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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Hoy hace 40 años un muchacho que con sus amigos regresaba a la Ciudad de México en un pequeño Renault después de haber asistido a un festival de rock, se sorprendió al ver los titulares de los periódicos que los voceadores ofrecían a la orilla de la carretera. Decía uno de esos encabezados: "Sexo, droga y libertinaje". Los más escandalosos hablaban de una orgía, y no faltó alguno que evocara a Sodoma y Gomorra. Aquel muchacho era Federico Rubli, que al paso de los años nos entregaría en su libro "Estremécete y rueda. Loco por el rock & roll" el más completo testimonio de un acontecimiento cuyo nombre es esdrújulo y sonoro: Avándaro. Es claro que yo no estuve ahí. Ya tenía por entonces 33 años de edad, y los chavos que asistieron a ese encuentro descalificaban por sospechoso a todo aquel que hubiera roto la barrera de los 30. Pero en algún modo había vivido los antecedentes de ese hecho mexicano. Mi época de estudiante en Estados Unidos coincidió con el movimiento hippie y las protestas por la guerra de Vietnam. Y va de anécdota. Hacía mis prácticas de periodismo en The Sacramento Bee, asignado al Capitolio del estado, y el azar me condujo a estar al lado de Ronald Reagan, el gobernador, cuando al salir del edificio fue enfrentado por un pequeño grupo de hippies que le gritaron casi en la cara el conocido lema: "Make love, not war". "Ustedes no pueden hacer ni una cosa ni la otra", les contestó Reagan. Fui el único reportero que presenció el incidente, y la nota que escribí, difundida por la Associated Press, apareció con mi firma en cientos de periódicos. Aunque la música preferida por los hippies era más bien la del estilo folk, al modo de Pete Seeger o Joan Baez, el rock formaba parte ya, naturalmente, de la cultura popular. O más bien, de la contracultura popular. Elvis Presley ya era El Rey. (Lo sigue siendo. Supe hace días de una viejecita que entró indignada en una tienda de Texas en cuyo escaparate se exhibía la reproducción de una pintura que muestra a Elvis como Cristo en la mesa de la Última Cena, rodeado, en calidad de apóstoles, por grandes rockeros: Jimi Hendrix, Jim Morrison y otros. En tono airado la ancianita exigió que el poster fuera retirado inmediatamente del aparador. "Disculpe usted, señora -se apenó el propietario de la tienda-. Jamás quisimos faltarle al respeto a Jesucristo". "Con Jesucristo pueden hacer lo que les dé la gana -bufó la viejecita- ¡pero a Elvis no me lo toquen!". En 1969 tuvo lugar Woodstock, antecesor y modelo de Avándaro. Si el festival americano congregó a 500 mil muchachos, el de México reunió a 300 mil. Eso asustó al férreo sistema priista, pues estaban muy recientes los acontecimientos del 68, y más recientes aún los del 71. Si las autoritarias autoridades permitieron la celebración del festival fue porque se presentaba como una carrera de coches con acompañamiento musical, y porque no previeron -los propios organizadores se asustaron- la enormidad de la concentración de jóvenes, ansiosos de una identidad y de ser reconocidos como tales. Sin embargo todo acabó en política. En este país todo acaba en política. Carlos Hank González, hombre poderoso y carismático, era a la sazón gobernador del Estado de México. Sus enemigos dentro del sistema aprovecharon el suceso para atacarlo y cerrarle cualquier camino que se pudiera abrir para llevarlo a la Presidencia. Así, lo culparon de aquella "depravada bacanal", ejemplificada en el caso de una muchacha eufórica a la que se le ocurrió mostrar las tetas y de otros chavos con demasiada inspiración que igualmente mostraron sus vergüenzas. Lo cierto es que los chicos de Avándaro no querían hacer desmadre, y menos aún estaban movidos por una idea política. Todo fue amor y paz, con algún intento desmañado de imitar a chupetazos de mariguana aquello que se vivía "al otro lado". Nadie olvide, sin embargo, lo que en Avándaro pasó, aunque parezca ya pasado. Antes el rock; ahora las redes sociales. Lo que ayer hizo el rock, la indignación de los jóvenes puede hacerlo mañana. Y ese mañana puede estar más cerca de lo que imaginamos. FIN.

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