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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

POR ARMANDO CAMORRA

Aviso de peligro: Al final de esta columnejilla viene el espantable chascarrillo conocido con el nombre de “Mejor la cruda que eso”. Las personas con sindéresis deben abstenerse de leerlo. Yo practico el idealismo. Por eso procuro ser realista. Advierto síntomas que me preocupan, pues me hacen ver que la vida política deMéxico se está descomponiendo.

Alguien dirá, y no le faltará razón, que siempre ha estado descompuesta, al menos desde los tiempos de Acamapixtli o Tezozomoc; pero lo cierto es que por estos días se está descomponiendo más aún, hasta el punto en que muchos actos de política tienen ya un tufo hedentinoso, como en los casos de Salazar Mendiguchía y de Hank Rohn. Antes los políticos dilucidaban sus pugnas en términos políticos; ahora los desahogan en barandillas del Ministerio Público o en juzgados de lo criminal. Sea en buena hora: peléense las comadres y díganse sus verdades. Pero si de esto va a resultar un toma y daca de dimes y diretes, de acusaciones tendenciosas, de persecuciones judiciales tramadas como arma electoral o de venganza, eso no va a elevar el nivel de la política, que de por sí está a la altura del betún (de los zapatos); antes bien causará que nuestra vida pública se siga mancillando. Por eso yo no soy vida pública; porque no me gusta que nadie me mancille. Para las mancilladas yo solito me basto. Después de haber orientado a la República paso al relato del execrable chascarrillo arriba mencionado.

Un individuo se corrió una homérica parranda, y a consecuencia de eso amaneció al día siguiente con una horrible cruda o resaca, hangover en inglés. Mal espantoso es ése: quien lo sufre se da a todos los diablos, y hace propósito firmísimo de enmienda, con promesas a toda la corte celestial de no incurrir ya más en plétoras etílicas. “No hay hombre más humilde que un crudo” reza un sabio aforismo popular. Así, el hombre de mi cuento le rogó a un amigo que lo acompañara a un bar, pues deseaba procurarse el remedio conocido en los países de habla inglesa con el nombre de “hair of the dog”. ¿En qué consiste dicha medicina?”. Se finca en el principio homeopático según el cual “Similia similibus curantur”. Ese apotegma se atribuye a Aureolus Tephrastus Bombastus Paracelsus. Lo hizo suyo Samuel Hahnemann, el fundador de la homeopatía, quien pensaba que un mal se cura con lo mismo que originó ese mal. Según creencia antigua, se podía prevenir la rabia o hidrofobia poniendo en la mordedura causada por el perro algo del pelo de ese mismo perro. De ahí la frase “hair of the dog”. Aplicada a la resaca o cruda equivale a curarla con lo mismo que la provocó, o sea bebiendo más. Dudosa es la eficacia de ese proceder, pero lo recomiendan algunos de los más grandes bebedores que en el mundo han sido, entre ellos Hemingway, quien para disipar al día siguiente los efectos de la noche anterior bebía tres litros de una mezcla de jugo de tomate con cerveza helada (Una gota de jugo, y lo demás de cerveza).

El mismo principio quiso aplicar el protagonista de este relato. Había oído decir que la bebida conocida con el nombre de BloodyMary alivia los efectos de la cruda. Al parecer el nombre de ese cocktail viene del de la reina Mary de Inglaterra, quien para restablecer el catolicismo en sus dominios envió a la hoguera a más de 300 protestantes. De aquellas pugnas religiosas lo único bueno que salió fue el nombre del Bloody Mary. Esa popularísima bebida se prepara con 3 partes de vodka, 6 partes de jugo de tomate y una parte de jugo de limón. A esa combinación se añade un poquitín de salsa inglesa, una gotita o dos de Tabasco y una pizca de sal y pimienta. Se sirve en vaso jaibolero y se adorna con una varita de apio y una rodaja de limón. En compañía de su amigo el personaje de mi historia llegó a un bar atendido por una dama de profusas formas. Les pregunta la mujer: “¿Qué van a tomar?”. Dice con voz doliente el crudo: “Yo quiero un BloodyMary”. Se dirige la mujer al otro: “¿Y usted?”. Responde el amigo: “Yo no bebo. Sírvame un vaso de leche nada más”. La mujer toma un vaso. Ante el asombro de los dos sujeto extrae de la blusa uno de sus munificentes pechos, y oprimiéndolo hace salir de él un sonoroso chorro de alba leche con el cual llena el vaso, y se lo entrega al cliente. Dice inmediatamente el otro: “¡Cancele el Bloody Mary!”. (No le entendí). FIN.

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