Don Charrio, líder sindical, fue a un quilombo, berreadero, bugui, bayú, canaca, meca, lechería o picadero, que así se llama en diversos países latinoamericanos el lugar que en México nombramos congal, zumbido o manfla, vale decir prostíbulo, mancebía, burdel, casa de mala nota, ramería, casa de lenocinio, manflota o lupanar. Preguntó don Charrio a la dueña del negocio si en su establecimiento las mujeres que ahí prestaban sus servicios estaban sindicalizadas. Extrañada, la madama respondió que no. "Entonces -manifestó don Charrio con solemne acento- no puedo estar aquí". Y se alejó muy digno. Dos o tres sitios semejantes visitó el severo líder, y en todos se enteró de que las daifas o pupilas no gozaban de protección sindical. Así, se negó a dejar su dinero en aquellas casas que tan poca consideración mostraban por la mano de obra -y demás- de las sexoservidoras. Finalmente llegó don Charrio a otro local del mismo giro, y preguntó a la machota que la regenteaba si su personal estaba sindicalizado. "Sí lo está -aseguró la proxeneta-. Tenemos contrato colectivo; cumplimos todas las prescripciones del artículo 123, y si bien no estamos registrados ante la secretaría de Salubridad, ni observamos sus disposiciones sanitarias, con la del Trabajo estamos al corriente". "Eso me basta -declaró el líder, satisfecho-. Aquí sí puedo, entonces, desfogar mis rijos". Paseó don Charrio la mirada, y la fijó en una linda chica de 21 abriles, tez morena, verdes ojos, cintura cimbreante de palmera, grupa de potra arábiga y bien torneadas piernas. "Quiero a esa muchacha" -pidió ansioso. "Lo siento" -respondió la madama, cachazuda. Y trayéndole a una fea mujer entrada en años le dijo al líder sindical: "El turno le corresponde a Rugantina por derecho de escalafón". Dulciflor, muchacha pizpireta, le contó a su galán: "Mi mamá me hizo prometerle que a todo lo que me dijeras debía responder que no. Pregúntame si tengo inconveniente en irnos a la cama". Entre los sexos hay grandes diferencias. Cuando un hombre se hace rico se vuelve travieso. Cuando una mujer se vuelve traviesa se hace rica. Capronio, sujeto ruin y desconsiderado, le dice a un amigo: "Estoy en un dilema. Mañana se juega el primer partido de play-off de las Ligas Mayores, pero ese mismo día mi mujer da a luz, y quiere que yo vea el alumbramiento". Inquiere el amigo: "Y ¿qué vas a hacer?". "Ya resolví el problema -contesta satisfecho el tal Capronio-. Me compré una grabadora de video automática, y la dejaré funcionando. Así podré ver el alumbramiento cuando termine el juego". Con acento lacrimógeno doña Jodoncia se quejó con su psiquiatra: "¡Todos me odian, doctor!". "Eso no puede ser, señora -replicó el analista-. No todos la conocen". Si un marido está a mil kilómetros de su mujer, en medio de un bosque solitario, y expresa una opinión, ¿aun así está equivocado?... En cierto pub de Dublin un hombre que bebía en la barra le dice al tipo que tenía al lado: "No debería yo tomar tanto whiskey. Cada sábado vengo a este bar y me acabo una botella. Luego voy a mi casa, y aunque siempre es ya de madrugada despierto a mi mujer y le hago el amor furiosamente. Y sin embargo al día siguiente voy a la misa del domingo". "No te sientas mal -lo tranquiliza el otro-. Muchos hacemos lo mismo: la noche del sábado venimos al pub, bebemos whiskey, volvemos a nuestra casa bien borrachos, le hacemos el amor a nuestra esposa, y al día siguiente vamos a misa. Eso es costumbre de buenos irlandeses. "Sí -admite el individuo-. Pero yo soy judío". La maestra de computación le pidió a su alumno que escogiera una clave como password. El tipo, para apenar a la muchacha, le dijo que escogía "mipija". Ella escribió eso en el teclado, y luego le indicó al sujeto: "La computadora no admite la palabra". Pregunta el tipo, divertido: "¿Porque no existe?". "No -aclara la muchacha-. Porque es demasiado corta". FIN.