Don Astasio llegó a su casa y encontró a doña Facilisa, su mujer, apersogada en el carnal deliquio con un desconocido. Fue el mitrado señor al chifonier donde guardaba una libreta con insultos para infamar a su esposa en tales ocasiones, y de pie junto al lecho donde la pecatriz yogaba le dijo esta palabra: "¡Suripanta!". Curioso es el origen de esta voz. En 1866 fue estrenada un Madrid una zarzuela cómica llamada "El joven Telémaco". Por primera vez aparecieron en escena las coristas mostrando las piernas de la rodilla abajo, al tiempo que cantaban una melopea con palabras supuestamente griegas, pero que en verdad nada significaban. Decía el estribillo: "Suri-suri-suripanta". De ahí salió el nombre para calificar a las mujeres descocadas, especialmente a las de cuerpo fácil. Cuando se oyó llamar así doña Facilisa se molestó bastante, pues era mujer que se aplicaba con atención a lo que hacía, y no toleraba distracciones. "Ay, Astasio le dijo en son de queja a su consorte-. Yo ocupada aquí con la visita, y tú con tus disquisiciones filológicas. Déjame terminar el quehacer que ahora me ocupa, y luego, si quieres, recétame todo el Corominas". (El Corominas es el mayor diccionario etimológico en lengua castellana). Don Astasio lanzó un hondo suspiro. Mientras volvía a su cuarto iba pensando que las galas de la cultura no bastan muchas veces para sortear las duras realidades de la vida. El Evangelio hace reproche a quienes ven la paja en el ojo ajeno y no advierten la viga en el propio. Los mexicanos vemos la viga en el ojo del Tío Sam, pero dejamos de notar la vigota que atraviesa el nuestro. Será difícil encontrar otro país donde el trato a los migrantes sea tan duro como en México. A más de enfrentar el riesgo de la deportación, los indocumentados que llegan a nuestro territorio, o por él pasan, afrontan igualmente el peligro de perder la vida. Nos quejamos de leyes como la aprobada hace unos días en Carolina del Sur, que hacen objeto de sospecha a cualquier persona únicamente por el color de su piel, pero en los estados del sureste, principalmente en Chiapas, los agentes migratorios acosan por igual a mexicanos y extranjeros pobres, y los hacen objeto de hostigamiento en autobuses, centrales camioneras, plazas públicas y carreteras. Eso sin mencionar la existencia de bandas que a todo lo largo de la República, desde la frontera sur hasta la que nos une -o desune- con la nación del norte, amagan a los migrantes y los hacen objeto de toda suerte de abusos y violencias. Debe ser un temblor constante, una terrible angustia, el paso por México de quienes dejan sus hogares en países de América Central o del Sur para buscar una vida mejor. Tendremos derecho a quejarnos por el injusto trato que reciben nuestros paisanos en Estados Unidos sólo a condición de no dar nosotros el mismo trato violento y humillante a los migrantes de otros países que vienen a México, y que seguramente ven a este país como un infierno que por fuerza deben cruzar para llegar al anhelado paraíso. ¡Mañana! Sí, mañana aparecerá aquí el tan anunciado cuento cuyo nombre es "La culebrita verde". El tal relato ¿es lépero o es tierno? Al escribirlo no pude por mí mismo dar respuesta a la pregunta. Opinen mis cuatro lectores luego de conocer la narración. Don Algón invitó a una linda chica a cenar. Le dice con sugestiva voz: "Rosibel: tiene usted tipo de ser una mujer romántica". "Sí -responde ella con igual sonrisa-. El dinero siempre me pone sentimental". En el zoológico la joven casada le pide nerviosamente a su mamá: "No te acerques tanto a la jaula de los leones, madre". El esposo de la muchacha le dice a su mujercita: "Tranquilízate, mi amor. No creo que tu mamá quiera hacerles daño". Nalgarina Grandchichier, vedette de moda, murmuraba de su amiga Silly Kohn. "Llevó a la fiesta una blusa transparente -dijo de ella-, y no traía sostén. Se le veía todo el cirujano plástico". FIN.