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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

¿Por qué ese guapo joven andaba desnudo en el corredor de un hotel de Las Vegas? El caso, aunque insólito, es fácil de explicar. Hizo una apuesta con sus amigos, y perdió. El castigo consistió en hacer un paseo, sin nada encima, por el corredor. Lo estaba haciendo cuando se percató, espantado, de que se abría la puerta del elevador y de él salían varias damas. ¿Quiénes eran ellas? Lo diré: eran Celiberia Sinvarón, Himenia Camafría y Solicia Sinpitier, nuestras bien conocidas maduras señoritas solteras. Al verlas, el muchacho se quedó inmóvil como estatua. Lo ve la señorita, y con voz llena de júbilo llama a sus amiguitas: "¡Vengan, muchachas -les grita-, y traigan monedas! ¡Acabo de descubrir una maquinita mejor que las demás!"... Dos señoras, una ya de cierta edad, muy joven la otra. Intercambiaban confidencias acerca de tomas de alcoba. Dice la primera: "Mi esposo y yo nunca hacíamos el amor sino hasta que los niños ya estaban dormidos". Responde la muchacha: "Lo mismo hacemos mi marido y yo. Ayer domingo mandamos a los niños a la cama a las 9 de la mañana, a las 12 del mediodía y a las 6 de la tarde"... La esposa de don Languidio entró en la oficina de su marido y vio la gráfica de los negocios, que marcaba una línea en caída hasta abajo. Le dice la señora a su flébil marido: "Esta misma gráfica podrías ponerla sobre la cabecera de tu cama"... La verdad, yo he sentido mucho la desaparición de la URSS. Me suele suceder que de pronto la recuerdo, y me parece que se me murió una tía gorda y fastidiosa, pero a veces necesaria. En los felices años de la guerra fría, cuando había equilibrio entre las dos potencias mundiales, la Unión Soviética y los Estados Unidos, los países de América Latina teníamos un recurso del cual echábamos mano con ladina habilidad. Si los norteamericanos se ponían roñosos y nos negaban ayudas económicas bastaba hacerles a los comunistas un leve guiño de ojos -por ejemplo, presentar en el cine Versalles una película de Bondarchuk, para que nuestros vecinos del norte se apresuraran a vaciar sobre nosotros toda la cornucopia de sus dones, no fuera a ser que nos entregáramos al oso ruso y nos volviéramos estalinistas. Ahora ya no podemos hacer aquellas productivas fintas, y somos dóciles satélites del imperialismo yanqui, como en aquellos felices tiempos se decía. ¿Por qué te fuiste, URSS?... Un ebrio iba por la acera cae que no cae, haciendo no sólo eses, sino todo el abecedario. Alzó la vista y vio en lo alta de un edificio de 10 pisos a un niñito vestido con una como batita blanca, de pie en la cornisa del último piso. Se espantó el temulento al verlo en aquel terrible riesgo, y más se espantó cuando el pequeño dio un paso hacia adelante y se lanzó al vacío. Aterrorizado, el borrachito siguió la vertiginosa caída del niño hacia su segura muerte. Se quedó estupefacto, sin embargo, cuando unos metros antes de llegar el chamaquito al suelo su caída se hizo lenta, y el pequeñín, oscilando graciosamente como una pluma de ave, llegó sano y salvo al suelo. El párvulo se compuso los pliegues de su tuniquita blanca, como si aquello hubiera sido algo sin importancia. "¡Niño! -le preguntó el ebrio, boquiabierto-. ¿Cómo hiciste eso?". "No tiene ningún chiste -respondió el pequeño-. Aquí abajo hay una corriente de aire que detiene la caída de cualquier cuerpo, aunque sea el más pesado. ¿Por qué no haces la prueba?". No hay prueba, ya se sabe, que un borracho no esté dispuesto a hacer. Subió el briago al último piso de aquel alto edificio, y con airoso salto se arrojó al vacío. ¡Qué corriente de aire ni qué nada¡ Al llegar al suelo el azumbrado tipo se dio un batacazo que se oyó hasta los límites de la ciudad. El niño se acerca a él y le dice con una seráfica sonrisa: "¿Verdad que para ser un angelito soy un hijo de la tiznada?". A don Poseidón le iban a practicar una operación quirúrgica cerca de las partes que, en curiosa contradicción, merecedora de erudito análisis, algunos llaman "nobles'' y otros dicen "pudendas'', vocablo que designa a "lo que es torpe, feo, y motivo de vergüenza''. Había necesidad de afeitar el campo quirúrgico, de modo que llegó un barbero a disponer al paciente para la operación. "¡Dios mío, no! -gimió don Poseidón al verlo -. ¡Traigan otro barbero! ¡Éste por poco me corta una oreja la última vez que me afeitó! ¡Ahora quién sabe qué me pueda cortar!''... FIN.

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