"Me acuso, padre de que me casé". Así le dijo un tipo al padre Arsilio. "Hijo mío -contestó el buen sacerdote-, casarse no es pecado". "¿Ah no? -replica el individuo-. ¿Entonces por qué estoy tan arrepentido?"... Tengo una teoría acerca de los tres partidos principales que hay en México, el PAN, el PRI y el PRD: afirmo que ya ninguno de ellos es partido. Su comportamiento en los últimos años lo demuestra. Todos han perdido su identidad original, así como la ideología y principios que fueron cimiento de su fundación y que orientaron inicialmente sus acciones. El PAN ya no es el mismo que fundó Gómez Morín. Olvidada está su mística; los apóstoles de ayer en nada se parecen a los muchos ganapanes de hoy. El PRI fue dejando en el camino su ánimo revolucionario, reivindicador de justicia para ese gran ente colectivo que antes se llamaba "el pueblo", y que ahora ya ni siquiera es mencionado en las peroraciones oficiales. Y ¿qué decir del PRD? Si sus actuales dirigentes son de izquierda, entonces yo soy caballero templario. ¿Cómo explicar, por ejemplo, que en algunos estados el PRD haya entrado en alianza con su radical enemigo de derecha, el PAN, sin más objetivo que el de oponerse al PRI y participar en el reparto del botín? Si tal alianza se frustró finalmente en Coahuila, después de que ya se había trabado, fue sólo porque panistas y perredistas riñeron con ferocidad por el reparto de las diputaciones que a los partidos se regalan sin que tengan que molestarse en ganar una elección. En fin, tanto panistas como priistas y perredistas han arribado a un estólido pragmatismo que no mira a ideas o a ideales, ni a principios; que busca sólo acomodo en el poder, y que no mira al bien comunitario, sino sólo a los provechos inmediatos que suelen derivar de la política cuando se entiende mal, o cuando no se sabe de plano lo que debe ser. En su marcha al ritmo del tambor de los poderes fácticos -los medios electrónicos; la gran empresa; los restos del pasado corporativista-, los tres partidos se han extraviado en su propia ambigüedad. No tienen identidad ya, ni manera de ser que los distinga de los otros. Bien podrían decir aquello que García Lorca puso en uno de sus poemas: "Pero yo ya no soy yo, ni mi casa es ya mi casa". ¿Partidos? No tenemos. Quedan sólo agencias de colocaciones. (¡Bófonos!)... Don Astasio, tenedor de libros, llegó a su casa después de un duro día de trabajo en la oficina, y sorprendió a su esposa -él ya no se sorprendía- en apretada conversación carnal con un sujeto. Sujeto, ciertamente, pues lo estaba por las piernas de doña Facilisa, que así se llama la pecatriz esposa del mitrado marido. Al parecer ella disfruta la posición llamada "de tijera", y en tal postura estaba cuando la vio su esposo. Fue a traer don Astasio la libretita donde anotaba duros inris para pesiar a su mujer en tales ocasiones, y le espetó el último que había registrado: "¡Lamia!". Ese nombre lo obtuvo del prólogo que Cervantes escribió para la primera parte de su inmortal Quijote. En él cita al obispo de Mondoñedo, quien a su vez menciona a Lamia como ejemplo de rameras. Doña Facilisa no respondió a la injuria por dos razones: la primera, porque no la entendió; la segunda, porque estaba apretando más la pinza formada por sus piernas con que ceñía por la cintura al toroso sujeto que estaba yogando con ella. Le dijo la señora a don Astasio: "Cuando esté ocupada no me hables, por favor. Tú sabes bien que no puedo atender dos asuntos a la vez. Además, el que mucho abarca poco aprieta. Así que ve a tu cuarto y espera ahí a que termine yo de hacer lo que ahora estoy haciendo. Ya entonces hablaremos". Confuso por el réspice de su mujer don Astasio salió de la recámara. Iba pensando en su desdichada suerte: jamás su esposa entendía las palabras que con tantos trabajos buscaba él para decírselas... FIN.