Las ciudades no están hechas de piedras, sino de almas. (Aquí por "almas" se entiende, claro, mujeres, hombres, niños, jóvenes, ancianos, y demás personal de toda edad, talante y condición). No sé quién dijo esa frase -a lo mejor la dije yo- pero haya sido quien haya sido el que la dijo, lo cierto es que la sentencia merece ser inscrita en bronce eterno y mármol duradero, o, a falta de esos nobles materiales, por lo menos en una placa de zoquete. (En México "zoquete" es lodo, del aztequismo "zoquitl", cieno o barro). Entre los habitantes de una ciudad o pueblo destacan algunos personajes que al paso de los años se convierten en míticos o legendarios, y que llegan a ser, por su genio y su ingenio, parte de la fisonomía y el estilo de su comunidad. Hay también quienes se ocupan en recoger los hechos y los dichos de esas figuras emblemáticas, y su labor merece aplauso, pues de ese modo no se pierden las galanas ocurrencias de aquellos que con su modo de ser o de decir enriquecen el acervo de tradiciones del lugar que habitan. En Colima, por ejemplo, Víctor Viveros Saldierna, querido amigo mío, hijo de quien fue mi maestro en decires y escribires, don Ruperto Viveros, de Monclova, ha guardado con cariñoso afecto las cosas de su suelo adoptivo. En todos los lugares debería haber alguien así, registrador de las gracias y bellezas creadas por el pueblo, poeta máximo, supremo humorista y filósofo mayor. De Víctor, que sabe reír y regalar la risa, oí lo que en seguida voy a compartir contigo, que eres uno de mis cuatro lectores. Entre los personajes populares de Colima ocupa lugar de honor Chema el tejuinero. El tejuino es una sabrosa bebida refrescante hecha a base de maíz. Chema la preparaba y expendía, de ahí su apelativo: el tejuinero. Anunciaba su mercancía al son de una corneta sonorosa, su marca registrada. En cierta ocasión le preguntó una turista: "¿Es usted Chema el tejuinero?". "Pa' servir a Dios y a usted". "Se lo pregunto -dijo la mujer- porque aquel vendedor que está allá me aseguró que él es Chema el tejuinero". Repuso Chema: "Dígale que le enseñe la corneta". Cuando se anunció que doña Griselda Álvarez sería la candidata del PRI al gobierno de Colima, surgió una corriente que impugnaba su candidatura porque, al decir de los opositores, la señora no era originaria de Colima, sino de Jalisco. Ella negaba vehementemente tal versión, y proclamaba con energía sus raíces en el estado que iba a gobernar. Chema el tejuinero asistió a un mitin de la candidata, y le dedicó unos versos encomiásticos. Al término de la recitación doña Griselda lo felicitó. "Qué bueno -dijo- que Colima sigue dando poetas populares". "No, señora -la corrigió Chema de inmediato-. Yo también soy de Jalisco". Una vez el tejuinero le pidió 20 pesos prestados al alcalde de Colima cuando se lo topó en la calle. "Te los pago mañana" -prometió. El munícipe le dio el billete. Chema, entonces, desató su paliacate. En él llevaba un grueso fajo de billetes de 50, de 100 y de 500 pesos. "Pero, Chema -se molestó el alcalde- ¿cómo me pides 20 pesos prestados, si tú traes más dinero que yo?". Respondió él: "Llevo un mes tratando de hablar contigo para tratar un asunto de mi colonia, y tus guaruras no me dejan pasar. Cuando mañana les diga que vengo a pagarte un dinero que te debo, seguramente me darán el pase". Pablo Hermoso de Mendoza, el gran rejoneador de España, se presentó en La Petatera, coso muy castizo. En su barrera de sol estaba Chema el Tejuinero. Salió el toro, y de inmediato se mostró reservón y desconfiado. El rejoneador, que notó aquellas malas notas de su socio, vacilaba en provocar la acometida. Hacía caracolear a su caballo, pero lo frenaba una y otra vez, dudoso y vacilante, pues el toro seguía rascando la arena con recelo, sin dar la cara. En eso se escuchó en toda la plaza el estentóreo grito de ánimo de Chema el tejuinero: "¡Éntrale, paisano!". Un aficionado que estaba cerca de él se molestó al oír aquello, y le hizo burla con tono desdeñoso: "Muy español te has de sentir, cab...". Replicó Chema: "¡Le estoy diciendo al toro, pen..!". FIN.