Don Martiriano es un esposo mandilón. No puede quejarse de formar parte de una minoría: las estadísticas muestran que el 99.8 por ciento de los maridos reconocen estar sujetos a la voluntad de su mujer. (El restante .02 por ciento lo conforman quienes mienten acerca de su situación matrimonial). Doña Jodoncia, la feróstica esposa de don Martiriano, lo trataba muy mal: lo trataba como a una esposa. El lacerado se dolía de no haber tenido un hijo. Suspiraba: "Me habría ayudado a lavar los platos". Cierta mañana un ovni aterrizó en el jardín de la casa de don Martiriano. El alienígena que salió de la nave le ordenó con gutural acento: "Llévame con tu líder". Sin vacilar gritó don Martiriano: "¡Vieja, aquí te hablan!". Yo digo que en muchos hogares las mujeres actuarían un poco menos como hombres si sus maridos actuaran un poco más como hombres. Esto no es incitación al machismo. No quiero hacer un llamamiento a la insurgencia masculina, como aquella que sucedió en Caracas, Venezuela, cuando fue a cantar allá Jorge Negrete. Las mujeres lo entronizaron como ídolo: tenían retratos de él en su recámara, y hacían comparaciones que resultaban desventajosas para sus maridos. (Cuando a dos se les compara, uno de los dos repara). Encalabrinados, los caraqueños se bolivarizaron contra sus esposas, y les hicieron una huelga -llamémosla así- de pito, negándoles obra de varón hasta que dejaron de hablar del guapo charro mexicano. Lejos de mí la temeraria idea de erigirme en el subcomandante de los mandilones. Yo estoy muy resignado, y aun contento, con mi situación, pues de no ser por la prudente guía de mi esposa andaría perdido por los inextricables laberintos de la vida, dando constantes cabezazos contra los muros de la realidad. Propongo, sí, una aurea mediocritas, es decir, un dorado punto medio. Que nuestras esposas decidan sobre los asuntos pequeños: dónde debemos vivir; dónde debemos trabajar; cómo debemos vestir; qué coche debemos tener; a dónde debemos ir de vacaciones; y nosotros decidamos sobre las cuestiones que realmente importan: si los Estados Unidos deben salir ya de Afganistán; si el señor Strauss-Kahn es en verdad culpable; quién debe ser el técnico de la Selección Nacional, y otros asuntos de similar sustancia y entidad. En todas las cuestiones de la vida hemos de aplicar la sabia sentencia popular: ni tanto que queme al santo, ni tanto (o sea ni tan poco) que no lo alumbre... El padre Arsilio decidió darle una lección a Astatrasio Garrajarra, el borrachín del pueblo. Lo llevó a un cuarto oscuro en una de cuyas paredes colgaba un Cristo crucificado. Encendió una vela, y la acercó a la cabeza de la imagen. Le dijo al beodo: "¿Ves esta corona de espinas? ¡La lleva Nuestro Señor por tu embriaguez!" Acercó luego don Arsilio la candela al pecho del doliente Cristo y le dijo a Astatrasio: "¿Ves la llaga que traspasa el costado del Divino Verbo? ¡Tú se la hiciste con tus borracheras!". Con cautelosa voz sugiere el temulento: "No baje más la vela, señor cura, que va a quemarlo donde no se debe, y luego va a decir que yo tuve la culpa"... El Presidente Calderón, a mi juicio con acierto, hizo que el Ejército y la Marina participen en la lucha contra la delincuencia. A algunos críticos eso les parece mal, y dicen que los soldados deben volver a sus cuarteles. La Suprema Corte dio un fallo que puede servir de exacto punto medio en este caso: determinó someter a la justicia civil a los militares que incurran en delitos violatorios de los derechos de la población. Esa limitación de la jurisdicción castrense constituye en verdad un hito histórico. Los mandos militares, que han dado sobradas muestras de respeto a la integridad republicana, recibieron tal decisión en forma igualmente respetuosa. He aquí una buena noticia. Se ha fortalecido el ámbito civilista y legal de la Nación. Seguirá la necesaria presencia de los militares en el esfuerzo por preservar la seguridad de los mexicanos, pero cualquier exceso que en esa tarea se cometa será sometido a la justicia de la comunidad. Ésta sí que es una decisión verdaderamente histórica. Mi aplauso va tanto a los magistrados del tribunal supremo como a los jefes militares que de inmediato declararon su voluntad de acatar su determinación... FIN.