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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Simpliciano, joven sin mucha ciencia de la vida, le hizo a su esposa una pregunta que nunca se le debe hacer a una mujer: "¿Cuántos novios tuviste antes de mí?". Ella quedó en silencio. Se hizo una tensa pausa que duró más de un minuto. La acucia él, impaciente: "Estoy esperando". Replica ella: "Y yo estoy contando". (¡Mentecato preguntón! ¡Y en seguida tendrás que darle otros minutos para que cuente los novios que ha tenido después de ti!). Sor Bette fue a confesarse con el padre Arsilio. "Di tus pecados, hija" -le pidió el bondadoso sacerdote. Empezó la monjita: "Dos litros de aceite, una lata de puré de tomate, un kilo de huevos, un frasco de aceitunas, jabón, una bolsa de detergente...". "Hija -se sorprende el sacerdote-. Eso parece una lista de compras". "¡Mano Poderosa! -exclama consternada la monjita-. ¡Dejé la lista de mis pecados en el súper!"... "Señorita Rosibel - le dice don Algón a su nueva y curvilínea secretaria-. Ha sido tradición en esta oficina que los jefes pongan la mano en las rodillas de sus secretarias mientras les dictan. Pero yo fui alpinista en mi juventud, y me gusta conquistar nuevas alturas"... Babalucas llegó al consultorio del doctor Ken Hosanna llevando una piel de oso en las espaldas. "¿Qué significa eso?" -inquirió el galeno, asombrado. "¿Ya no recuerda, doctor? -contesta el badulaque- Usted me dijo que para el dolor de espalda me pusiera un oso por parche". "No, señor -corrige el médico alzando los ojos al cielo-. Yo dije 'un parche poroso'"... Un visitante se conmovió el ver en el cementerio a un hombre que sollozaba desgarradoramente abrazado a una tumba, al tiempo que profería dolientes quejos y gemebundos ululatos. Clamaba sin consuelo: "¿Por qué tenías que morir? ¿Por qué te fuiste de este mundo?". Sin poderse contener el visitante fue hacia el afligido señor. "Perdone la indiscreción, caballero. ¿Es su esposa quien duerme en esa tumba el sueño eterno?". "¡No! -responde el señor rompiendo otra vez a llorar-. ¡Es el primer marido de mi esposa!". José Tomás, figura grande de la torería actual, estuvo inactivo durante un año y medio después de la gravísima cornada que recibió en Aguascalientes. Hizo su reaparición el sábado pasado, en Valencia. Las taquillas de la plaza abrieron a las 10 de la mañana para vender los poquísimos boletos que el reglamento obliga a poner a disposición del público el día de la corrida. El primero en comprar los dos que podía adquirir fue un joven que había hecho guardia al pie mismo de la taquilla desde la noche del pasado jueves. Lo entrevistó la prensa, y dijo que los boletos no eran para él: los había comprado para su abuelo Victoriano de 79 años, gran aficionado a la fiesta brava y -al igual que su esposa- admirador devoto de Tomás. "Él y mi abuela viven en Madrid -narró el muchacho-, y vienen engañados a Valencia. Piensan que llegarán sólo de visita a nuestra casa. No saben que verán a su torero favorito". La emoción de la fiesta toca también a los corazones jóvenes. José Tomás brindó su primer toro a cuatro señores vestidos de traje oscuro, a quienes hizo salir al ruedo para que recibieran su brindis y la ovación del público: los cuatro médicos mexicanos que le salvaron la vida. En otra forma estuvo presente México en el coso valenciano: esa misma tarde toreó un joven diestro mexicano cuyo arte y valor han conquistado a España: Arturo Saldívar, que salió a hombros de la plaza. El nombre de mi ciudad también resonó en la ocasión, pues Arturo hizo que la plaza se cimbrara con unos lucidísimos quites por saltilleras, insigne creación de don Fermín Espinoza "Armillita", el Maestro de Saltillo. Gloria y tragedia hay en la fiesta brava. Seguirá existiendo esa antigua liturgia mientras haya en el hombre la intuición de la belleza y los hondos sentimientos que acompañan a la vida y a la muerte. Dulcilí, muchacha ingenua, les salió a sus papás con la pequeña novedad de que estaba ligeramente embarazada. "¡Hija mía! -exclamó la mamá-. ¿Qué no tomaste ninguna precaución?". "Sí, mami -le asegura ella-. Puse una almohada para no pegarme en la cabecera de la cama con los arrempujones". Suspira entonces el papá: "Bueno, hija mía. No eres la primera ni serás la última a la que le pasa esto. Pero dinos: ¿quién es el papá de la criatura?". "No lo sé -responde con franqueza Dulcilí-. Eso que tienen los hombres no deja ninguna firma". FIN.

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