de asombro exclamó el tipo con atiplada voz: "¡Brujo, brujo!"... Jactancio, sujeto presumido y baladrón, veía pasar a las mujeres del pueblo por la plaza. "Mira -le dice con aire de tenorio a un amigo-, esa muchacha que va ahí fue mía, y aquella señora también. La mujer de rojo fue mía igualmente, lo mismo que ésa del vestido azul. Las dos chicas que van juntas allá fueron mías también. A todas las he poseído, y a otras muchas más". "¡Caramba! -declara el amigo con admiración-. ¡Entre tu esposa y tú ya han poseído a casi toda la población masculina y femenina del pueblo!"... Monterrey, ciudad noble y generosa siempre, es ahora una ciudad atribulada. Han caído sobre ella males de la naturaleza, y otros que derivan de la mala naturaleza de los hombres. Sus habitantes, sin embargo, siguen trabajando, tesoneros, y formando a sus hijos en el bien. La Universidad Autónoma de Nuevo León es una institución con la cual me ligan vínculos de gratitud. Tuve el honor de ser maestro huésped de esa casa en la que han alentado espíritus ilustres que con su vida y obra dieron prestigio a Monterrey, a Nuevo León y a México. De ella recibí el más alto título de honor a que cualquier universitario puede aspirar. Ahora la universidad nuevoleonesa ha abierto las puertas de la Casa del Libro, recinto de cultura al servicio de toda la comunidad. Ocupa una hermosa residencia, de arquitectura mágica, situada en uno de los más antañones barrios regios. En ella, a más de libros, hay amplios jardines; salones para cursos, seminarios y talleres; un foro al aire libre; sala de exposiciones, y cafetería. Me propongo, como regalo de vida, ir ahí uno de estos días, y pasarme una hora, o dos, o más, en ese sitio que la Universidad ha dado -precioso regalo- a Monterrey, un mensaje de paz en horas de tormenta. Felicito al rector, doctor Jesús Ancer Rodríguez, por esa Casa del Libro en donde el libro está como en su casa. Llegó al pueblo un hombre guapísimo llamado Adonisio. Al punto todas las mujeres se prendaron de él: jamás se había visto en los contornos un hombre de apostura tan viril. De inmediato el recién llegado empezó a hacer estragos entre la población femenina. Doncellas lo mismo que casadas se le entregaban sin vacilación. El señor cura del pueblo se alarmó, pues no había mujer que no se rindiera a la majeza del labioso seductor. De nada valían las amonestaciones del asustado párroco: seguían cayendo las mujeres en las redes de aquel guapo galán. Harto de la situación, el señor cura reunió a todas sus feligresas, y les dijo que la que se acostara con Adonisio debería pagar una multa de 100 pesos, suma que se destinaría a las obras de reconstrucción del templo. Inútil fue aquel cobro: la cosa siguió igual, o peor. Desesperado, el sacerdote hizo llamar al tal Adonisio, y le dijo con indignación: "¡Esto no puede continuar así!". "Tiene usted razón, padre -contestó el sujeto-. Esto no puede continuar así. O me da un porcentaje de las multas o me cambio a otra parroquia"... Delante de su mamá el niño le pidió a la linda criadita, que estaba recostada en su cama: "Deja que me suba sobre ti, Mary Thorn". "¡Ah, no! -protesta la muchacha-. Ya estás muy grande; no puedo contigo". El pequeñíín se echa a llorar: "¡Y cómo con mi papá sí puedes!"... La secretaria llegó tarde a su trabajo. "¿Qué le pasó, Rosibel? -le dice su jefe en son de broma-. ¿Se le pegaron las sábanas?". "No, don Algón -responde ella apenada-. Se me pegó mi marido". Un joven le regaló a su novia un lindo cachorro de collie escocés. Le advirtió, sin embargo, que el animalito tenía pulgas. Así, la chica fue a la farmacia y pidió algo para matar pulgas. "Este producto es muy bueno -le dice el farmacéutico alargándole un frasquito-. Simplemente ponga unas cuantas gotas en las sábanas y listo". "No -replica la muchacha-. Lo quiero para mi collie". "¡Ah, caray! -se preocupó el farmacéutico-. En ese caso aplíqueselo con mucho cuidado. El líquido es muy fuerte, y puede dejarla completamente pelona de ahí".. FIN.

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