"No encuentro mi calzón" -le dijo la señora al ginecólogo al terminar de vestirse luego del examen médico. "No sé dónde lo dejaría -respondió el facultativo-, pero la ayudaré a buscarlo". "Si no lo hallo -declara ella-, llamaré a mi abogado". "Señora -se amoscó el doctor-. Le repito que ignoro dónde dejó usted su pantaleta; pero no creo que el asunto sea como para llamar a su abogado". "Pues si no hallo mi calzón lo llamaré" -repite la señora. Buscaron los dos, más afanoso el médico que la mujer, y al final no encontraron la dichosa prenda. Entonces la señora, en efecto, llamó a su abogado. "Licenciado -le dice-. ¿De casualidad no dejé mi calzón en su oficina?". La señorita Peripalda le enseñaba el catecismo a Pepito: "Para ir al Cielo no debes cometer pecados". Inquiere el muchachillo: "¿Y qué hay que hacer para ir a Disneylandia?". José Alfredo Jiménez, canoro filósofo autor de la tesis de que las ciudades destruyen las costumbres; acabalado pesimista a la manera de Gorgias, Leopardi o Schopenhauer; aquel que postuló: "No vale nada la vida; la vida no vale nada: comienza siempre llorando, y así llorando se acaba.", hizo esta desolada confesión: "Nada me han enseñado los años; siempre caigo en los mismos errores". La misma contrición me invade a mí. También yo suelo tropezar mil veces con la misma piedra. Conozco sobradamente los riesgos que afronta quien incursiona en el oficio de profeta, y sin embargo no pierdo la manía de hacer augurios sobre la política. Sé bien que tales vaticinios son más falibles que los meteorológicos, y bien haría yo en rematarlos con la cauta expresión que usaba el ingeniero Tárnava, pionero de la radio en México, al hacer sus pronósticos del tiempo: "Todo esto, si Dios quiere". Pero me empecino en vestir clámide de arúspice para predecir el futuro, como si alguien pudiera avizorarlo. Lo que puedo decir es que hay corrupciones, equivocaciones y manipulaciones que se traducen en pérdidas de dinero, y otras que traen consigo pérdidas de vidas. Desde luego éstas son peores que aquéllas, pero en ese contexto hago un pronóstico: el siguiente alcalde de Monterrey será priista, y el próximo gobernador de Nuevo León será del PAN. Tómense, sin embargo, mis palabras cum grano salis, o sea con cuidado. No siempre mis vaticinios salen ciertos. Si hubiera vivido yo en tiempos de Napoleón habría profetizado su victoria en la famosa batalla de Waterloo. (Nota del corrector: seguramente nuestro estimado colaborador quiso decir "derrota"). Con los años el oído del hombre se endurece al mismo tiempo que otras partes se le reblandecen. Don Saturnio, por ejemplo, era más sordo que una tapia. Que una tapia sorda, quiero decir, pues ya se sabe que las paredes oyen. Cierto día le dijeron que a uno de sus nietos le iban a hacer una piñata. "¿Pues cuántos años tiene?" -preguntó intrigado el soreco señor. Le contestaron: "Diez". "¡Ah no! -protesta entonces don Saturnio-. ¡A esa edad ya se la puede hacer él solo!". Aunque en menor proporción que a los varones, también a las mujeres ataca la sordera. Es el caso de doña Trompetina, señora que no se cocía ya al primer hervor, y quizá ni al segundo ni al tercero. Iba con su marido en automóvil, manejando ella. Los detuvo un agente de tráfico. "Se pasó usted el semáforo en rojo, señora" -la amonesta. "¿Qué dice? ¿Qué dice?" -le pregunta doña Trompetina a su esposo. "Que te pasaste un semáforo en rojo" -le informa el señor. Solicita el oficial: "Su licencia de manejar, por favor". "¿Qué dice? ¿Qué dice?" -le pregunta doña Trompetina a su marido. "Que le des tu licencia de manejar" -contesta él. Entrega el documento la señora, el agente lo revisa y dice: "Veo que es usted de Tzintlatlauhqui. Siendo yo muy joven conocí ahí a una mujer. Era extremadamente fea, antipática, y no sabía hacer el amor". Ansiosa, doña Trompetina le pregunta a su marido: "¿Qué dice? ¿Qué dice?". Responde él: "Que cree que te conoce". FIN.
