En Radio Concierto, la estación cultural de radio que contra todos los vientos y todas las tempestades sostenemos en Saltillo mi familia y yo, creamos hace años un programa, "Sabadito lindo". En él ponemos música de las grandes bandas del ayer, para que en las noches sabatinas bailen a su compás las parejas de juventud acumulada. El lema de ese programa dice: "Bailar es la mejor cosa que un hombre y una mujer pueden hacer con los zapatos puestos". Este sábado que pasó yo no bailé. Anduve todo el día, si bien no cabizbajo, sí muy meditabundo. Sucede que en esa fecha, agosto 13, se cumplían dos aniversarios: los 50 años del Muro de Berlín y los 85 años de edad de Fidel Castro. Ambos, el alemán y el cubano, son ya muros caídos. El primero lo levantó Walter Ulbricht, gobernante pelele de la URSS. La emigración constante de habitantes de la zona controlada por el poder soviético hacia Alemania occidental hacía que se tambaleara la economía de la llamada República Democrática Alemana, que no era ni una de esas tres cosas. Ulbricht decidió entonces partir en dos a Berlín, y levantó esa barrera que fue considerada vergüenza del mundo civilizado, y que acabó por caer después de 28 años y tres meses de ser el símbolo más visible de la opresión sufrida por los alemanes del Este. Otro muro erigió Fidel Castro con su longeva dictadura que ha mantenido separada a Cuba de la convivencia con el mundo. Ahora, tirano caduco y obsoleto, monarca destronado por el tiempo, Castro se aísla más aún, y sólo es mito para quienes con necia tozudez siguen aferrados a mitos que cayeron ya. El hermano menor -en todos los sentidos- del dictador intenta ahora cambiar el derrotero de la nave en naufragio, y concede incipientes libertades que el otro se dedicó a aplastar. En esos dos aniversarios hallé, a pesar de ser sábado, un motivo para la reflexión. Pensé que en México, país aparentemente libre, los mexicanos sufrimos imposiciones derivadas de un Estado regulador, omnipresente y estorboso, plagado de ineficacia y corrupción, que pone mil trabas a las iniciativas y trabajo de la gente, y emanadas también de una burda partidocracia por la cual los partidos, validos de una viciosa legislación electoral hecha a su modo y conveniencia, detentan un insano monopolio sobre la vida política de la Nación, hacen caer sobre los ciudadanos onerosas cargas económicas, y atentan gravemente contra sus garantías constitucionales. La libertad, sin embargo, es connatural al ser humano y a las comunidades que los hombres forman. Esa vocación hace que al final caigan todas las formas de opresión. Así sucedió con el Muro de Berlín. Así está sucediendo con el muro cubano. Así sucederá con esas indebidas sujeciones que padecemos los mexicanos por causa de un sistema de gobierno que es todavía estatista y de unos partidos que han convertido a la República en botín. ¡Insensato escribidor! Tu última frase me provocó un espasmo de píloro que me llegó hasta el periné. Ahí lo traigo todavía. Narra ahora algunos chascarrillos para sedar mi gran conturbación. Susiflor, que esa mañana había participado en la carrera 21K, rechazó por la noche la lúbrica solicitación de Libidiano. Le dijo: "Me duelen las piernas". "No importa -replica el salaz sujeto-. Podemos hacerlas a un lado". Possy Ciondell, misionero, llegó a una aldea perdida en la selva. Uno de los aborígenes lo palpó detenidamente. Inquiere el recién llegado: "¿Es usted agente de seguridad?". "No señor -responde el nativo-. Soy inspector de alimentos". El fabricante de ropa llamó a sus dos vendedores. "Las cosas andan mal, muchachos -les comunicó-. Se nos han caído las ventas. He decidido someter a ustedes a una prueba a ver cuál de los dos vende más este mes. El que gane el concurso tendrá derecho a una noche de amor". Pregunta uno de los vendedores: "¿Y el que lo pierda?". Responde el dueño de la fábrica: "Ése deberá dar la noche de amor". FIN