Aquella linda chica tenía una costumbre que si bien podía conciliarse con la comodidad quizá reñía con las conveniencias: no usaba ropa interior. Cierto día caminaba por la calle, y una súbita ráfaga de viento le levantó el vestido. Un individuo que pasaba le vio todo, y no pudo reprimir una exclamación admirativa: "¡Ah!". Se molestó la chica, y le dijo: "Se ve a las claras que no es usted un caballero". Contesta el tipo: "Y a las claras se ve que usted tampoco"... Astatrasio Garrajarra se corrió una parranda de órdago, y llegó a su casa a las 7 de la mañana. Su esposa lo recibió hecha un basilisco. "Espero -le dijo rebufando- que tengas una buena razón para explicar por qué llegas a esta hora". "Sí la tengo -asegura el temulento-. El desayuno"... Rosibel invitó a don Algón a tomar una copita en su departamento, pues era el cumpleaños del dineroso señor. Cuando llegaron, el ejecutivo ayudó a la linda chica a quitarse el abrigo. Le pregunta: "¿Y dónde está mi regalo?". Le dice Rosibel con una coqueta sonrisa "¿Cómo que dónde está su regalo, don Algón? ¡Pero si ya empezó usted a desenvolverlo!"... Lord Killforth E. Sakeofit, famoso cazador, mostraba a sus amigos sus trofeos de cacería. "Este tigre -dice- lo cobré en la India". "¿Quién se lo debía, milord?" -pregunta uno de los invitados, poco hecho a la parla de los cazadores. No hizo caso lord Killforth de la interrupción, y continuó: "Este oso polar lo cacé en África". "Milord -se atrevió a acotar respetuosamente otro de los circunstantes-, en África no hay osos polares". "Amigo mío -replica el cazador-, con eso de los cambios climáticos ve uno cada cosa". Llegaron a una vitrina en cuyo interior estaba disecado un individuo en ropas menores. "Y éste -dice lord Killforth- lo cacé en el clóset de la recámara de mi mujer"... Un cierto militar sufría mucho porque tenía una voz atiplada, aguda, afeminada. Eso lo hacía objeto de burlas e irrisión, sobre todo porque era comandante de artillería. Cuando daba una orden sus soldados apenas podían contener la risa. El enemigo, en cambio, soltaba la carcajada sin respeto alguno. Así el artillero decidió ir con un célebre facultativo, y le expuso su problema. Después de auscultarlo con detenimiento dictaminó el doctor: "Creo haber dado con la causa de la dificultad. Su parte varonil, mi comandante, es desproporcionadamente grande. El peso de ese formidable atributo masculino hace que sus cuerdas vocales se alarguen y hagan más delgadas, lo cual provoca el tono aflautado de su voz. El asunto puede arreglarse con sólo cambiar la dicha parte por otra más pequeña". Respondió el comandante lleno de ansiedad: "¡Proceda usted de inmediato, doctor; se lo suplico! ¡No quiero tener ya esta voz de pito, aunque tenga que sacrificarlo!". Sometió, pues, el célebre galeno al comandante a esa delicada intervención quirúrgica, y le cambió su grandillona parte por otra de tamaño digamos filatélico, pues apenas excedía la medida de un timbre postal. Cuando el mílite volvió en sí de la anestesia el galeno le pidió que hablara. ¡Oh maravilla! Ahora el comandante era dueño de una sonora voz de bajo profundo. A su lado Chaliapin, Corena, Baccaloni y Christoff eran contratenores, cuando no sopranos coloraturas. Sucedió, sin embargo, que al día siguiente de la operación regresó el artillero con el médico, y le manifestó: "Doctor: cuando mi esposa vio la parte que me puso usted, por poco me expulsa de la casa. Me dijo que no le importaba que de día tuviera yo voz de canario, si de noche mostraba magnificencias de titán. Le ruego, pues, que me vuelva a colocar la parte que me quitó". "¡Ah no! -replica el facultativo con voz atiplada, aguda, afeminada-. ¡Lo hecho hecho está!... FIN.