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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Dulcilí, muchacha ingenua, hija de famila, les salió a sus

papás con la pequeña novedad de que estaba un poquitito

embarazada. “¡Ira de Dios! -clamó el señor, que había

leído en su juventud novelas de Salgari-. ¿Y quién es el

papá de la criatura?”. “No lo sé -respondió, gemebunda,

Dulcilí-. Tú nunca me has dejado tener novio formal”.

Un abogado le dice a otro: “Al emitir ese dictamen el magistrado

se inclinó hacia la derecha”. Pregunta el otro:

“¿Quieres decir que el dictamen es conservador?”. “No

-aclara el primero-. Se inclinó hacia la derecha para dejar

salir un aire”. Don Martiriano y su mujer, doña Jodoncia,

pasaban unos días en el campo. Exclama él con

voz emocionada: “¡Cuando contemplo las estrellas pienso

en lo insignificante que soy!”. Replica con agria voz

la fiera: “Cuando no las contemplas también lo eres”. La

señora de rancho le dice a su marido: “El próximo mes

cumpliremos cinco años de casados. ¿Por qué no matas

un marrano?”. Masculla con rencorosa voz el hombre:

“Mejor mato a tu prima Celestona, que fue la que nos

presentó”. La esposa de don Senilio, señor de la tercera

edad, lo confió a una amiga: “Anoche le di a mi marido

una pastilla de Viagra”. Dice la amiga: “¡Debes haberla

pasado fabulosamente!”. “Fíjate que no -replica mohína

la señora-. Se me olvidó darle la pastilla para la memoria,

y no pudo recordar cómo se hacía”. A más de ser una

gran figura de la fiesta brava el maestro Eloy Cavazos es

un ingeniosísimo conversador. El otro día me contó una

anécdota chispeante. En el patio de cuadrillas, poco antes

de salir al ruedo, un picador rellenaba con papel periódico

los conductos auditivos del caballo, a fin de evitar

que se asustara con los gritos de la gente. Un peón de

brega lo miró hacer eso y le dijo: “¿Para qué le tapas las

orejas? Las mentadas de madre van a ser para ti, no para

él”. Algunos luchadores sociales -muchos hay, por fortuna,

sobre el ring- han dado en la flor de hacer reproches

al Presidente Calderón, lo mismo que al Ejército y

a laMarina, por la lucha que libran contra la delincuencia.

No ha faltado entre esos luchadores quien haya llegado

al extremoso extremo de pedir perdón a los que asesinan,

violan, secuestran y extorsionan. Yo, que soy también

humilde peón de brega, creo que las mentadas de

madre se deben poner en el lugar debido. Pienso que los

chuecos también tienen derechos, pero sin lesionar los

derechos de quienes son derechos (caón, no entendí nada),

y digo finalmente que en este crucial combate contra

la violencia no debemos atacar a quienes nos defienden,

y menos aún defender a quienes nos atacan. (¡Bófonos!).

La señora de Frankenstein notó que su esposo había

perdido el interés erótico. Fue con un terapeuta, y

éste le aconsejó: “Prepare usted una sabrosa cena, y sírvasela

a su marido a la luz de las velas, y con música romántica”.

Regresó la señora al día siguiente, y le dijo al

facultativo que aquello no había funcionado. Prescribió

él: “Hoy en la noche póngase ropa sugestiva”. La señora

regresó otra vez: tampoco el negligé y la tanguita habían

servido. El terapeuta vaciló. “Señora -le dijo-, entonces

lo único que puedo recomendarle es que eche usted a volar

su imaginación”. Al siguiente día regresó la señora.

Mostraba una gran sonrisa de felicidad. “Eché a volar

la imaginación, doctor -dijo al profesional-, y las cosas

volvieron a ser como en los días de la juventud”.

“¿Qué hizo usted?” -inquiere el facultativo, interesado.

Responde la señora: “Anoche se desató una tormenta. La

atmósfera estaba llena de electricidad. Había centellas,

rayos, truenos y relámpagos. Saqué a Frankenstein al

jardín, y ahí me hizo el amor en forma apasionada”.

“¿Quiere usted decir -pregunta el facultativo- que la tormenta

obró el milagro?”. “Bueno -contesta la señora-. No

fue solamente la tormenta. Le amarré una cometa en la

parte correspondiente, y parece que eso le recargó las

baterías”. FIN.

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