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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Aquella muchacha tenía un busto espléndido, pródigo, munífico, fantástico, magnífico, ubérrimo, pletórico, titánico, insólito. Un amigo suyo la invitó a nadar en el río. "No puedo -responde muy apenada la muchacha-. Siempre pego con el busto en el fondo". "¿Por qué no nadas de espaldas?". -sugiere el invitante. "Tampoco puedo -responde ella-. Hay puentes"... Don Pedancio, el cochero del pueblo, era el hombre más borracho de toda la comarca. Su esposa le había dicho que el vino era su mayor enemigo, y por eso quería acabar con él. Cierta noche se quedó dormido en el pescante de su coche de caballos después de una de sus cotidianas borracheras. Cuando despertó a la mañana siguiente se miró con las riendas en la mano, pero sin caballo. Frotose los legañosos ojos, y viendo a un muchachillo que andaba por ahí lo llamó y le dijo: "Ve a la casa que está en el callejón de la Gordameona número 2, y pregunta si se encuentra ahí alguien de nombre Pedancio". El chiquillo, que lo conocía bien, dijo para sí: "Ah qué don Pedancio. Ya anda ebrio otra vez". Y se fue. Mientras esperaba, don Pedancio, todavía bajo los efectos de la borrachera, razonaba en su interior: "Si ese tal Pedancio está en su casa, ya me hice de este coche. Pero si no está, entonces Pedancio soy yo, y ya me robaron el caballo"... Le comenta un tipo a otro: "Mercuriano es el vendedor más grande del mundo. Dudo que haya alguien con un poder de convencimiento como el suyo". "¿Por qué lo dices?" -pregunta el otro. Explica el primero: "Hoy en la mañana hizo que su esposa sintiera lástima por la pobrecita muchacha que dejó olvidadas sus pantimedias y su tanguita en el asiento de atrás del coche de Mercuriano"... El mundo de la música recuerda en estos días el centenario de la muerte de Gustav Mahler. Cuando veo montañas me parece estar oyendo alguna de sus sinfonías; cuando escucho alguna de sus sinfonías me parece estar viendo una montaña. He pensado ahora en aquel sacerdote que predicaba acerca de la Pasión de Cristo. Con vívidos acentos hablaba de su muerte en la cruz. Todos los feligreses se conmovían; algunos lloraban. Uno entre ellos, sin embargo, no mostraba tristeza alguna; antes bien sonreía abiertamente. El cura, molesto, le preguntó: "¿No te duelen los sufrimientos del Señor? ¿Por qué ríes así?". Respondió el individuo: "Es que yo estoy en el secreto". "¿Cuál secreto?" -se amoscó el sacerdote. Dijo el hombre: "El de la Resurrección". Mahler también estaba en el secreto. En su música habla de la muerte, que él conocía muy bien -perdió una hijita que murió antes de cumplir cinco años-, pero después viene siempre un triunfal himno de resurrección, como aquel en que usó palabras del poeta Klopstock: "Resucitaréis, cenizas mías, sí, tras de un breve reposo". A esas palabras añadió Mahler esta frase suya: "¡Moriré para vivir!". Desde luego la música del autor de la Quinta Sinfonía es profundamente personal; sin embargo podemos hacer nuestra su fe en una vida que no acaba. Por encima de todas las amenazas de la muerte; sobre la muerte que en nosotros va desde el día de nuestro nacimiento, está la promesa de una nueva vida cuyo misterio no conocemos, así como cuando estuvimos en el vientre materno no conocíamos la vida que nos esperaba, más plena y llena de luz que la que tuvimos en aquel tibio claustro de donde hubimos de salir. La música de Mahler es un canto a la eternidad de la vida. En esa eternidad vamos nosotros. Doña Jodoncia se esforzaba en enseñarle al gato a que le trajera sus pantuflas. "No gastes tu tiempo, mami -le dice su hija-. Jamás podrás enseñar al gato a obedecer". "¡Uh! -contesta doña Jodoncia-. ¡Tu papá era más difícil, y míralo ahora!"... El rico del pueblo había hecho muchos donativos a la iglesia del lugar. Cuando murió, el señor cura puso un letrero en la puerta: "Nuestro querido bienhechor don Pecunio Aurílez partió al Cielo hoy a las 6 de la mañana. Rezad por él. Atentamente. El párroco". Abajo alguien puso otro letrero: "Ya son las 11 de la noche y don Pecunio no ha llegado. ¿Tienen alguna idea de dónde pueda estar? Atentamente. San Pedro"... La maestra le pide al niño: "Juanilito, pasa al pizarrón y dibuja un ovoide". El pequeño va a la pizarra; toma el gis; se queda pensando; vacila, y por último se mete la mano en el bolsillo del pantalón. "¡Éjele! -grita Pepito desde su pupitre-. ¡Está copiando!"... FIN.

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