"¡No se puede ya con la violencia! -le dijo Pepito, indignado, a su maestra-. Ahora que venía a la escuela fui asaltado por maleantes". "¡Qué barbaridad, Pepito! -se alarma la docente-. ¿Y qué te quitaron?". Responde el chiquillo: "La tarea, profesora"... Mi iglesia, la católica, tiene santitos y santitas para todo. Muy popular es San Antonio, porque es un santo casamentero, y además ayuda a encontrar cosas perdidas. De mucha devoción goza igualmente San Juditas, Judas Tadeo, a quien la gente acude como intercesor en causas difíciles y desesperadas. Hay, sin embargo, otros santos y santas menos conocidos cuya protección actúa en numerosos y diversos campos. Por vía de ejemplificación daré una lista en orden alfabético. San Albino, contra el ataque de piratas; San Bernardino, que nos libra de la adicción al juego (se le llama también San Maquinitas); Santa Coloma, para no morir ahorcado; San Dionisio, que previene accidentes de bicicleta o moto; San Expedito, para alejarnos de la procrastinación (procrastinar quiere decir diferir, aplazar, dejar para mañana lo que se puede hacer hoy); San Fiacro, sanador de hemorroides (cierto día este santo varón, cansado de caminar, se sentó en una roca, y la dura piedra se ablandó milagrosamente, como si algo le supiera); San Gangulfo, para que el esposo o la esposa no le ponga cuernos a quien se encomienda a él; Santa Hema, que hace menos intensos los dolores del parto; San José, para ahuyentar las dudas; San Ketigern, también llamado Mungo, eficaz pararrayos contra las mentadas de madre o cualquier otra sonora maldición; San Liborio, cuya devoción hace menos penosos los cólicos de la mujer; San Mamés, que protege a los niños lactantes y evita que los senos maternos dejen de dar leche; San Nono, para ayudar a los estudiantes a aprobar sus exámenes; San Olaf, que evita problemas entre los casados; San Pancrasio, ahuyentador de los calambres; San Quintín, auxilio eficaz en caso de estornudos continuados; Santa Rita, abogada contra maridos golpeadores; San Sinforiano, a quien el piadoso creyente se debe encomendar antes de tener trato carnal con mujer fácil de cuerpo, para no ser inficionado por ella con sífilis o algún otro mal venéreo; San Tifón, que aleja la plaga de langosta; San Ursino, cuya devoción salva de la tortícolis; San Vital, sanador de impotencia o frigidez, y last but not least, Santa Wilgefortis (entre nosotros Santa Liberata), quien siempre escucha las piadosas preces de las mujeres que quieren quedar viudas. Pues bien: ¿a qué santo o santita deberá encomendarse el señor obispo de Mexicali, Baja California, para poder salir del berenjenal en que se metió con la declaración que hizo? Los magistrados de la Suprema Corte votaron sobre el artículo de la Constitución bajacaliforniana que reconoce el derecho a la vida desde la concepción, y dijo Su Excelencia: "Casi perdíamos, pero una llamada del Papa, no sé a quién, no me pregunten, cambió todo". Los magistrados han negado esa llamada. Así las cosas, o es cierta esa declaración del dignatario, en cuyo caso faltó a la prudencia, o no lo es, y entonces el jerarca puso distancia entre él y la verdad. Ojalá haya algún santo que ayude a salir de los berenjenales. Récele con mucha devoción el señor obispo de la diócesis mexicalense... Termina esta columnejilla con un cuento de sentido equívoco. Las personas que no gusten de leer cuentos de sentido equívoco omitan su lectura. Había un hombre llamado Ranco Zoppo, que era cojo. Su cojera, sin embargo, no lo apartaba de practicar el bello arte de Terpsícore, y nunca se perdía un baile. En cierta ocasión sacó a bailar a una linda chica, y se lució con ella poniendo en práctica sus mejores pasos, especialmente uno muy chévere con elegante quiebre de cintura, gentil arqueo de brazo y muy bizarros movimientos de cabeza y hombros. (Decía Pastora Imperio, artista grande del flamenco: "Bailá, lo que se dice bailá, es de cintura p'arriba"). La muchacha, sorprendida por las coreografías de su galán, le dijo con admiración: "¡Qué bien baila usted!". "Y cojo" -replicó Zoppo para significar que su defecto no le impedía ser buen bailarín. Contesta la muchacha: "Dejemos eso para después. Por ahora sigamos bailando". (No le entendí)... FIN.