Hércules era un épico cachondo, sime es permitida esa expresión poco ática. La lista de la mujeres que se pasó por la entrepierna sería inacabable: Deyanira, Onfalia, Yola, Arténope, Astioquea, Megara, Augea, Astidamia y las 50 hijas de Testio, por citar solamente algunas. Se enamoró de la hija del rey, y éste le dijo que si quería la mano de su hija -y todo lo demás- debería llevar a cabo diez trabajos, y luego probar su potencia viril en una cebra salvaje traída de la Hircania, furiosa bestia a la que nadie se podía acercar, pues lanzaba coces y mordidas carentes de toda urbanidad. Hércules realizó las diez tareas, y luego se encerró en el granero con la terrible cebra. Después de un par de horas salió el forzudo atleta con el animal. La cebra, ahora mansa y dócil, mostraba una plácida sonrisa, y el héroe, aunque agotado, se veía tambiénmuysatisfecho. Le dijo el rey a Hércules: “Has superado el reto. Puedes casarte con mi hija”.Respondió el héroe con ansiosa voz: “¡Olvídate de tu hija! ¿Cuánto por la cebra?”... El joven empleado de ferrocarriles estaba presentando el examen para ascender a controlador de tránsito. Le pregunta el examinador: “Supongamos que por la misma vía vienen a toda velocidad dos trenes en dirección contraria. Si no tomas medidas prontas y eficaces chocarán en tu estación”. ¿Qué haces?”. Responde el muchacho: “Activo el sistema de alarmas, para que se detengan”. Opone el otro: “El sistema de alarmas no funciona”. “Entonces -prosigue el examinado- uso elmétodo tradicional, y envío un mensaje telegráfico a los trenes”. “Tampoco el telégrafo funciona”. “Entonces -dice el aspirante- llamo por teléfono a mi mamá”. “¿A tu mamá? -se sorprende el funcionario-. ¿Por qué a tu mamá?”. Contesta el muchacho: “Ella nunca ha visto un choque de trenes”... Seguramente mis cuatro lectores recuerdan el artículo que publiqué el 30 de marzo pasado. Los cuatro lectores se miran entre sí, perplejos. Ninguno de ellos recuerda el tal artículo. Es más: ninguno guarda memoria de ese día, y no podría recordar lo que en él hizo, así le fuera en ello la existencia. Entre ellos sólo uno tiene la vaga idea de que ese día era el cumpleaños de su secretaria, y pensó en llevarla a Starbuck’s e invitarle ahí un café, tomando en cuenta que esa misma fecha la famosa y concurridísima cadena de cafeterías celebraba sus 40 años de existencia: fue fundada el 30 de marzo de 1971, en Seattle, por dos maestros -uno de inglés, de historia el otro- y un escritor. Eso explica quizá el nombre del establecimiento: Starbuck es un personaje de la novela “Moby Dick”, de Melville. Pero advierto quemeestoy apartando del relato.Vuelvo a él. Aquel ejecutivo le dijo a su secretaria: “¿Qué le parece, señorita Dulciflor, si vamos a echarnos un expresito?”. “Está bien -accedió ella-. Pero primero invíteme un café”. Fuera de esa esfumada evocación erótica ninguno de mis cuatro lectores recuerda lo que hizo el 30 de marzo pasado.Más aún: a ninguno de ellos le interesa la idea que expresé en el sentido de que López Obrador y Ebrard son dos trenes que iban avanzando uno contra el otro por la misma vía, y que tarde o temprano habrían de chocar.El choque es inminente ya. Alberto Anaya, propietario único y vitalicio, director, gerente, administrador, cajero, contador y apoderado general para pleitos y cobranzas -sobre todo para cobranzasdel Partido de los Trabajadores (¡así se llama, hágame usted el refabrón cavor!), acaba de decir que Ebrard deberá esperar hasta el 2018 para buscar la Presidencia de la República -al cabo es un muchacho todavía-, pues la mano la lleva López Obrador. El problema está en saber si después de una eventual Presidencia de AMLO todavía quedarían en el 2018 República y Presidencia. Pero como dijoMaocuando le preguntaron qué pensaba acerca de laRevolución Francesa. Respondió: “Todavía es demasiado pronto para opinar”. Se me ocurre pensar, sin embargo, que en esta coyuntura la frase para Ebrard sería: “Ahora o nunca”. FIN. (¡Caón, qué finalazo!).
