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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Fatty Gakamas, musa de la noche, solía dar buena cuenta de una docena y media de clientes cada noche. "Acabo muerta" -decía a sus amigas. "Claro -razonaba una de ellas-. 18 hombres por jornada.". "No -aclaraba Fatty-. De ahí no me canso. Pero mi cuarto está en un segundo piso, y tanto subir y bajar las escaleras me deja agotada"... La voz de los poetas tiene muchos sonidos. Aun el más delicado lírico es capaz de cambiar su lenguaje para decir cosas muy de tejas abajo. Tomen ustedes, por ejemplo, a José Asunción Silva, el dolorido poeta colombiano. En su "Nocturno" dijo el desgarramiento de alma que le causó la muerte de su hermana, con quien estuvo unido por un extraño amor. Y sin embargo ese exquisito espíritu que supo de todas las delicadezas fue capaz de escribir versos tan realistas -tan cínicos, diría alguien- como los del breve poema llamado "Égalité", "Igualdad". He aquí ese texto de Silva: "Juan Lanas, el mozo de esquina, / es absolutamente igual / al Emperador de la China: / los dos son un mismo animal. / Juan Lanas cubre su pelaje / con nuestra manta nacional. / El gran magnate lleva un traje / de seda verde, excepcional. / Del uno cuidan cien dragones / de porcelana y de cristal, / y el otro carga maldiciones / y enormes fardos por un real. / Pero si alguna mandarina, / siguiendo el instinto carnal, / al potentado se avecina / vistiendo el traje tradicional / que tenía nuestra madre Eva / en aquella tarde fatal / en que se comieron la breva / del árbol del bien y del mal; / y si al mismo Juan una Juana / se entrega de un modo brutal, / y palpita la bestia humana / en un solo espasmo sexual, / Juan Lanas, el mozo de esquina, / es absolutamente igual / al Emperador de la China: los dos son un mismo animal". Duro recordatorio es ése. Nos lleva a meditar en la raíz de nuestra naturaleza humana, más próxima quizás a la bestia que al ángel; más hecha de lodo que de cielo. En efecto: a todos nos iguala esa naturaleza, y de cintura abajo el que no cae resbala. Lo digo por el sonado caso del director del Fondo Monetario Internacional, Dominique Strauss-Kahn. El empingorotado personaje agredió sexualmente a una camarera en su hotel neoyorquino de 3 mil dólares la noche, y ahora está sujeto a la acción de la justicia norteamericana. Tendrá que dejar el cargo, de seguro. Su aspiración de suceder a Sarkozy como Presidente de Francia se fue a la alcantarilla, y vaya que era el favorito en las encuestas. Muy cara le está saliendo a Dominique la calentada. Maravilloso don es la sexualidad; a través de la unión de los cuerpos se llega a la más plena plenitud humana. Pero esa unión debe ser libre; cumplida por adultos en aptitud de consentir; respetuosa de la integridad corporal y espiritual de la pareja; segura, y -para que sea verdaderamente plena- presidida por el amor. Todo esto excluye manifestaciones torcidas de la sexualidad como la pederastia, el bestialismo y, desde luego, la violación. El poder político o económico crea la sensación de que se puede ejercitar ese poder en otros ámbitos, y eso ha metido en líos a muchos hombres públicos, desde el rey David hasta el presidente Clinton. Todos estamos sujetos a las debilidades de la carne. Lo sabía aquel señor obispo, gran conocedor de la naturaleza humana y dueño de un realista sentido de la realidad, que decía a sus curitas jóvenes cuando andaban a trompicones con el voto de castidad: "Hijitos: ya que no pueden ser castos, al menos sean cautos". Nadie le hizo esa útil advertencia a Strauss-Kahn... Dulcilí, muchacha sin ciencia de la vida, le dijo a su marido: "Durante cinco años hemos estado haciendo el sexo en la misma forma. Esta noche quiero que cambiemos". "¡Ah no! -protestó él con vehemencia-. ¿Y exponernos a que salgas embarazada?". (No le entendí). FIN.

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