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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Tetonina está triste. ¿Qué tendrá Tetonina? Presento a mis cuatro lectores un nuevo personaje de esta columnejilla. Se llama Tetonina Dobledé, y es una mujer de busto grande. Con sus ubérrimas galaxias podría alimentar a un batallón. (Nota: Nuestro estimado colaborador incurre en una simpática hipérbole. Sería difícil que la señora Tetonina, por abundantes que sean sus atributos pectorales, pudiera proporcionar el lácteo nutrimento a un batallón, que en el sistema militar británico tiene de 300 a mil 300 hombres. Son muchos. Quizá ni Chesty Morgan podría hacer frente al ingente desafío de lactar a un millar de armígeros, y más si llegan con hambre después de la fajina. Esta tal Chesty Morgan fue una bailarina exótica cuyo tetamen era desmesuradamente grande. Las medidas ideales de una mujer eran, en los años setenta del pasado siglo, 36 pulgadas de busto, 32 de cintura y 36 de cadera. Chesty medía 73-32-36. Y lo que tenía al frente lo recibió de mamá Naturaleza, no de la cirugía. Hizo una película que obra entre las curiosidades de mi filmoteca, y que se llama "Deadly weapons", "Armas mortales". En ella la pechugona danzarina se vengaba de los hombres que la habían maltratado dándoles a probar primero las mieles de sus formidables glándulas mamarias, y luego asfixiándolos entre ellas. Cuidado, entonces, con las pechugonas. (Y con las muslonas más). Pero advierto que me he apartado del relato. Vuelvo a él. Tetonina Dobledé sufría mucho por la grandura de su busto, que le impedía realizar dos actividades: usar su BlackBerry y tocar la mandolina. El BlackBerry no lo podía ver, pues se lo tapaba la inmensa mole de su doble hemisferio pectoral, y la mandolina le quedaba muy lejos. Fue entonces con un eminente cirujano plástico y le expuso su problema. El facultativo le dijo que el caso tenía fácil solución: bastaba una sencilla operación quirúrgica, tras de la cual ella podría ver su BlackBerry y tocar sentidas romanzas en la mandolina. Se llevó a cabo la intervención. Cuando Tetonina volvió en sí de la anestesia se espantó al ver que su busto seguía igual de grande. Preguntó con enojo al cirujano: "¿Por qué no lo redujo?". Contestó el galeno: "Eso habría sido como enderezar la Torre de Pisa, desecar Venecia o quitarle la antorcha a la Estatua de la Libertad. Su busto, señorita Dobledé, es tan tocable que resulta intocable. Pero ya puede usted ver su BlackBerry, y tocar sentidas romanzas en la mandolina. Lo que hice fue alargarle los brazos"... ¿A qué viene, inane escribidor, todo ese caldibaldo sobre temas relacionados con aquel mórbido encanto femenino, el de los senos? Este día cumple 80 años de edad una bellísima mujer de busto memorable: Anita Ekberg. En el recuerdo de todos los cinéfilos está una escena de "La dolce vita", la gran cinta de Fellini, en que la hermosísima rubia juguetea traviesamente con Marcello Mastroianni en la Fontana de Trevi, en Roma. Al filmarse la escena, que se rodó en un gélido día, Anita Ekberg, vestida muy ligeramente, resistió impertérrita el frío de las aguas de la fuente, en tanto que a Mastroianni tuvieron que ponerle ropa térmica, botas de pescador bajo los pantalones, y calentarlo con más de media botella de whiskey -otros dicen que de vodka- para que pudiera actuar su papel, que representó en completo estado de embriaguez. He aquí una evidencia más, entre las incontables que hay, de la superioridad natural de la mujer sobre esa débil criatura que los hombres somos. Con su famosa película Fellini dio al mundo una palabra nueva: paparazzo -en plural paparazzi- con la cual se designa al fotógrafo que acecha o persigue a una celebridad para tomarle una foto comprometedora. Paparazzo (algo así como gorrión) se llama en el film el amigo de Mastroianni. El apellido lo escuchó Fellini en el sur de Italia, donde es común el uso de nombres de origen griego. En este cumpleaños de Anita Ekberg doy gracias por el regalo permanente de la belleza femenina, sin el cual la vida sería un desierto, un páramo, un erial, un yermo, un secano, un arenal, un.... (Nota: Nuestro estimado colaborador se extiende en una larga serie de sinónimos que por falta de espacio nos hemos visto en la penosa necesidad de abreviar)... FIN.

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