¿Cómo podía saber Libidio Bálano que la mujer que conoció enunbar era ninfómana? Ningún indicio daba a ver esa patología: la actitud de ladamaera serena, reposado su hablar.Pero ¡ah mundo engañoso! Tan pronto se vio a solas con Libidio enuncuarto de hotel la dicha fémina se volvióunvolcán ignívomo: un Stromboli, un Etna, un Vesubio. Cinco veces seguidas reclamó de Libidio obra de varón. Para un hombre fortificado con las miríficas aguas de Saltillo esa cuota es normal, y aun moderada, pero para otro cualquiera una dación así es excesiva. Tal fue el caso de Libidio: después del quinto corrimiento quedó desmadejado sobre el lecho, laso, exangüe; cerúleo el rostro, flébiles losmiembros. La turbulenta dama que así lo vio, arriada la bandera y sin pólvora ya para el combate, hizo un mohín de desabrimiento y procedió a vestirse, tras de lo cual se fue sin preguntar siquiera:“¿Con quién tuve el gusto?”. ¡Ah, la falta de educación sexual! Ida la dama sintió Libidio ganas de satisfacer una necesidad menor, y con el último aliento que le quedaba dejó la cama en que yacía derruido y fue al baño a pagar aquel censo a la naturaleza. Pero hubo un contratiempo: no halló en su cuerpo lo que necesitaba para cumplir el cometido. Por más que hurgó en su entrepierna no pudo localizar la dichaparte.Con gran ternura le habló a ese sitio.“No te escondas más, linda -le dijo-. La mujer ésa ya se fue”... Rodrigo Medina, gobernador priista de Nuevo León, está llevando a cabo una importante obra de pavimentación.Enefecto, está pavimentando el camino para que el PAN vuelva a ocupar el Gobierno del Estado.En su desempeño el jovengo bernante ha optado por la discreción, hasta el punto en que hay nuevoleoneses que juran y perjuran quenohay gobernador, pese a que existen sobradas evidencias de que el Ejecutivo tomó posesión de su cargo en tiempo y forma. Para colmo de males -de males para el PRI- la caballada panista enNuevo León estámuygorda, a diferencia de lo que sucede en el ámbito nacional. Según se ven las cosas hoy, y si Medina sigue economizando su presencia y sus acciones, no arriesgarámucho quien en la próxima elección de gobernadora puesta en favor de la alternancia... Decía don Languidio con tristeza: “Los años tratan mejor a la mujer que al hombre: tan pronto se me acabó a mí el ímpetu sexual, a mi esposa se le desaparecieron aquellos dolores de cabeza tan fuertes que le daban todas las noches”... El socio de don Algón le preguntó: “Dime la verdad: ¿estás saliendo con Rosibel, la nueva secretaria?”. “Sí -confesó paladinamente don Algón-. Y te diré una cosa: en comparación con ella, hacer el amor con mi esposa es como hacerlo con un refrigerador”. Unos días después el socio de don Algón lo visitó en su oficina y le dijo muy contento: “Ya salí yo también con Rosibel. Y tenías mucha razón: en comparación con ella, hacerlo con tu esposa es como hacerlo con un refrigerador”...Don Cornulio llegó a su departamento y encontró a su esposa sin ropa alguna en la recámara, y en estado de inexplicable agitación. Se asomó por la ventana -vivían en un noveno piso-, y vio a un sujeto de pie sobre la cornisa, también sin ropa, e igualmente en estado de excitación apreciable a simple vista. Le preguntó don Cornulio, suspicaz: “¿Qué hace usted ahí, señor mío?”. Replicó, cachazudo, el individuo: “Soy el pararrayos del edificio”. Después de un instante de duda el mitrado marido se dio por satisfecho con la explicación. Sin embargo sus recelos surgieron otra vez cuando vio en una silla, al lado de la cama, varias prendas de ropa masculinas.“¿A qué obedece -le preguntó, severo, a su mujer- la presencia en mi alcoba de esas prendas que no me pertenecen?”.Responde la señora: “Mira: si le creíste a ese hombre que es el pararrayos del edificio, también mec reerás a mí que voy a dedicarme a la venta de ropa para caballero, y que esas prendas son el muestrario”... Viene ahora un cuento de color subido. Las personas con escrúpulos de pudicicia deben saltarse hasta donde dice FIN. Un marido le pidió a su esposa:“¿Quéte parece si esta noche lo hacemos como los perritos?”. “¡Estás loco! -protestó ella con vehemencia-. ¡Por ningún motivo haré eso que me pides!”. Él se asustó al ver la indignación de su señora, y ya no insistió más. Sin embargo le preguntó, curioso: “¿Por qué te parece tan mal hacer el amor apoyándote en las rodillas y las manos?”. Y dice la señora: “¿Eso es hacerlo como los perritos? Ah, entonces está bien.Y o pensé que querías que lo hiciéramos en la calle”. FIN.