Se ha comprobado que el exceso de actividad sexual en el varón es causa de pérdida de la memoria. ¿Qué les estaba yo diciendo?... La esposa de Babalucas estaba a punto ya de dar a luz. El badulaque llamó al médico en horas de la noche, y le dijo que su mujer creía que el momento había llegado ya. Pregunta el facultativo: "¿Qué tan separadas tiene las contracciones?". "Nada, doctor -responde Babalucas-. Todas parecen estar localizadas en el mismo sitio"... Una recién casada le informó a su maridito que se hallaba -ella, claro- en estado de buena esperanza. El muchacho se puso extático. Tener hijos es uno de los modos que Dios le dio a la criatura humana para que se asemejara un poco a Él. (Otro, el principal, es el amor). Lleno de felicidad le dijo a su mujercita que iba a regalarle un coche para que pudiera ir en él a las visitas con el ginecólogo. Aun con sacrificios el futuro padre cumplió la promesa, y pronto la muchacha se vio convertida en dueña de un cochecito compacto. Llegó el día del alumbramiento. En la sala de maternidad la primeriza se retorcía con los dolores del parto, pues su médico era partidario de dar oportunidad al niño de nacer en forma natural. Entre sudores y trasudores; gimiendo y llorando como la Salve; pujando desesperadamente, y presa de las angustias y fatigas de la parición, exclama la muchacha: "¡Qué chinche manera de hacerme de un méndigo vocho!"... ¡Cuán generosa gente es la de la Laguna! Estuve el otro día en Torreón, y tuve como escenario el bellísmo Teatro Isauro Martínez, uno de los más hermosos del país. Ya quisiéramos en Saltillo -y ya quisieran en muchas ciudades mexicanas- tener un teatro como ése, de airosas reminiscencias mudéjares, con sus espléndidos vitrales, su rica decoración, y los tesoros de arte que ahí dejó Salvador Tarazona, el valenciano. Participé en la celebración del aniversario 20 de Radio Torreón, una excelente emisora cultural, y eso me permitió recibir una vez más las muestras de cariño de los laguneros, de ese cálido afecto que a lo largo de casi medio siglo ya he sentido a través de El Siglo de Torreón, mi querida casa editorial en la Laguna. Los coahuilenses sentimos gran admiración por quienes han hecho de la Comarca un emporio fincado en el trabajo. Ahora atraviesa días difíciles, como tantos otros lugares mexicanos. Aun así sus habitantes no pierden la entereza, y siguen entregados a su labor de cada día por encima de todas las adversidades. Sentí su abrazo cuando al final de mi peroración el público que llenaba la sala se puso en pie para aplaudirme. Al regresar a mi ciudad cruzando las lejanías del desierto que cantó con épicos acentos Manuel José Othón, y que luego exaltó entrañablemente otro inmenso poeta mexicano, Rafael del Río, venía agradeciendo todavía la bondad de la gente de Torreón, de Lerdo y Gómez, y pedía para la Laguna y para los laguneros lo mejor. Bien lo merecen... Capronio, sujeto ruin y desconsiderado, hijo del dueño de la hacienda, hizo creer a Maritornia, la ingenua criadita de la casa, que dejarlo hacer obra de varón en ella era parte de sus obligaciones laborales. Le dijo que el cuarto mandamiento de la ley de Dios, que prescribe honrar al padre y a la madre, incluye también la sumisión completa a quien nos manda. ¡Ah, religión! ¡Cuántas "shingaderas" se cometen en tu nombre! De abracijos nacen hijos, reza la sabia sentencia popular, y bien pronto la pobrecilla fámula se vio enferma de gustos pasados, quiero decir embarazada. Acudió a su patrón en busca de apoyo para afrontar el trance, y le dijo, tímida, mordisqueando la punta de su rebozo de bolita: "Perdone usté, siñor, pero crioque voy a tener niño". Capronio, que había subido ya en su automóvil Daimler para volver a la ciudad y de ahí partir a Europa, le respondió con ademán magnificente: "Estás perdonada, muchacha; estás perdonada". FIN
