Filis, casta doncella de la Roma antigua, casó con Eros, un decenviro diestro en las artes del amor. Días después de las nupcias la joven desposada les contó, alegre, a sus amigas: "Estoy aprendiendo muchas cosas. Anoche mi marido me enseñó una que se llama el LXIX". Babalucas se compró el lunes un par de zapatos. El encargado de la zapatería le dijo: "Debo advertirle, caballero, que estos zapatos aprietan un poco los primeros cinco días". "No hay problema -repuso el tonto roque-. Me los voy a poner hasta el domingo". Decía la mamá del Hombre de Acero: "Antes de casarse mi hijo era Superman. Ahora es Supermansito". Al día siguiente de su noche de bodas el recién casado llamó por teléfono a su psiquiatra para hacerle una consulta de urgencia. "Doctor -le preguntó-, anoche mi esposa me dijo: 'Eres el hombre que más satisfecha me ha dejado'. ¿Eso debe alegrarme o no?". Leamos la siguiente frase: "Mientras exista la vida de nuestra especie toda persona tiene el deber sagrado de ser optimista. Éticamente no sería posible otra conducta." Tratemos ahora de adivinar quién es el autor de esa declaración. ¿Es alguno de los grandes optimistas que en el mundo han sido? ¿Juan Jacobo Rousseau? ¿Benjamin Franklin? ¿Gottfried Wilhelm Leibnitz? ¿O es acaso uno de los modernos propagandistas del optimismo a la manera de Dale Carnegie, Robert H. Schuller o Norman Vincent Peale? ¡No! El autor de esa frase es ¡Fidel Castro! La escribió en un artículo aparecido a mediados del pasado mes. Alguien podrá pensar, es cierto, que el dictador de Cuba propone ese optimismo para alentar al abnegado pueblo cubano, que tantas carencias sufre, y tan grande falta de ese preciado bien llamado libertad. Sin embargo, yo mismo firmaría su aserción. Soy optimista sistemático. Eso incita a mis amigos a nombrarme con un epíteto que me resisto a consignar aquí, pero que rima, entre otras palabras, con abadejo, bermejo, catalejo, dejo, entrecejo, festejo, gracejo, hollejo, idolejo, lugarejo, motejo, nejo, ovillejo, parejo, quejo, reflejo, semejo, trebejo, vencejo y zagalejo. Ingenua cosa, en efecto, parece el optimismo, propia de babilones a la manera del Pangloss de Voltaire o la Pollyanna de la señora Porter. "Ser un pesimista joven es absurdo -escribió Twain-, pero más absurdo es ser un optimista viejo". Lejos de mí la temeraria idea de contrariar ese dictum del genial escritor americano, pero yo pienso que el pesimismo es siempre triste, pues entraña la negación de la esperanza, y la esperanza es el último asidero en tiempos de dificultad. Difíciles son estos tiempos nuestros, de zozobra, desasosiegos y temor. Entregarnos ahora al pesimismo equivale a una rendición. ¿Qué hacer, entonces? La respuesta la da el propio Voltaire: "Hay que cultivar nuestro jardín". Es decir, debemos seguir cumpliendo, pese a todo, nuestro deber de cada día. Eso es lo que hacen los marinos en horas de tormenta: cada uno hace lo que le corresponde hacer, pues saben que las tormentas pasan y el barco sigue navegando. Eso no es optimismo superficial: es antiquísima sabiduría, que por ser tan antigua es siempre nueva. Y ya no digo más, pues los sermones no cuadran con mi sencillo oficio de juglar. Regreso a cultivar mi pequeño jardín. En el bar un tipo le confió al cantinero cosas acerca de su vida sexual. "Practico el sadomasoquismo -relató-. Mi mayor placer consiste en estar con una mujer, y que ella me golpee hasta dejarme tirado en el suelo casi sin sentido. Es entonces cuando alcanzo el clímax de la pasión sensual". "Extraño goce es ése, y peregrino -dijo el barman-. Supongo que debe usted tener problemas para encontrar una mujer dispuesta a hacerle eso". "Ningún problema -responde el individuo-. Simplemente contrato a una sexoservidora cualquiera, y después de tener sexo con ella le digo que no traigo dinero". FIN.