“Mi marido es un maniático sexual -le dijo la esposa del granjero al analista-. Hace unos días me incliné para ver unos pollos, y él llegó por atrás y me hizo objeto de su libídine incesante, de su erotismo permanente, de su constante voluptuosidad”. “¿Pollos? -inquiere el facultativo-. ¿Crían ustedes pollos en su granja?”. “No, doctor -responde ella-. Criamos cerdos. Por eso le digo que es un maniático sexual. Estábamos en el supermercado”... El dirigente de los burócratas anuncia en la asamblea sindical: “Hemos logrado otra conquista, compañeros. En adelante sólo vamos a trabajar los lunes”. Se escucha un coro de protestas: “¡¿Todos los lunes?!... Aquel joven soltero tenía en bebé en su departamento. Explicaba a sus amigos: “Mi novia y yo terminamos nuestras relaciones, y ella me devolvió todo lo que le di”... Al día siguiente de la noche de bodas la atribulada novia regresó a la casa de sus padres con evidentes señas de maltrato físico. “¿Qué sucedió?” le pregunta, alarmada, su mamá. Gemebunda, relata la muchacha: “En mi despedida de soltera mi amiga Nully nos contó que la noche de bodas le tocó los éstos a su esposo Tony, y los tenía fríos. Otra amiga, Miry, relató que ella también le había tocado ahí a su marido Danny, e igualmente los tenía fríos. Y Kily, otra amiga, dijo también que ella procedió igual con su esposo Rudy, y también los tenía fríos. Al empezarmi noche de bodas yo hice lo mismo, y le dije a Gori: ‘¡Mira, los tienes fríos, igual que Tony, Danny y Rudy!’. Y aquí estoy”... En esta segunda juventud que vivo, ejercitar la mente es tan importante como hacer ejercicio corporal. Con ufanía informo a mis cuatro lectores que he culminado la tarea que me impuse hace un mes: aprender de memoria 20 poemas de Ramón LópezVelarde, que recito a lamenor provocación, incluyendo, naturalmente, la monumental “Suave Patria”. Ahora, para conocimiento público, estoy emprendiendo la memorización del “Idilio salvaje”, de Manuel José Othón. Otras formas tengo para tener la mente en forma. Hago sudokus. Resuelvo los estupendos crucigramas de R. Charles. Sostengo épicas partidas de ajedrez con ese pérfido y solapado adversario que es la computadora. (Ya no juego con mis amigos. Cuando me ganaban se apoderaba de mí el abatimiento, y eso esmalo; y cuando les ganaba yo me poseía la soberbia, y eso es peor). La memoria es un ente muy extraño. Nos hace olvidar cosas que quisiéramos recordar, y nos hace recordar cosas que olvidar quisiéramos. Casi he olvidado, por ejemplo, los felices años del ayer, cuando a las 10 de la noche ya no había gente en las calles de mi ciudad. Ahora a las 8 de la noche ya no hay gente en las calles demi ciudad. ¿Volveremos alguna vez a conocer la paz? Hay quienes piensan que con un nuevo gobierno cambiarán las cosas. Yo tengo mis reservas, y sin ánimo de joderle el día a nadie creo que la solución al problema de la inseguridad tardará mucho en llegar. (Calculo conservadoramente que llegará el año 3056. Por la mañana, eso sí). En tal virtud evoco, inquieto, aquellos tiempos de quietud. La nostalgia es un inútil sueño, es cierto. Pero esa inutilidad es útil cuando todos los demás sueños son una pesadilla. ¡Columnista insensato! Tus últimas palabras pusieron calígine sobre la República. Menester es ahora que relates alguna de las fútiles historias con que te empeñas -inútilmente, he de decirlo- en exornar tu columneja. Narra el desastrado caso de la muchacha de tacón dorado que le contó a una amiga lo que le sucedió con cierto marinero: “Cuando acabó de desvestirse le informé que mi tarifa era de mil pesos. Élme dijo que sólo traía 100, y se dispuso a vestirse para salir del cuarto. Pero entonces lo vi bien: era el hombre con mejor dotación de músculo y demás que he visto a lo largo -y a lo ancho también- de mi ejercicio profesional”. Pregunta la amiga: “Y ¿qué hiciste?”. Responde la chica del talón: “Le presté 900 pesos”... FIN.
