Pirulina, joven mujer proclive a devaneos eróticos, decidió rechazar en adelante (y en atrás también, supongo), las tentaciones de la carne. Flaqueó su voluntad, empero, cuando en una fiesta conoció a un galán muy atractivo. Le preguntó él: "¿Tendrías algún inconveniente en acompañarme a mi departamento?". "¡Jamás!" -replicó Pirulina con vehemencia. "¿Jamás irías a mi departamento?" -se inquietó el galán. "No -precisó Pirulina-. Jamás he tenido ningún inconveniente". En 1967 estaba yo recién casado, y escribí un libro que se llama "La paja en el ojo ajeno". Puse en su primera página: "Si este libro no tratara de política se lo dedicaría a mi esposa". El libro contiene frases juvenilmente altitonantes: "Aquel empresario tenía la Ley Federal del Trabajo empastada en piel. En piel de obrero". "Esos ricos que creen que después de todo quizá no sea tan difícil que un camello pase por el ojo de una aguja". "¿Cuándo van a nacionalizar el fracaso de la nacionalización?". "¿El partido en el poder es del Gobierno, o el Gobierno en el poder es del partido?". Ahí aparece por primera vez la parodia que hice de "La casita", el poema de Manuel José Othón al que Felipe Llera puso música. Poco después de la publicación del libro recibí la llamada telefónica de un cantor a quien admiraba yo: Óscar Chávez. Quería mi permiso para grabar esa parodia. Naturalmente que di la autorización, no sólo entusiasmado, sino también agradecido. Del disco se vendieron más de un millón de copias. Con las regalías que recibí pude comprar la primera casita que tuvimos mi señora y yo. Lo mejor de "La paja en el ojo ajeno", sin embargo, es el prólogo. Tuve el inmenso honor de que lo hiciera don José Alvarado, uno de los mejores mexicanos que este país ha conocido. Lo traté cuando él era rector de la Universidad Autónoma de Nuevo León y yo incipiente columnista en "El Porvenir" de Monterrey. Don Pepe fue víctima de una infame campaña de injurias promovida por la más dogmática ultraderecha regiomontana. Yo escribí en su defensa. (También escribí en defensa de otro gran universitario, don Agustín Basave Fernández del Valle, cuando fue atacado por la más dogmática ultraizquierda regiomontana). En su prólogo a mi libro don José Alvarado dijo entre otras cosas: "Armando Fuentes Aguirre escribe todos los días una columna. Lleva varios años en la tarea y nunca la fatiga ni la indolencia han asomado en sus líneas, siempre concretas y precisas. Su tema es la política. Su obra tiene un claro sentido de servicio popular, y hay en cada uno de sus textos el propósito, por una parte, de elevar la existencia nacional y, por la otra, la esperanza y la fe en la perfectibilidad de los mexicanos. Leamos con atención este libro. Por aquí pasa y aquí se advierte el palpitar de la vida mexicana en los años nuestros". Estamos celebrando el primer centenario del nacimiento de José Alvarado, extraordinario escritor, combatiente de buenas causas, universitario cuyo mejor título fue el de hombre bueno. Guardo para él afecto permanente, porque alentó mis primeros pasos en este oficio dulcemente amargo que es el de escribir en los papeles públicos. Si he hablado de mí a propósito de don Pepe es para recordar la deuda de gratitud que con él tengo, una de las muchas deudas que a lo largo de mi deudora vida he acumulado, y que con nada, nunca, alcanzaré a pagar. Le pidieron a Babalucas que sumara en la calculadora 10 más 7. "No puedo" -dijo él. "¿Por qué?". "No encuentro la tecla del 10". El padre Incapaz, clérigo irregular llamado así porque las hincaba y ¡paz!, le prometió a su obispo que en el futuro se portaría bien. Por eso, cuando al volver a su pueblo pasó por un riachuelo donde una linda chica se estaba bañando sin ropa, alzó la vista a lo alto y pidió con profunda devoción: "¡Señor, cierra mis ojos!". Sucedió, sin embargo, que la chica le hizo un ademán muy sugestivo para invitarlo a acompañarla. Entonces el padre Incapaz volvió a elevar la mirada al cielo y rogó suplicante: "¡Señor, cierra tus ojos!". FIN.