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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

El cantinero se aburría, y empleaba el tiempo en limpiar una y otra vez los vasos y las copas, cuando de pronto la puerta del local se abrió y entró en el bar una estupenda morenaza. Eso no habría tenido nada de extraordinario -a Dios gracias abundan las estupendas morenazas- si no es porque la mujer iba completamente en peletier, vale decir sin ropa, corita, nuda, en cueros. La exuberante dama se plantó frente a la barra, y en tono imperativo le pidió al tabernero una cerveza. El hombre, sin decir palabra, se la sirvió, y luego clavó la mirada en la desabrigada fémina. "¿Qué? -le dijo ella, retadora-. ¿No ha visto nunca una mujer desnuda?". Respondió el sujeto: "Muchas he visto, bendito sea el Señor. Pero me estoy preguntando de dónde se sacará usted el dinero para pagar la cheve"... "Les habla el capitán desde la cabina de pilotos -sonó clara la voz en el sistema de sonido-. Vamos volando conforme a nuestro itinerario, y estaremos aterrizando aproximadamente dentro de 15. ¡¡¡Oh Dios mío!!!". A la angustiada exclamación final siguió una serie de confusos ruidos. Los pasajeros se espantaron. ¿Había surgido acaso una emergencia? Todos temieron lo peor. El sobresalto general terminó cuando se oyó otra vez la voz calmada del piloto: "Discúlpenme si los asusté, damas y caballeros. Sucede que la taza de café se me cayó en las piernas, y eso me hizo proferir la exclamación que ustedes escucharon. Deberían ustedes ver cómo quedó la parte delantera de mi pantalón". Masculla un pasajero con enojo: "¡Y él debería ver cómo quedó la parte posterior del mío!"... Tenorello Pitorreal, famoso actor de dramas clásicos, era además un consumado seductor. Sus mejores tiempos, sin embargo, habían pasado ya, y cierto día que con una linda joven fue a un discreto hotelito en la montaña se mostró incapaz de poner en alto su prestigio. Por más esfuerzos que hizo no pudo hacer honor a la ocasión. Se aplicó entonces a recitarle a la chica trozos selectos de "La vida es sueño" y "El condenado por desconfiado". No entendió nada la ninfa, y más aún se desconcertó cuando, pasado un tiempo razonable, Pitorreal procedió a revolver las sábanas del lecho antes de salir. "¿Por qué hace usted eso, maestro?" -le preguntó extrañada. Respondió el célebre figurante: "Aquí me conocen, muchacha, y debo cuidar mi prestigio"... Sigue ahora una chispeante ancédota (Nota: Seguramente nuestro amable colaborador quiso decir anécdota) seguida de una profunda reflexión. "Señor juez: Mi cliente, acusado del delito de adulterio, se acoge a la clemencia de Vuestra Señoría. Es un ciudadano ejemplar, hombre trabajador y responsable, buen padre de familia, honesto y cumplido en sus tratos de negocios, miembro de varios clubes de servicio, y muy apreciado en la comunidad. Su único defecto es que le gusta mucho la nalguita". En esos términos se dirigió un abogado al juez a fin de obtener consideración para su defendido. El defecto que en ese escrito se menciona -¿será en verdad defecto?- lo tiene también aquel pobre señor tan rico, Dominique Strauss-Kahn, sobre cuya persona se han abatido todos los vientos y todas las tempestades. También él está poseído por "esa sed constante de veneros femeninos" que dijo el poeta de Jerez. Si algo mostró el caso de Strauss-Kahn es que debemos andarnos con cuidado antes de juzgar sobre las culpabilidades de otros, y no apresurarnos a hacerlos objeto de infamia o de condena sin escuchar primero su versión. La afanadora de hotel que acusó a Monsieur Strauss-Kahn ha resultado tener más dobleces que una papirola -¿cuánto tiempo hacía que no escuchabas esa palabreja?-, y su conducta es sospechosa. Desde luego yo no meto las manos -ni ninguna otra parte corporal- al fuego por don Dominique. Es evidente que le gusta mucho la nalguita. Pero debemos oír la voz sin tiempo de Cervantes, cuando por boca de su inmortal hidalgo le dijo a Sancho Panza, quien como gobernador de Barataria iba a ser juzgador de hombres: "Hallen en ti más compasión las lágrimas del pobre, pero no más justicia que las informaciones del rico". Después de esas palabras cervantinas ¿osaría yo añadir otras? Sólo una más: FIN.

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