La gordísima señorita soltera iba por la calle cuando notó que a unos tres pasos de distancia la seguía un individuo. Apretó el paso y el sujeto lo apretó también. Lo hizo más lento y el tipo caminó igualmente con mayor lentitud. Sin poder aguantar más aquella persecución la gordita se vuelve al individuo y le dice hecha una furia: "-¡Deje inmediatamente de seguirme, pelado sinvergüenza, o llamo a un policía!". "-No la estoy siguiendo, señorita -responde el tipo algo asustado-. Únicamente estoy tratando de mantenerme en la sombrita"... Este pasado miércoles cumplí un amable trámite: fui a demostrar que aún estoy vivo. Soy -orgullosamente- un jubilado, y cada año debo pasar revista a fin de seguir percibiendo mi pensión de maestro. Lo fui durante 40 años -frente al grupo, en el aula-, y cada vez que recibo mi pensión me veo en el caso de aquel individuo al que contrataron para que depilara el mons veneris de hermosas modelos que lucirían bikinis. Al empleador le extrañóó que el sujeto no se presentara a recoger su sueldo. Le preguntó: "¿¿Por qué no has ido a cobrar?". Replicó el tipo, asombrado: "¡¡Ah! ¿Qué también pagan?". La tarea de enseñar fue para mí un gozo continuado. Aun sin sueldo la hubiera cumplido, de no ser por esa costumbre que tenemos los humanos, la de comer al menos una vez al día. Fui, pues, a pasar lista. Encontré ahí a queridos compañeros; a maestros que fueron mis alumnos, y a otros de los cuales fui alumno yo. Saludé y abracé con cariño y gratitud a la profesora Julia Martínez, mi maestra de Literatura en la Prepa Nocturna, que me hizo leer en el bachillerato maravillas como "Introducción del símbolo de la fe", de fray Luis de Granada, y "De los nombres de Cristo", de fray Luis de León. Confirmé otra vez que el oficio de profesor es uno de los varios cuyo nombre empieza con la letra pe, y que una vez que se han ejercido no se pueden ya dejar: político, payaso, periodista, poeta, profesor, y el de las cuatro letras que -dicen- es el oficio más viejo del mundo. Doy gracias a mi buena fortuna por haberme permitido poner algo de mí en el futuro -eso es lo que hace un maestro-, y en este día digo a los maestros y maestras de México que éstas son las mañanitas que cantaba el rey David. Aquel hombre, cansado de placeres, decidió buscar esposa. Quería una que no hubiese conocido las cosas del mundo y de la carne, de modo que se alegró bastante cuando conoció a una chica modosa y recatada. La cortejó discretamente, para no herir su virtud y su candor, y aun la acompañóó en sus devociones cotidianas, pues la muchacha gustaba de rezar dos o tres horas cada día. Por fin se llegó la fecha de la boda. Esa noche, ya en la habitación nupcial, él salió del baño y se sorprendió mucho al ver en la cama a su mujercita, sin nada encima y recostada en actitud lúbrica y sensual, como la maja desnuda de Goya o como la voluptuosa Leda que pintó Tiziano. "-¡Pero, Camelina! -exclama el hombre al mismo tiempo consternado y sorprendido-. ¡Yo esperaba verte de rodillas!". "-¡Ah no! -protesta ella-. Cuando lo hago así después siempre me duele la espalda"... Aquel señor regresó de su viaje un par de días antes de lo esperado. Aunque el reloj marcaba ya la medianoche su mujer no estaba en el domicilio conyugal. El señor despierta a la criadita de la casa y le pregunta: "-¿Y la señora?". "-Salió de cacería" -responde la muchacha. "-¿De cacería?" -repite el señor sin entender. "-Sí -explica la criadita-. Me dijo: 'Ahora que no está mi viejo voy a echarme una liebrita'"... FIN.