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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Dos sultanes estaban conversando. Dice uno: "Anoche se me fue el sueño. Me dormí hasta las seis". "¡Qué aguante! -se admira el otro-. Yo casi siempre me quedo dormido después de la tercera"... Había dos tiendas en la misma calle, una al lado de la otra. En la primera vendían cortinas; la segunda era de ropa para dama. En aquélla había un letrero que decía: "Cortinas: 500 pesos. Instaladas: 600". En la de ropa femenina había otro letrero: "Juegos de panties y brassiére: 100 pesos. Instalados: 5"... Pimp, individuo que comerciaba con su cuerpo, ofrecía en su tarjeta esta tarifa: "En cama de agua, 500 pesos. En cama común, 300 pesos. Sobre el piso, 100 pesos". Llegó una madura señorita soltera y le puso en la mano un billete de 500. "¡Caramba, señorita! -exclama sonriente el individuo-. ¿Conque quiere en cama de agua?". "No, guapo -responde la salaz doncella-. Quiero cinco veces sobre el piso"... El guía les dice a los turistas: "El rey Ludovico mandó construir en esta colina un palacio de 300 aposentos, 50 torres, 20 salones de baile y cinco galerías de espejos". Los turistas vuelven la vista a todos lados, y uno pregunta: "¿Dónde está el palacio?". Explica el guía: "Como dije, el rey Ludovico mandó construir un palacio. Pero no hubo presupuesto"... Orson Welles vio a Elizabeth Taylor, entonces una chiquilla que daba sus primeros pasos en el cine, y dijo: "Recuérdenme estar cerca cuando esta niña crezca". Mike Todd, uno de sus siete (¿o fueron ocho?) esposos, comentó acerca de ella: "Cada minuto que esta mujer pasa fuera de la cama es una lamentable pérdida de tiempo". Y otro de sus maridos, Richard Burton, apuntó: "Sus senos son apocalípticos". Pienso que hubo una vez en que el universo entero, incluidos todos sus soles y galaxias, estuvo enamorado de Liz Taylor. Con la mirada de sus ojos podía pintar los siete mares de color violeta. A más de hermosa fue excelente actriz. Otra grande del cine, Shirley Mac Laine, dejó escapar un exabrupto al referirse a ella. En 1960 perdió el Oscar frente a Liz, quien por causa de una grave neumonía que casi la llevó a la tumba hubo de sufrir, semanas antes de la ceremonia, una intervención quirúrgica severa. Dijo Shirley Mac Laine: "Me ganó una traqueotomía". Ahora las joyas de Elizabeth Taylor -entre ellas la legendaria perla Peregrina, que perteneció a ocho reinas (y con ella nueve)- serán subastadas por sus herederos a beneficio de la institución que Liz creó para ayudar a combatir el Sida. Que vaya a buenas manos esa perla, pido yo a las deidades que presiden sobre el misterio que hace que todas las mujeres sean diosas frente a nosotros, los asombrados hombres; pues cada uno ve a la mujer que ama, sea quien sea, y como sea, vestida en la figura de Cleopatra con que Elizabeth Taylor enamoró a todos los mundos conocidos, y a los que aún están por conocer... Suena el teléfono de la oficina: "¿Está don Tanaticio?" -pregunta una voz de mujer. "¿No se enteró usted? -responde la secretaria-. Don Tanaticio falleció la semana pasada". "Muchas gracias" -dice la que hablaba. A los pocos minutos suena el teléfono de nuevo. Era la misma voz: "¿Está don Tanaticio?". "No sé si me entendió, señora -dice la secretaria-. Le informé que don Tanaticio murió hace una semana". "Gracias" -contesta la mujer. No pasan ni cinco minutos cuando el teléfono suena otra vez. La misma voz pregunta: "¿Está don Tanaticio?". "¡Por Dios, señora! -estalla la secretaria-. ¡Ya le he dicho que don Tanaticio falleció la semana pasada! ¿Qué no me entiende?". "Sí la entiendo, -responde la mujer-. Pero soy la viuda de ese cabrísimo grandón, y me encanta oír que se murió"... Dulcilí, muchacha sin ciencia de la vida, le contó muy afligida a su amiga Rosibel algo que le había sucedido: "Anoche le dije a mi novio una palabra de la cual me arrepentí inmediatamente". Contesta Rosibel: "¿Sí?". "¡Esa fue la palabra que le dije!" -exclama acongojada Dulcilí... La gallinita joven ponía unos huevitos muy pequeños. Llega la gallina más grande del corral y le dice: "Ven a ver". La lleva a su nidal, se sienta, y frente a la gallinita joven pone un huevo. Se levanta luego y se lo enseña con orgullo. Era, en verdad, un huevo de tamaño descomunal. Pregunta con soberbia la gallina grande: "¿Cómo te quedó el ojo?". Pregunta a su vez la gallinita joven: "Y a ti ¿cómo te quedó el culifáis?"... FIN.

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