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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

"Que dice mi mamá que ya tiene usted un nuevo criado a quien mandar". Yo era un niño de 7 años, y mi madre me envió a anunciar casa por casa a los vecinos de nuestro viejo barrio saltillero el nacimiento de mi hermano menor, Carlos. "Que la Virgen lo lleve de su mano los años que Dios le quiera dar de vida" -era la respuesta sacramental a ese aviso. Tales palabras escuché de labios de Lucita López, que a los 80 años de su edad parecía una niña, una paloma, un ángel como aquellos de cera que volaban sobre el portal del Nacimiento. Y sin embargo esa ancianita dulce y leve tuvo un padre atrabiliario, aspérrimo. Se llamaba Octavio López, y fue maestro de matemáticas en el Ateneo Fuente. Don Artemio de Valle Arizpe lo menciona en uno de sus textos, y se refiere a él con duras palabras de rencor. Dice que era soberbio, como si la ciencia que profesaba lo pusiera por encima de los demás mortales. En cada curso reprobaba a casi todos sus alumnos. Por culpa suya -señala el autor de El Canillitas- se frustraron muchas vocaciones, e incontables muchachos dejaron de estudiar al no aprobar el bachillerato por causa de ese mal profesor, de ese profesor malo. Yo tuve el privilegio de dirigir durante ocho años el Ateneo glorioso, y me topé todavía con esa insana tradición, la del maestro de matemáticas -o de física, o química- que tiene a honra reprobar a la mayoría de su estudiantes, si no a todos, y que piensa que con eso demuestra su excelencia y rigor magisterial. Sucede todo contrario: cuando más de la mitad del grupo reprueba una materia eso significa que algo anda mal con el maestro, o con el programa de la asignatura. La ciencia es algo hermoso -la verdad es siempre bella, y buscarla es el propósito fundamental de los científicos-, pero yo pienso que cuando la tarea de enseñar se vuelve ejercicio de vanidad, en vez de ser amoroso ejercicio, el maestro está fallando en su tarea. Lo digo porque ha empezado ya el nuevo ciclo escolar, y millones de niños y jóvenes en México deberán cursar asignaturas relacionadas con las matemáticas. Muy importante es esa ciencia, aunque quizá no tanto como algunos matemáticos suponen, pues otras cosas hay en la vida a más de números, y éstos no lo resuelven todo. Pienso que los alumnos deben aprender matemáticas, pero las que necesitan, y no un inútil fárrago de fórmulas, ecuaciones, algoritmos y mil y mil matematismos para realizar operaciones que, por lo demás, se pueden hacer ahora en una calculadora de un dólar, y que la mayoría de quienes se vieron obligados a aprenderlas nunca tendrá que utilizar. Me dicen que las matemáticas enseñan a pensar. Sí: a pensar matemáticamente. Muchos otros caminos tiene el pensamiento, y a ellos nos conducen las humanidades, disciplinas que algunos maestros de ciencias miran con mayestático desdén. A lo que voy a es a pedir a los profesores de matemáticas que no sean verdugos, sino hombres y mujeres capaces de entender la ciencia y capaces también de comprender a sus alumnos. Que consideren que no todos sus estudiantes se van a dedicar a las disciplinas científicas. Que les enseñen cosas que van a servir para la vida, no sólo para las matemáticas. Que tengan la humildad de reconocer que no lo saben todo, y que no exijan por tanto a sus educandos que lo sepan todo. Dicho de otra manera, a lo que voy es a pedir, a rogar, a suplicar a los maestros de matemáticas que sean un poco más maestros y un poco menos matemáticos. ¡Insensato columnista! Otra vez has hablado de lo que no conoces. Despídete con uno o dos de tus inanes cuentos. Eso será quizá lo único que valga el sacrificio de haberte leído hoy. (Y a lo mejor ni eso). Le dice un tipo a otro: "No sé si mi esposa hace el sexo conmigo por amor o por interés". Responde el otro: "Yo estoy seguro de que la mía hace el sexo por amor. Porque interés no le pone ninguno". En la oscuridad de la alcoba el marido sintió el llamado de la carne, y con tácitos movimientos se quitó el calzón. "Vieja -le dijo a su esposa en tono sugestivo-. Estoy sin calzones". Le responde ella: "Déjame dormir. Mañana te lavo unos". FIN.

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