Este cuento se llama "Sexo oral". Babalucas le pidió a su novia: "Quítate la blusa". Respondió ella: "No". "Si no te la quitas -le advirtió él- me voy a enojar mucho". "Está bien" -cedió la muchacha. Y se quitó la blusa. "Ahora -le dijo Babalucas- quítate la falda". "¿Para qué quieres que me la quite?" -preguntó ella. "Tú quítatela" -le ordenó, perentorio, Babalucas. Ella obedeció, y se quitó la falda. Prosiguió, ansioso, el galán: "Quítate las pantimedias". Ella intentó protestar. Le dijo: "Pero...". "¡Que te quites las pantimedias! -repitió Babalucas con tono que no admitía réplica. La chica cumplió la orden. "Quítate el brasier" -demandó el anheloso novio respirando agitadamente. La muchacha, acuciada por la urente exigencia de su pareja, hizo lo que se le pedía. "Y ahora -le ordenó Babalucas- quítate la pantaleta". "Eso no" -rechazó, inquieta, la muchacha. "¡Quítatela, te digo!" -insistió él. "Ya te dije que no" -repitió ella. "¡Qué te la quites!" -profirió Babalucas ya fuera de sí por el ardimiento de aquel erótico trance de libídine. "No me la voy a quitar -volvió a decirle ella-. ¡Y no insistas, porque cuelgo el teléfono!". La esposa de aquel señor le comunicó: "El próximo mes cumplimos 25 años de matrimonio, y quiero que nos casemos otra vez". "¡Qué buena idea! -se alegró el sujeto-. ¡Tú ve buscando marido, que yo ya tengo la vieja con la que me voy a casar!". Un joven aprendiz de seductor le pidió a Libidiano, galán concupiscente, que le revelara el secreto de la táctica que usaba para lograr que todas las mujeres a las que conocía en el bar se fueran con él a su departamento. Le confió Libidiano: "Es muy sencillo. Les digo: 'Decídete, porque si no te vas conmigo me gastaré esos 5 mil pesos en otra cosa". Don Senilio, señor de edad madura, contrajo matrimonio con Golona, mujer exuberante, aunque tampoco ya en flor de edad. Meses después las amigas de Golona le preguntaron llenas de curiosidad: "¿Cómo te va en la cama con tu esposo?". "Muy bien -contestó ella-. Todas las noches me satisface plenamente". "¿De veras? -se interesaron ellas-. ¿Cómo?". Responde Golona: "Me deja el control de la tele". La viejecita se alarmó al ver que una patrulla policiaca se estacionaba frente a su casa, y más se preocupó al ver que de la patrulla descendió un guardia que ayudó a bajar al anciano marido de la viejita. Salió ella apresuradamente, y le pregunta al oficial: "¿Qué sucedió?". Relata el policía. "Alguien nos llamó para avisar que un anciano estaba perdido en el parque, y no sabía cómo regresar a su casa. Acudí yo, y por fortuna su esposo logró recordar su dirección. Así pude traerlo". "Pero, viejito -le dice la señora con ternura al ancianito-. Tienes 30 años de ir todos los días a ese parque. ¿Cómo pudiste olvidar el camino de regreso?". Se inclina el viejecito hacia su esposa y le dice al oído: "No lo olvidé. Lo que pasa es que hacía mucho sol, y me dio güeva venirme caminando". La esposa del reverendo Rocko Fages, pastor de la Iglesia de la Tercera Venida (no confundir con la Iglesia de la Tercera Avenida, que permite el adulterio a condición de que sea entre miembros de la congregación), llegó a su casa un día, y sorprendió a su cónyuge refocilándose con una voluptuosa fémina en la tina de baño. "¡Abominación!" -le gritó hecha una furia. "Se llama Rocko" -la corrigió cortésmente la mujer que compartía la tina con el pastor. Rebufó la señora: "¡Nadie me va a enseñar a mí el nombre de mi esposo! ¡Y menos tú, despreciable Jezabel, Salomé impúdica, Rahal desvergonzada, inverecunda y cínica Gomer!". Enseguida, volviéndose a su marido, le gritó en paroxismo de iracundia: "¡Y tú, perverso disoluto! ¡Deberías morir en la hoguera, pecador, o lapidado, según prescriben los sagrados libros como castigo al adulterio! (Levítico 20:10, 21:9; Deuteronomio 22: 22-24). Dime, malvado: ¿por qué te encuentro en la tina de baño con esa pecatriz?". "No pienses mal, mujer -intentó sosegarla el reverendo-. La estoy bautizando"... FIN.