"¿Con cuántos hombres has dormido?". Esa imprudente pregunta le hizo Simpliciano, joven sin mucha ciencia de la vida, a su reciente esposa, Pirulina. Contestó ella: "Nada más contigo he dormido, mi amor. Con los otros no pegaba el ojo en toda la noche". (¡Insensata! ¡Y no le digas lo que sí pegabas!). El galán que salía con aquella chica por primera vez se sorprendió al ver que la muchacha llevaba el cinturón de su falda atado a la rodilla. "¿Por qué lo traes así?" -le preguntó. Explica ella: "Mi mamá me hizo prometerle que no dejaría que me tocaras más abajo del cinturón". (Te lo hubieras puesto en el tobillo, zonza. También tocar el chamorrito es muy sabroso). Dos nenas fresas -vale decir riquillas, presumidas, cursis, afectadas, de esas que hablan como si trajeran canicas en la boca- estaban platicando. Le dice una a la otra: "Oye, güey: tipo que mi papi chocó su carro". "¡Uh güey! -replica otra-. ¡Ya me imagino el tiradero de elotes!". Don Astasio llegó a su casa, y sorprendió a su cónyuge en abrazo de concupiscencia con un mancebo lacertoso. Inveterata consuetudo -costumbre antigua- era esa en la señora: cuando en la noche su esposo se levantaba a hacer pipí, el infeliz debía poner en su lado de la cama un letrero que decía: "Ocupado". Suspiró don Astasio al encontrar de nueva cuenta a su mujer en trance adulterino, y luego le dijo una palabra extraña: "Minx". Sin alterar el compás de tres por cuatro -valseadito- que daba a sus eróticos meneos, replicó doña Facilisa, que así se llama la voluptuosa pecatriz: "Ignoro, Astasio, qué significa esa palabra, y no tengo a la mano un diccionario para buscarla en él". (Decía verdad la conchabada: a la mano tenía otras cosas que de momento le interesaban más que un lexicón, así fuera el de mister Noah Webster). Don Astasio se avino a ilustrarla. Le informó: "La palabra 'minx', procedente del antiguo idioma inglés, se usa para designar a la mujer fácil de cuerpo". "Yo no lo soy -se defendió doña Facilisa-. Al joven aquí presente le consta que tardó más de 10 minutos en convencerme de yogar con él". "Tampoco yo traigo diccionario -dijo en ese punto el aludido joven-. ¿Qué es eso de 'yogar'?". "Es lo que estamos haciendo ahora -le explicó llanamente doña Facilisa-. Y ya no te detengas; síguele. Dejemos para luego las gramatiquerías". También ignoraba el mozallón qué quería decir eso de "gramatiquerías", mas ya no preguntó. Se encogió de hombros -nada más de eso se encogía el mentecato- y continuó su ímproba tarea. Don Astasio suspiró otra vez y dijo: "O tempora, o mores". Pero ya nadie le preguntó qué quería decir eso. (Significa: "¡Oh tiempos! ¡Oh costumbres!"). Sigue ahora un cuento de color subido, impropio del domingo, que las personas con escrúpulos no deberían leer. Hubo un concurso mundial de inteligencia en que los participantes eran niños y niñas de menos de un año de nacidos. Después de largas eliminatorias quedaron como finalistas tres bebés: Archibald, el inglesito; Finette, la francesita, y Pepito, el pequeño mexicano. El presidente del jurado le hace la pregunta final al representante de la Gran Bretaña: "Dinos, Archie: ¿eres niño o niña?". Sin vacilar contesta el bebé: "Soy niño". Inquiere el sinodal: "¿Cómo lo sabes?". Con voz segura explica el pequeñín: "Porque mis calcetincitos son azules; azul Eton, por cierto". El examinador se vuelve hacia Finette y le hace la misma pregunta: "¿Eres niño o niña?". "Soy niña" -responde con prontitud la chiquitina. "¿Cómo lo sabes?". "Porque mis calcetitas son color de rosa, como 'La vie en rose' la canción que cantaba Edith Piaf". El presidente del jurado se dirige entonces a Pepito y le repite la interrogación: "¿Eres niño o niña?". En tono bravío contesta el mexicanito: "Soy niño. Muy niño". El sinodal, extrañado, le pregunta: "¿Cómo sabes que eres niño, y por qué dices, además, que eres muy niño?". Con voz firme responde Pepito: "Porque mis éstos son tan grandes que no me dejan ver de qué color son mis calcetincitos". FIN.