Don Trisagio era un meapilas. Ese expresivo término sirve para designar al santurrón. Una vez se quejó ante el juez de la colonia porque su vecino estaba silbando una tonada. "Y la letra de esa canción es absolutamente obscena" -reclamó. (Se trataba de "Virgen de medianoche", un éxito de Daniel Santos, también llamado El Jefe o El Inquieto Anacobero). Casó don Trisagio, a edad madura ya, con una jovenzuela de quien prendose con amor senil. Ella le hizo creer que era tan devota como él, y doncella además. Cuando le dijo esto último todos los ámbitos del mundo soltaron una sonora carcajada que llegó a la Luna, pero don Trisagio, obnubilado por el sentimiento (de sus dictados no escapa ni la razón más pura), le dio crédito a Langarina, que así se llamaba aquella fácil cusca que nunca a ningún hombre le negó un vaso de agua. Contrajeron nupcias, pues, y fueron los desiguales desposados a pasar su noche de bodas en cierto hotel de la localidad. Lo escogió el novio por ser un hotelito familiar, y de prestigio moral establecido. Ya en la habitación quiso don Trisagio dejar sola por un momento a su flamante esposa a fin de que dijera sus oraciones nocturnales. Para tal fin entró en el baño. Cuando salió después de un rato prudencial, la vio desnuda, tendida voluptuosamente sobre el lecho, descarada, a la manera de la Maja Desnuda salida de los pinceles de Goya (supongo que usó varios). "¡Pero Langarina! -le dijo con asombrado escándalo-. ¡Yo pensé que te iba a hallar de rodillas!". "¡Ah no! -respondió ella-. En esa posición siempre me duele la cabeza". La marcha y manifestación a que Javier Sicilia convocó sirvieron para que se congregaran numerosos grupos con demandas ya nuevas, ya de tiempo atrás, relacionadas con actos de injusticia o culpas de omisión generalmente atribuibles a la autoridad. Desde ese punto de vista el movimiento es ejemplar, y muestra la irritación creciente de los ciudadanos por una serie de agravios que los diversos niveles de gobierno no han atendido como deberían. Entre las peticiones surgidas de esas organizaciones, sin embargo, hay una que me preocupa: la exigencia de que el Ejército salga de la lucha contra la delincuencia organizada y vuelva a sus cuarteles. Esa demanda muy bien podría ser suscrita por los delincuentes. En el combate contra la criminalidad el Ejército y la Marina son las únicas fuerzas que la ciudadanía ve como confiables, pues sabe que la corrupción ha anidado en muchas corporaciones policiacas, y que éstas no representan ya a la ley, sino son con frecuencia parte de los grupos a los cuales los ciudadanos temen. Ciertamente conforme a la estricta legalidad, a la pura letra de la ley, la participación de los soldados y marinos en esa labor puede ser objetable. Hay quienes hablan de violaciones a los derechos humanos, o temen, con visión extrema, que una vez sacados los militares a las calles no salgan ya de ellas. En las actuales circunstancias, sin embargo, el retiro de tales fuerzas dejaría a las comunidades en mayor desamparo aún que el que ahora sufren. La gente confía en los marinos y soldados, y ve con recelo y temor a los policías. Los hay honestos y cumplidos, ciertamente, que arriesgan también la vida en la lucha contra el mal, pero la percepción mayoritaria es la que advierte corrupción en las policías locales, y en muchos casos connivencia con la criminalidad. Me pregunto entonces si pedir el retiro de las tropas, y demandar su vuelta a los cuarteles, no es favorecer las acciones de la delincuencia. La cuestión tiene muchos ángulos. Hay veces que las teorías no bastan para contrastar los hechos, y ser realista, creo, es una de las primeras condiciones para enfrentar la realidad. Esperemos que de esta manifestación de ciudadanos salgan frutos de bien para el país. La protesta encabezada por Sicilia es ya de por sí algo muy bueno. FIN.
