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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Himenia Camafria, madura señorita soltera, le dijo muy contenta a Celiberia Sinvarón, añosa célibe como ella: “Voy a salir con don Arcailo, ese hombre tan caballero”. “¡Nada de caballero! -replicó airada la señorita Celiberia. La otra noche yo salí con él, y lo primero que hizo cuando estuvimos solos fue rasgarme la blusa para hacermetocamientos en el busto; salaces sobeteos con lametones lúbricos y fruitivos besos de pasión”. “¡Qué barbaridad! -se alarma Himenia-. ¿Entonces no salgo con él?”. “No tanto como eso -se modera Celiberia-. Pero lleva una blusa viejita”. Juanilina, vecina de Pepito, le propuso: “Juguemos a que yo era la esposa y tú el esposo”. Responde el chiquillo: “No sé cómo se juega a eso”. Le dice la pequeña: “Yo te diré: ‘Tengo emociones, sentimientos y deseos que te pido entiendas’”. Replica Pepito: “No entiendo eso de tus emociones, tus sentimientos y deseos”. Y declara Juanilina: “Comencemos. Estás listo para ser el esposo”. Don Ultimio vivía los instantes finales de su vida. Con feble voz le dice a su mujer: “Erinia: voy a pedirte un último deseo. Quiero que seis meses después de mi muerte te cases con Merdonio Cabroné”. “¿Merdonio Cabroné?” -repite con asombro la señora-. ¡Pensé que odiabas a ese hombre!”. Y dice don Ultimio al tiempo que cerraba los ojos para siempre: “Lo odio”. La ejecución de Osama bin Laden no fue un acto de justicia: fue un acto de venganza. En modo alguno esa muerte puede equipararse a la de los criminales de guerra nazis juzgados en Nuremberg, o a la de Eichmann. Ellos fueron objeto de juicio por un tribunal que les impuso, conforme a derecho, las penas que sufrieron. Hay, sin embargo, acciones que reducen a los hombres a su nivel más bajo. No es que eso los ponga al nivel, como dicen, de las bestias: en su inocencia natural los animales no saben de venganzas ni maldad. Si no fuera por Mozart, Cervantes y otrosmuchos humanos semejantes, yo bien querría ser comolos animalitos del Señor. Lo que sucede es que en algunos casos el hombre renuncia a su humanidad, y actúa conformea instintos primarios que no se sujetan a ninguna ley, ni a moral alguna. Bajo esa renuncia de lo humano se consumaron los ataques del 11 de septiembre; con esa misma tónica se llevó a cabo el operativo que concluyó con la muerte del líder terrorista. Pasarán los siglos, y el hombre llegará a estadios superiores de humanidad, pues así como hay evolución en la naturaleza la hay también en el espíritu. Entonces todo esto que hemos visto -el demencial terror desatado por Bin Laden, y su muerte ordenada por Obama- será considerado barbarie igual a las que nosotros vemos en los pasados tiempos. Yo ya no estaré aquí para dar testimonio de eso, pero desde ahora pronuncio aquí una de las frases más repetidas, y al mismo tiempo más exasperantes: “Se los dije”. No era un tílburi el carruaje en que doña Panoplia iba. Tampoco era berlina, victoria, jardinera, simón, manuela, faetón, landó, carretela, calandria, calesa o cabriolé. Era un desconchinflado carretón tirado por un jamelgo infame comparado con el cual Rocinante, pese a tener más cuartos que un real y más tachas que el caballo de Gonela, era un Bucéfalo alejandrino, un moderno Sea Biscuit o un legendarioManO’War. Sucedió que doña Panoplia, dama de la alta sociedad, fue invitada por su amiga Pelerina a pasar unos días en su finca rural de Cuitlatzintli. La rica propietaria envió a su cochero “auriga”, decía ella- a la estación del tren para que recogiera a su amiga Panoplia y la llevara aWham-bam Thank youMa’am”, que con ese pretencioso nombre se llamaba la finca de doña Pelerina. Sucedió que en el camino el ruin caballo que tiraba del carricoche dejó escapar un fragoroso trueno tan potente que casi tiró de espaldas al postillón, y también a doña Panoplia, que iba sentada a su lado. “Sacrebleu! -dijo mortificada la señora, que había estudiado francés en el Perrier-. ¡Qué pena!”. “¡Uta! -replicó el rudo cochero-. ¡Yo creí que había sido el caballo!”. FIN.

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