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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

"Creo que mi mujer me engaña". Así le dijo el paciente al analista. Y añadió: "Vivo atormentado por el pensamiento de que al entrar en mi recámara encontraré a un hombre abajo de la cama". "Su problema tiene solución, amigo" -lo tranquilizó el psiquiatra. Pregunta ansiosamente el individuo: "¿Cómo puedo quitarme esa obsesión, doctor?". Prescribe el facultativo: "Serrúchele las patas a la cama"... Don Gerolancio, señor de 70 años, casó con Nalgarina Grandchichier, curvilínea vedette de 20 abriles. En la boda un amigo le dijo al orgulloso desposado: "¡Ah, canalla! ¿Cómo hiciste para convencerla de que se casara contigo?". Responde el novio con una gran sonrisa: "Le dije que tengo 95"... La secretaria del burócrata le dice: "Jefe: no ha mirado usted por la ventana en toda la mañana". Responde el funcionario: "Si miro ahora, después no tendré nada qué hacer en toda la tarde"... Babalucas contrajo matrimonio en la Ciudad de México. Se dirigió en coche a Cuernavaca, para pasar ahí la noche de bodas con su flamante mujercita. Poco antes de llegar a la bella ciudad, el badulaque le puso con timidez la mano en la rodilla a su dulcinea. "¡Ay, Baba! -le dice sonriendo la muchacha-. Ya estamos casados. Puedes ir más lejos que eso". Al oír esas palabras Babalucas le siguió hasta Acapulco... El caballero Casanova, anciano ya, le contaba sus proezas de amante a su nieto mayor. "Una noche de carnaval, en Venecia -relata-, les hice el amor a siete mujeres, una tras otra". "Abuelo -le dice el nieto-. La última vez que me contaste lo de esa noche en Venecia las mujeres eran solamente tres". "Hijo -responde Casanova muy serio-, entonces eras muy joven para saber toda la verdad"... Cierto predicador que decía tener poderes de sanación hizo que un tartamudo y un hombre que caminaba penosamente apoyado en sus muletas subieran al escenario del teatro donde hacía su presentación. Los puso atrás de un biombo, y con solemnidad anunció al público que con la fuerza que recibía del Señor curaría a los dos hombres. Luego, dirigiéndose a donde estaba el biombo, clamó con voz tonante: "¡Tartamudo! ¡Te ordeno que dejes tu tartamudez!". Y luego, con el mismo magnílocuo tono, profirió: "¡Impedido! ¡Te ordeno que dejes tus muletas!". Se hizo en el teatro un dramático silencio, y luego se oyó de repente un gran estrépito. "¡Hermanos! -gritó el predicador en voz de triunfo dirigiéndose a sus maravillados feligreses-. ¡Han oído ustedes el trueno con que se manifiesta la presencia del Señor!". "¡Aleluya!" -gritaron a coro los presentes. "¡Amén!" -dijo uno de ellos. Pero una mujer lo corrigió cristianamente: "Se dice 'aleluya', imbécil". El predicador, agitado y sudoroso, fue hacia el biombo y ordenó: "¡Salgan de ahí, benditos del Señor! ¡Su fe los ha salvado!". Se oyó la voz del tartamudo: "U-un mo-momento, reve- reverendo. El co-cojo se-se ca-cayó de na-nalgas". Dice la sabiduría popular -y las leyes de la física confirman esa aseveración- que las cosas caen por su propio peso. El presidente de la República dirigió hace unos días su Mensaje a la Nación. Quiero decir, a la escasa Nación que lo escuchó. Marcelo Ebrard asistió al acto, y saludó afable y sonriente al hombre a quien mil veces llamó ilegítimo y espurio. Ya se ve que la realidad tiene entre sus principales características la de ser muy real, y finalmente el Jefe de Gobierno del DF hubo de reconocerla. Y es que, si me es permitida una expresión aventurada, las cosas son como son. De paso, la presencia de Ebrard en ese acto le sirvió, político experimentado como es, para marcar más su distancia con López Obrador, y para alejar de sí cualquier viso de radicalismo que su anterior cercanía con AMLO pudo haberle dejado. Lo dicho: las cosas caen por su propio peso. Y si no, esperen un momentito... ¡Cuaz!... ¿Lo ven?... FIN.

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