Le dice un tipo a otro: "Mi esposa huyó con mi mejor amigo". Replica el otro con sentimiento: "Pensé que yo era tu mejor amigo". Y dice el tipo: "Ya no"... Ceñuda, carilarga, la esposa de Astatrasio Garrajarra le reclamó enojada: "Anoche, cuando llegaste, oí que el reloj sonaba las dos''. "Es cierto, gordita -responde con cachaza el borrachón-. Empezó a sonar las diez, pero pensé que ya estabas dormida, y detuve el péndulo para que las campanadas no te despertaran''... Con mala leche Juanilito le comentó a Pepito: "Mi mamá dice que tu mamá se viste muy mal". "En cambio -respondió Pepito- mi papá dice que tu mamá se desviste muy bien"... Una ley draconiana prohibía que dentro de los límites de la ciudad se practicaran juegos de azar con apuesta. Sin embargo el sacerdote católico, el pastor protestante y el rabino judío, grandes amigos entre sí, gustaban de echar una partidita de poker los sábados en la noche, y apostaban unos cuantos dólares. Sucedió lo que tenía que suceder: el jefe de la policía los sorprendió un día, y los llevó ante el juez. Les dijo, severo, el juzgador: "Ustedes saben bien que el juego se castiga con pena de prisión. Sin embargo, en atención a su carácter de hombres de religión, y confiado en su palabra, pues sé que no pueden mentir, los dejaré ir si me aseguran que no estaban jugando poker. Hable usted primero, señor cura''. El padrecito eleva la mirada al cielo, y en una silenciosa oración le suplicó al Señor que le perdonara la mentira que iba a decir. Luego manifestó con firme y clara voz. "No, señor juez. Yo no estaba jugando poker''. "¿Y usted, reverendo?'' -le preguntó en seguida el juez al pastor protestante-. En igual forma el pastor hizo también una oración callada para pedir a Dios perdón por su mentira, y declaró en seguida: "No, señor juez. Yo tampoco estaba jugando ese juego''. Su señoría se vuelve hacia el rabino y le pregunta: "Y usted, rabino ¿estaba jugando poker?''. No hizo oración el rabino, ni pidió perdón. Alzó los brazos al cielo, como sorprendido por la acusación, y preguntó luego poniendo cara de inocencia: "¿Jugando yo, señor juez? ¿Con quién?''... Doña Holofernes les contó a sus amigas: "Mi esposo y yo tenemos 20 años de casados, y todos los días él se queja de la comida". Le pregunta una de ellas: "¿No te molesta eso?". "¿Por qué habría de molestarme? -responde doña Holofernes-. Él es quien hace la comida. ¿Qué culpa tengo yo de que no sepa cocinar?"... El visitante de la granja contempló con admiración al toro semental y le dijo al hijito del granjero: "Debe ser un toro muy bueno''. "No sé si sea bueno o no -responde el chiquillo-, pero es bastante tonto. Quiere saltar sobre las vacas y no puede: siempre se queda atorado en ellas''... La angosta calleja del pueblo estaba llena de turistas. Un niño caminaba penosamente cargado con grandes tinajas de barro. De pronto resbaló en las mojadas baldosas de la callejuela, vino al suelo, y todas las tinajas se le quebraron. El pequeño se echó a llorar desconsoladamente. Se acercó un hombre humilde, y le dijo con ternura: "¡Pobrecito! Quebraste las tinajas, y ahora tendrás que pagarlas, ¿verdad?''. "Sí, señor'' -responde el niño entre sus lágrimas. "No llores más -lo consuela el humilde señor-. Toma estos 20 pesos. Es todo lo que tengo, pero seguramente todas estas generosas personas que te han visto caer te ayudarán también''. En efecto, de inmediato todos los turistas sacaron sus carteras, movidos por el ejemplo de aquel hombre que a pesar de su pobreza había sido el primero en acudir en ayuda del niño. En un minuto las manos del chamaquito estuvieron llenas de monedas y billetes. Un transeúnte que había visto aquello le dice al niño, lleno de emoción: "El hombre que inició la colecta es muy generoso ¿no crees?''. "Sobre todo muy listo -contesta el pequeño-. Es mi papá, y vino a vender esas tinajas''... Picio, el hombre más feo del condado, conoció a Uglilia, la más fea mujer de la comarca. Estaba, como dicen, la mazorca p'al marrano. Su común fealdad los llevó a entenderse bien -nunca falta un roto para un descosido-, y después de un breve noviazgo se casaron. A los nueve meses Uglicia dio a luz una linda pareja de gemelitos, niño y niña, hermosísimos los dos. La chiquitina era un angelito; el niñito un querubín. Cierto día salieron a pasear, y llevaron consigo a los bebés. Se toparon con doña Jodoncia, mujer de agrio talante y sin educación. Dice ella, grosera. "¿Cómo unos papás tan feos pudieron hacer unos niños tan bonitos?". "Señora- responde Picio con gesto agrio-: no los hicimos con la cara".... FIN.