“¡En la cochera de una casa en mi colonia están sentadas varias mujeres desnudas!”. Así clamó indignada la señorita Peripalda, catequista, al llamar por teléfono a la policía. “Tienen permiso de hacer eso -le respondió el oficial de guardia-. Son muchachas del tacón dorado que decidieron retirarse del oficio, y están haciendo una venta de garaje”. No sé si las ideologías hayan muerto en estos borrosos tiempos que vivimos, pero sí sé que aquella antigua, clara división entre izquierdas y derechas se ha vuelto un batidillo que anula por igual a ambos extremos.Yo mismo llevo en mí esa confusión: he acabado por no saber si soy un conservador jacobino o un liberal con tufo ultramontano. Pondré un ejemplo que ilustra mi obnubilación. El Colegio Coahuilense de Investigaciones Históricas realiza sus sesiones en la antigua casona donde tuvo su residencia don Benito Juárez durante los meses que vivió en Saltillo. Tengo el honor de pertenecer a esa insigne institución de raíces profundamente liberales. Pues bien: solía yo lucir en mi sitial de socio numerario una pequeña estampa -una estampita- del infortunado príncipe Maximiliano, traviesa demostración de resistencia a la historiografía oficial. Sin embargo algunos de mis colegas me reprochan la idea que sostengo en el sentido de que el Colegio debe ser presidido siempre por un masón, para honrar de ese modo la raigambre juarista que sus fundadores dieron a esa agrupación, nacida bajo la inspiración del liberalismo. Y no es que quiera yo quedar bien con todos, comolo prueba el hecho de que con todos quedo mal. Lo que sucede es que creo que los asuntos humanos son como las hojas de los árboles, que tienen haz y envés, o como lasmonedas, que tienen cara y cruz (águila y sello, para los liberales). A efecto de ilustrar esa perenne dualidad consideremos el caso del viaje que hizo Calderón aRoma para asistir a la beatificación de Juan Pablo II. Con base en la ley y en el concepto republicano de laicismo numerosos comentadores le han reprochado al Presidente mexicano haber acudido con carácter oficial a un acto religioso. Tal crítica es fundada. Yo, sin embargo, no tomo a mal la presencia de don Felipe en esa ceremonia, y estoy seguro de que la mayoría de los mexicanos tienen la misma opinión. No debemos ahogarnos en un vaso de agua, ni hacer escándalo mayúsculo por una transgresión que calcada al ámbito de lo religioso sería un pecado venial. Ciertamente el Presidente es el primero que debe dar ejemplo de acatamiento a la ley; pero nadie podrá decir que esta ligera falta pone en peligro a la institución republicana, ni que conmueve los cimientos laicos de nuestra idiosincrasia nacional. Hagan los adalides del laicismo un extrañamiento a Calderón, y demos vuelta a la hoja, que asuntos más importantes hay para ocupar nuestros empeños. El tuyo, columnista, es el de narrar inanes chascarrillos. Sujétate a esa encomienda, y no pretendas vestir la toga de dómine omagíster. Gemebunda y afligida la recién casada le contó a su maridito que había preparado un rico platillo para él, pero en un descuido suyo el perro se lo comió. Al decirle eso lloraba llena de congoja y pesadumbre. “No te apures, mi vida -la consoló él-. Ya compraremos otro perro”. Don Algón llevó a una linda amiguita a cierto motel de corta estancia. Sucedió, por desgracia, que a la hora de la verdad el maduro ejecutivo no pudo hacer obra de varón, pues su correspondiente parte no se puso a la altura de las circunstancias. Confuso y apenado se disculpó don Algón con la muchacha, y la llevó a su casa. Se dirigió él a la suya.Ysucedió que cuando se metió en la cama, al lado de su robusta señora que roncaba ya, la mencionada parte dio señales inequívocas de vida, y se puso en la disposición en que no estuvo en la ocasión pasada. Se levantó del lecho don Algón, fue al baño, y ahí le habló a la antedicha parte. “Una cosa voy a decirte, mentecata -le dijo con rencoroso acento-. ¡No tienes ningún sentido de la oportunidad!”. FIN.
