La esposa de Capronio, preocupada por su hijo, que había llegado ya a la edad juvenil, le pidió a su marido que le hablara al muchacho acerca de lo que hacen los pajaritos y las abejitas. Capronio llamó a su retoño, y tras cerrar la puerta de la habitación le habló en los términos siguientes: "Hijo mío, tu madre me ha pedido que te hable acerca de lo que hacen los pajaritos y las abejitas". Preguntó, extrañado, el chico: "¿Qué es lo que hacen los pajaritos y las abejitas?". Le dice Capronio, luego de toser para aclararse la garganta: "¿Recuerdas cuando me acompañaste a aquella convención en Las Vegas?". "Sí" -contesta el muchacho. "¿Y recuerdas -prosigue el genitor- a aquellas rubias que conocimos en el bar del hotel?". "Claro que me acuerdo" -responde animadamente el chico. "¿Y recuerdas lo que hicimos con ellas?". "Sí; lo recuerdo muy bien" -responde el muchacho. "Bueno -concluye Capronio-. Pues eso que hicimos es lo que hacen las abejitas y los pajaritos"... Don Geroncio, señor de edad madura, llegó a su departamento, y sorprendió a una joven mujer que había entrado a robar. Clamó desesperada la muchacha:"¡No llame a la Policía, señor, se lo suplico! Tengo antecedentes penales, y si me detienen otra vez iré a la cárcel varios años. ¡Por su madre y por mis hijos, no me denuncie! Si me ayuda le demostraré mi gratitud en la forma que usted quiera". Don Geroncio aceptó el trato, y le pidió a la mujer que le pagara el favor con cuerpomatic. Pero aunque ella se puso en actitud de cumplir el trato, don Geroncio no logró, a causa de su madura edad, recoger el fruto de aquella muestra de agradecimiento. Después de varios inútiles esfuerzos le dijo don Geroncio a la chica meneando tristemente la cabeza: "Qué lástima, muchacha. Después de todo voy a tener que llamar a la Policía"... Se está poniendo de moda entre nosotros algo que en cierta forma podría equipararse al llamado síndrome de Estocolmo, por el cual la víctima acaba compadeciendo, justificando, perdonando, y aun defendiendo, a su victimario. Esa nueva moda podrá ser políticamente correcta, pero constituye una grave incorrección moral, pues defender al criminal culpando de sus violencias a la sociedad es hacer eco a las palabras de aquel anarquista cuyo nombre he perdido en la anarquía de mi memoria, el cual anarquista colocó una bomba cuya explosión mató a numerosos hombres, mujeres y niños. Cuando el juez le preguntó por qué había hecho estallar aquel artefacto que quitó la vida a tantos inocentes, el asesino exclamó lleno de rabia: "¡No hay burgués inocente!". Hay muchos que sufren carencias e injusticias, y no todos terminan en delincuentes o matones. Ciertamente el germen de la maldad está en todos nosotros, pero también en nosotros se encuentra el libre arbitrio que nos permite escoger entre el mal y el bien, y una conciencia que nos hace distinguir entre ambos, por grande que sea nuestra ignorancia y por embotados que estén nuestros sentidos. Debemos ejercitar el don cristiano de la compasión aun con los más malos, pero sin que ello nos lleve a atentar contra el derecho de los inocentes, ni nos haga faltar a lo que piden la justicia y la razón. (Caón, no entendí nada)... Aquel diputado jamás había abierto en su oficina el cajón de su escritorio. Un día lo abrió, y en él vio una lámpara. La frotó para limpiarla, y apareció un genio. "Te cumpliré tres deseos" -dijo el genio. Pidió el diputado: "Quiero estar en Cancún". ¡Fuuum! Se halló en Cancún de pronto. "Quiero tener muchas mujeres bellas; comida y bebida en abundancia". ¡Fuuum! Se vio rodeado de hermosas muchachas que le ofrecían viandas exquisitas, vinos caros y licores finos. Le pregunta en seguida el genio: "¿Cuál es tu tercer deseo?". Contesta el hombre: "Quiero vivir sin trabajar". Y ¡fuuum! el diputado se encontró de nuevo en su oficina... Ojo: sigue ahora un cuentecillo pelandusco. Las personas pudibundas deben suspender en este mismo punto la lectura. Aquella señora estaba casada con un veterinario que atendía únicamente perros. A la mujer le dio por alquilar películas eróticas. "¿Por qué haces semejante cosa?" -le preguntó una amiga. Responde la señora: "Quiero que mi marido vea que existen otras posiciones"... (No le entendí)... FIN.