Dulcilí, muchacha ingenua, hija de famila, les salió a sus
papás con la pequeña novedad de que estaba un poquitito
embarazada. “¡Ira de Dios! -clamó el señor, que había
leído en su juventud novelas de Salgari-. ¿Y quién es el
papá de la criatura?”. “No lo sé -respondió, gemebunda,
Dulcilí-. Tú nunca me has dejado tener novio formal”.
Un abogado le dice a otro: “Al emitir ese dictamen el magistrado
se inclinó hacia la derecha”. Pregunta el otro:
“¿Quieres decir que el dictamen es conservador?”. “No
-aclara el primero-. Se inclinó hacia la derecha para dejar
salir un aire”. Don Martiriano y su mujer, doña Jodoncia,
pasaban unos días en el campo. Exclama él con
voz emocionada: “¡Cuando contemplo las estrellas pienso
en lo insignificante que soy!”. Replica con agria voz
la fiera: “Cuando no las contemplas también lo eres”. La
señora de rancho le dice a su marido: “El próximo mes
cumpliremos cinco años de casados. ¿Por qué no matas
un marrano?”. Masculla con rencorosa voz el hombre:
“Mejor mato a tu prima Celestona, que fue la que nos
presentó”. La esposa de don Senilio, señor de la tercera
edad, lo confió a una amiga: “Anoche le di a mi marido
una pastilla de Viagra”. Dice la amiga: “¡Debes haberla
pasado fabulosamente!”. “Fíjate que no -replica mohína
la señora-. Se me olvidó darle la pastilla para la memoria,
y no pudo recordar cómo se hacía”. A más de ser una
gran figura de la fiesta brava el maestro Eloy Cavazos es
un ingeniosísimo conversador. El otro día me contó una
anécdota chispeante. En el patio de cuadrillas, poco antes
de salir al ruedo, un picador rellenaba con papel periódico
los conductos auditivos del caballo, a fin de evitar
que se asustara con los gritos de la gente. Un peón de
brega lo miró hacer eso y le dijo: “¿Para qué le tapas las
orejas? Las mentadas de madre van a ser para ti, no para
él”. Algunos luchadores sociales -muchos hay, por fortuna,
sobre el ring- han dado en la flor de hacer reproches
al Presidente Calderón, lo mismo que al Ejército y
a laMarina, por la lucha que libran contra la delincuencia.
No ha faltado entre esos luchadores quien haya llegado
al extremoso extremo de pedir perdón a los que asesinan,
violan, secuestran y extorsionan. Yo, que soy también
humilde peón de brega, creo que las mentadas de
madre se deben poner en el lugar debido. Pienso que los
chuecos también tienen derechos, pero sin lesionar los
derechos de quienes son derechos (caón, no entendí nada),
y digo finalmente que en este crucial combate contra
la violencia no debemos atacar a quienes nos defienden,
y menos aún defender a quienes nos atacan. (¡Bófonos!).
La señora de Frankenstein notó que su esposo había
perdido el interés erótico. Fue con un terapeuta, y
éste le aconsejó: “Prepare usted una sabrosa cena, y sírvasela
a su marido a la luz de las velas, y con música romántica”.
Regresó la señora al día siguiente, y le dijo al
facultativo que aquello no había funcionado. Prescribió
él: “Hoy en la noche póngase ropa sugestiva”. La señora
regresó otra vez: tampoco el negligé y la tanguita habían
servido. El terapeuta vaciló. “Señora -le dijo-, entonces
lo único que puedo recomendarle es que eche usted a volar
su imaginación”. Al siguiente día regresó la señora.
Mostraba una gran sonrisa de felicidad. “Eché a volar
la imaginación, doctor -dijo al profesional-, y las cosas
volvieron a ser como en los días de la juventud”.
“¿Qué hizo usted?” -inquiere el facultativo, interesado.
Responde la señora: “Anoche se desató una tormenta. La
atmósfera estaba llena de electricidad. Había centellas,
rayos, truenos y relámpagos. Saqué a Frankenstein al
jardín, y ahí me hizo el amor en forma apasionada”.
“¿Quiere usted decir -pregunta el facultativo- que la tormenta
obró el milagro?”. “Bueno -contesta la señora-. No
fue solamente la tormenta. Le amarré una cometa en la
parte correspondiente, y parece que eso le recargó las
baterías”. FIN.