Esta columnejilla empieza hoy con un chiste que no entendí... La abuela llegó de visita. Le pregunta a su nieto adolescente: "¿Dónde has estado toda la tarde, Acnecito?". Responde el muchacho: "En mi cuarto, abue, jugando solitario". Le dice la viejita, comprensiva: "Estás en la edad, hijo. Nada más no abuses, porque te puedes quedar ciego"... Una muchacha aficionada a la fiesta de toros fue invitada a una tienta. En el calor de la emoción bajó al ruedo a dar unos capotazos. A las primeras de cambio el torete la prendió y la hizo dar varias maromas en el aire. El golpe que dio al caer sonó en toda la plaza. Algo conmocionada, la chica -que con el pelo corto parecía un torerillo- fue llevada a la enfermería. El doctor, después de una ligera revisión, le dice: "Estuvo duro el golpe, muchacho, pero ya estás bien. Ahora ve a correr un poco, a ver si así te sale lo que se te escondió con el porrazo y el susto"... "Mi padre -decía un tipo-, es otro Benito Juárez". "¿Muy patriota?" -le pregunta alguien-. "No -responde el tipo-. También a él se le van las cabras"... El tímido pretendiente fue a pedir la mano de su novia. Le preguntó el ceñudo papá de la muchacha: "¿Y está usted seguro, joven, de que puede mantener una familia?". El muchacho iba a responder, pero el señor lo interrumpió. "Piense bien lo que va a contestar -le advirtió muy serio-. Somos ocho"... ". Si las almas hablaran, en su conversación las nuestras se dirían cosas de enamorados.". El mundo de la canción latinoamericana está celebrando el centenario del nacimiento de Ignacio Jacinto Villa Fernández, el inmortal Bola de Nieve. Artista desde el fondo del alma, decía sus canciones gozoso o con tristeza, según la canción fuera, y dejaba que la letra y la música fluyeran libremente, sin ponerles estorbos, como hacen algunos intérpretes que quieren lucir más que la obra. "No me importa la impresión -decía Bola de Nieve-. Me importa la expresión". Su fantasma, canta Francisco Céspedes, sigue cantando en La Habana. Su voz y su piano se escuchan en esa otra sombra del pasado que es el Monseñor, cabaret donde cantaba como si estuviera hablando, y donde hablaba con sonecito de canción. "No te puedo olvidar". "Drume negrita". "Vete de mí". La flor de la canela". Bola de Nieve cantaba como todos, y cantaba como nadie. Cuba, que tantos regalos ha hecho al mundo, nos hizo este regalo de voz pequeña y grande corazón. Neruda y Andrés Segovia lo admiraron. La fuerza de su personalidad fue tanta que Castro tuvo que respetar su homosexualidad; él, que persiguió con tan extraño encono a los homosexuales, igual que hicieron Franco, Mussolini y Hitler. Ahora estoy oyendo esta canción: "Vete de mí". Es un desgarramiento, una viva llaga de desesperación. Si alguna canción hiere, es ésta. La vida de Bola fue una herida. Pero una herida de música enamorada. Quienes así están heridos son un bálsamo para nuestras heridas. Eran las 3 de la mañana, y había una terrible tormenta de nieve. Sonó el teléfono en la casa del médico. Doña Macalota, su hipocondríaca paciente, se sentía mal, y le pedía que fuera a verla. Resignado, el doctor se vistió, y después de mil problemas para hacer que arrancara el motor de su coche atravesó la ciudad de lado a lado y llegó a la casa de la necia señora. Una hora después volvió a la suya. "¿Cómo estaba doña Macalota?" -le preguntó su esposa mientras le servía una taza de té bien caliente. Responde el médico: "Le dije que llamara inmediatamente a su notario y a todos sus familiares". "¿Tan grave la encontraste?" -se alarma la señora. "No tiene nada -bufa enojado el médico-. Pero no quería ser yo el único idiota levantado a estas horas en una noche como ésta"... Don Soreco, viejito duro de oído, vio un alboroto en la calle. "¿Qué sucede?" -le pregunta a una muchacha. Responde ella: "Es una riña". "¿Queeeé?" -se puso don Soreco una mano en la oreja para oír mejor. Repite la muchacha alzando más la voz: "¡Una riña! ¡Una disputa!". "Entonces no es tan niña" -opina don Soreco... Le cuenta un tipo a otro: "Acabo de comprar un reloj de carátula luminosa para saber la hora por la noche". Responde el amigo: "Para eso yo uso las pompas de mi esposa". "No entiendo" -se desconcierta el otro. "Sí, -explica el individuo-. Se las agarro y ella me dice muy enojada: '¿A estas horas quieres? ¡No jodas, son las 3 y media de la madrugada!"... FIN.